Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista
GAURKOA

Empodérate, nena

Desde la IV Conferencia Mundial de la Mujer, en Beijing 95, aprendimos que lo que tenemos que hacer las mujeres es empoderarnos para contrarrestar los efectos del patriarcado. Desde entonces la palabra empoderamiento aparece en leyes, mensajes institucionales... como la píldora mágica para trabajar con cualquier colectivo, especialmente las mujeres, que esté en situación de vulnerabilidad. Algo así como «tú te empoderas y ya, el mundo no te va a parar». Suena muy bien y además estoy convencida de que, en el caso de los colectivos con una historia de esclavitud, de subordinación, de alteridad, es parte del camino a recorrer. Creer y sentirse sujeto de su propia vida, de su propio proyecto vital. Pero hete aquí que las historias de opresiones no cuentan solo con un relato de la esclava, sino también con un relato del dominador y una estructura en la que se asienta dicha dominación. En algunos análisis políticos con respecto a la aprobación de la ley del «solo sí es sí» se incide en que regular el consentimiento por ley es pernicioso, o que las mujeres tienen capacidad para negociar con los hombres las prácticas sexuales que ellas desean, quieren o están dispuestas a «ofertar». No dudo de la capacidad de negociar de las mujeres. De lo que dudo es de la capacidad de respetar dicha negociación por parte de hombres machistas, socializados en que su deseo es el único que tiene valor y su palabra es palabra divina. Cuando trabajo con mujeres en situación de prostitución uno de los problemas a los que se enfrentan es al intento por parte de los puteros de imponer prácticas sin condón, aunque hayan aceptado en la negociación que condón sí o sí. Cabe recordar que, para negociar, es necesario que las relaciones sean entre iguales. Creer que estamos en un escenario donde el conjunto de las mujeres ya hemos dado ese paso de creernos con derecho a negociar y que además los hombres, de manera genérica, respetan la autoridad de las mujeres para establecer lo que ellas desean es, cuanto menos, partir de un escenario que poco tiene que ver con el actual, donde todos los indicadores nos dicen que la violencia contra las mujeres está aumentando. Aunque lo que yo creo es que cada vez somos más mujeres las que no nos callamos. La violencia no va a disminuir por efecto de una ley. Requiere una apuesta política para el desarrollo de medidas no solo punitivas, sino que impliquen, sobre todo, un cambio de imaginario, aplicando la perspectiva feminista.

En la obra de teatro “Prostitución” hay un momento en el que una actriz pide que salga una espectadora para enseñarle a ser prostituta. Es llamativo, y no sé si pasará en todas las representaciones: lo que costó que una mujer accediera a salir, como también lo es que el espectador que hizo de putero tardara cero segundos en meterse en el papel de putero y pedir un «completo». Una de las lógicas negacionistas ha sido el recrear un imaginario de igualdad. Desde una lógica patriarcal de conservación del propio sistema, la violencia es expresión de desigualdad, pero también de la resistencia a la igualdad.

Estoy segura de la buena intención de muchas personas que no queremos ser sexistas, racistas... Cuando confrontamos a alguien su discurso o sus prácticas sexistas, suele ser habitual la ofensa de esa persona y, más allá, suele ser frecuente que acuse a quien le cuestiona de ser borde o exagerada. Esa resistencia forma parte de una estrategia conservadora, a veces, sin ser muy consciente de ella, y eso es lo peligroso, que para salvaguardar nuestra autoimagen negamos cualquier realidad que la dañe. Muchas personas podemos pensar que no somos racistas o sexistas porque no practicamos proactivamente los modelos extremos de dichas ideologías. El asunto es que nuestro modelo cognitivo de aprendizaje se tiñe de perspectiva de género y de derechos humanos como se tiñe de la píldora del empoderamiento, como eslogan de vida, pero sin modificar nada. Cuando la política o el hacer política se convierte en un eslogan bien por interés de vaciar el contenido, bien por asumir una supuesta vanguardia de anuncio publicitario, en ambos casos, la política pierde sentido y se convierte en marketing.

Recientemente una amiga ingeniera me señalaba que en su empresa creen que trabajan con perspectiva de género porque utilizan lenguaje inclusivo, se hacen capacitaciones para que los obreros aprendan que el acoso callejero es un delito, pero cuando mi amiga planteó, junto con otras ingenieras, que el acoso se producía también desde otros profesionales se encontró con la negación por parte de la dirección y la retirada de los folletos con los testimonios de estas mujeres porque «dañaban la imagen del género masculino». No creo que esto sea una excepción; creo que es la norma del patriarcado clasista que puede aceptar «educar» a los bárbaros que se exceden y actúan con violencia en la calle, pero no a aquellos que la practican en los despachos. Desde ahí, también comparto la crítica al modelo punitivo porque quien imparte justicia sigue teniendo todos los sesgos patriarcales y clasistas.

No creo en el modelo punitivo y menos cuando la violencia material es expresión de un imaginario y de una estructura que justifica, en sus narrativas, dicha violencia. Aun así, como señala R. Segato, los niveles de impunidad de la violencia sexista, que alcanza al 95% de las agresiones, hace sospechar que la impunidad no puede ser resuelta sin sanción, ni sin nuevas narrativas. Además, ¿dónde están esos agresores? Por otro lado, la base para la reparación es el reconocimiento del daño y ahí sabemos que ni los agresores materiales, ni el sistema aceptan su responsabilidad, ni reconocen el daño individual y colectivo causado a las mujeres.

Y así, desde los despachos nos gritan con voz de caballero, «a ti lo que te pasa es que no tienes autoestima» o «te falta confianza en ti misma, empodérate nena». No, mire usted, a mí lo que me sobra es su paternalismo en los casos más condescendientes, o su machismo más casposo, que es lo habitual, aunque, claro, usted nunca fue ni es machista.