Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Natura bizia»

Observadores silenciosos de la supervivencia animal

La película se abre con el espectáculo marino de los grandes cetáceos que se pueden avistar en aguas del Cantábrico, y es un impresionante prólogo que marca el tono dramático del resto del largometraje. Una gigantesca hembra de Rorcual intenta en vano reanimar a una de sus crías, un ballenato que flota a la deriva sin dar señales de vida. La voz de la locución nos aclara que es la primera vez que se filma semejante escena, un momento íntimo de dolor en el que asistimos a algo parecido al duelo humano, en cuanto proceso de negación de la perdida del ser querido tan difícil de asimilar. Más adelante hay una frase del texto que conecta con ese tipo de situaciones que mueven a la reflexión sobre la agonía del planeta Tierra, y que viene a decir que la naturaleza no nos necesita, pero nosotros sí la necesitamos a ella. Mientras no se tome conciencia de dicha realidad el futuro de las especies seguirá en peligro por culpa de la intervención humana.

La sensación que me produce “Natura bizia” (2021) es sobrecogedora, porque no estoy viendo un documental de National Geographic sobre fauna y floras exóticas, sino un laborioso estudio de una belleza salvaje sobre la biodiversidad en Euskal Herria. Como rezaba el título de aquella película belga, que dio a conocer al actor Benoît Poelvoorde, esto también ocurre cerca de tu casa, y sí, se trata de crímenes, sólo que tienen que ver con la selección natural. Entrar en una reserva animal gracias a la cámaras, a sus teleobjetivos o la macrofotografía y al sistema de aceleración de imágenes “time lapse”, es como acceder a un lugar sagrado, aunque desde el respeto y la responsabilidad de la observación silenciosa.

Por suerte hay una nueva generación que se interesa por el ecosistema y por su conservación, con gente que ama la naturaleza y trabaja en ella. Quienes están detrás de este admirable proyecto rescatan a ejemplares únicos al borde de la extinción para que conste en acta.