Jose Mari Esparza Zabalegi
Editor
KOLABORAZIOA

Placas para la desmemoria

Hace más de cuarenta años que los nuevos concejales democráticos comenzamos a quitar las placas de los «Gloriosos Caídos por Dios y por España» de nuestros pueblos. Donde no se logró con mayorías municipales, se hizo con mazas, pinturas y hasta con voladuras. Ya bastaba de cuentos.

Hoy nadie se acuerda de ellos, aunque fueron también víctimas de la guerra. Mas desde el momento en que Franco elevó a los «Mártires de la Cruzada» y relegó a los «rojo-separatistas», la suerte estaba echada para los primeros. Sus pomposas placas y mausoleos se fueron olvidando y, en cuanto hubo libertad para expresarlo, las honras cambiaron de bando. Por tanto, el franquismo hizo flaco favor a sus «Caídos». Honrar solo a una parte de las víctimas de un conflicto trae esas consecuencias.

El alcalde Maya en Pamplona, y quienes le secundan, no han aprendido la Historia. Andan colocando placas a sus 45 «Caídos» en Navarra en el último conflicto violento, mientras mantienen impunes todas las barrabasadas que ellos han hecho en este territorio, desde 1936 a ayer mismo. Un vistazo a las 45 víctimas, respetuoso pero crítico, nos muestra que la gran mayoría eran militares venidos de fuera, lo que, por supuesto, no merma su condición de víctimas, pero ilustra bastante sobre la sociología del conflicto.

¿Los militares españoles y la Guardia Civil no tuvieron nada que ver con los 3.634 asesinados en Navarra? ¿Y de lo ocurrido durante el franquismo? Valga un botón de muestra: en 1941 mataron de una paliza a Vicente, vecino de Tafalla, por rojo. En 1948, la Guardia Civil mató de otra paliza al señor Luis, honrado padre de familia. Tres años más tarde dejaron ciego de otra paliza al señor Marino, que todos hemos conocido. Las palizas menores, incontables. Y esto solo en Tafalla. ¿Cuándo recuperaremos la memoria de lo ocurrido en Navarra desde el fin de la guerra hasta el nacimiento de ETA?

ETA nació 1959 como respuesta a la dictadura, pero hasta 1977 no hizo su primer atentado mortal en Navarra, un comandante de aquella Policía Armada que nos baqueteaba las costillas un día sí y otro también. Sin embargo, en los doce años anteriores habían muerto veinticuatro navarros de forma violenta a manos del, digamos, «ejército de ocupación», por usar la definición de la prensa española del siglo XIX.

¿Nadie los recuerda? Pues algunos sí tenemos memoria: Iturbe, Santos, Goñi, Goikoetxea y Aranguren fueron muertos a tiros en la muga, cuando buscaban la libertad. Andueza y Etxandi, segados en controles de la Guardia Civil. Cinco vecinos de Etxarri Aranaz, dos de ellos niños, muertos por granadas de los militares. Escalada y Goñi, destrozados a causa de la tortura. Cano, Santamaría y Alonso, muertos a tiros en manifestaciones. Navas y Nuin asesinados en la sala Bordatxo… Todos antes de 1977. Después podemos seguir contando, hasta la muerte de Berrueta en 2004. En total 67 muertos, todos navarros, bastantes más que los «Caídos por Dios y por España» en el mismo período. «67 a 45 a nuestro favor», diría Martín Villa. ¿Alguien ha pagado algo por todo esto? ¿Quién ha sido en este país más víctima y quién más verdugo? A la espera de que haya libertad para entrar en ese debate, ¿no sería mejor para las víctimas que todas fueran reconocidas y que todo duelo fuera igualmente respetado?

Mientras, haréis homenajes pero no convenceréis. Vuestras placas tendrán el mismo valor y la misma caducidad que las de la anterior Cruzada de Liberación. Al tiempo.