Aritz INTXUSTA
CRISIS DEL CORONAVIRUS

¿LOS TROMBOS DE ASTRAZENECA Y JANSSEN TIENEN EL MISMO ORIGEN?

La comunidad científica discute cuál es el problema para que una persona de cada millón fallezca por un extraño tipo de trombos que parecen ser provocados por las vacunas de AstraZeneca y Janssen. Son dos vacunas que usan la misma tecnología, por lo que es plausible que compartan el mismo talón de Aquiles.

La discusión sobre los trombos que se originan de forma muy infrecuente en la vacuna de AstraZeneca y que parecen suceder en proporción similar en la de Janssen sufre de sobreexposición mediática. En cuanto a fármacos se refiere, siempre ha bastado el criterio de los expertos y el resultado ha sido muy bueno. Aun así, dado que el mal ya está hecho y existe confusión, toca profundizar un poco en este pormenor, con la advertencia previa de que, como los trombos se han descubierto de forma tan reciente, las certezas sobre ellos son pocas.

Las vacunas de AstraZeneca y Janssen son tecnológicamente muy similares, pues usan adenovirus (virus catarrales) a los que se introduce información genética del coronavirus para así provocar que las células de la persona vacunada fabriquen la proteína S del SARS. Las dos son hermanas de la vacuna rusa, aunque todas ellas usan como vectores adenovirus diferentes. El objetivo que persiguen es la activación de la respuesta inmune contra la proteína S del coronavirus.

La esporádica reacción trombótica, por tanto, puede deberse a una reacción contra los adenovirus vectores o contra la proteína S. Aunque se sabe que la exposición al coronavirus también genera trombos, actualmente hay bastante consenso sobre que la reacción se debe a los vectores y no a al fragmento del coronavirus que introducen en el cuerpo. El principal argumento para pensar así es que las vacunas de ARN mensajero (Pfizer y Moderna) también introducen la proteína S y no se han detectado estos episodios. Estas vacunas generan reacciones adversas graves en la misma proporción, pero de otro tipo.

Para entender qué sucede, hay que tener en cuenta que no existían, hasta el momento, vacunas que utilizaran virus como vectores. Las vacunas que se inoculan hoy día emplean virus inactivados de la enfermedad que se quiere prevenir, o bien son de unidades de subproteína. Pese a ello, el uso de virus vectores se había trabajado bastante en ensayos clínicos, incluso en fase 3, tanto en prototipos de vacuna como en terapia génica. De todos los tipos de virus que sirven como vectores, los adenovirus eran los más testados. Por ejemplo, el adenovirus que emplea AstraZeneca se había probado ya en tratamientos contra el cáncer de próstata, el MERS, la malaria, la tuberculosis, la gripe y el virus chikingunya.

Ahora bien, para la fase 3 de un tratamiento se suele reclutar a unas 40.000 personas y solo se administra el producto a la mitad (para el resto se usa placebo). Frente a ello, el fenómeno que se está detectando ahora tiene frecuencias de uno por cada cien mil o uno por cada millón. Cifras tan bajas que resultan indetectables en fase 3.

Un posible tratamiento en marcha

Las investigaciones más punteras sobre cuál puede ser el mecanismo que genera estos trombos van un poco más allá. Recientemente se ha hipotetizado que tiene que ver con el factor plaquetario 4 y que está relacionado, por tanto, con una reacción indeseada que también se desata con la heparina. Esta eventual explicación a nivel molecular puede tener efectos prácticos inmediatos.

Resulta altamente probable que, en los próximos casos que de estos trombos se realice un tratamiento precoz que no sería el habitual sino el específico para este fenómeno concreto, consistente en altas dosis de inmunoglobulina. Hablando en plata, puede que la ciencia haya dado con el tratamiento de las reacciones indeseadas de AstraZeneca y, quizá, también para Janssen.

En paralelo, también se elaboran estadísticas para buscar qué tienen en común las personas que han sufrido la reacción adversa. De descubrirse un patrón, ese mínimo riesgo podría reducirse todavía más. Esta senda aún no ha dado con ese denominador común, pero el esfuerzo sí que está siendo productivo. La pega es que genera más confusión.

Si las vacunas de AstraZeneca y Janssen fueran las únicas disponibles, no habría problema en administrarlas a todas las franjas de edad. Esto es lo que demuestra el gráfico que acompaña este reportaje, extraído de un informe de la Universidad de Cambridge con datos reales de la vacunación en Reino Unido y que GARA ha ajustado a una incidencia de 1145 casos diarios, similar a la actual en Hego Euskal Herria.

El estudio de Cambridge compara los beneficios de la vacuna según franjas de edad en un horizonte temporal de 16 semanas y la incidencia citada. Así calculan las posibilidades de acabar en la UCI cayendo enfermo y las contrapesan con un hipotético trombo. Si el horizonte temporal fuera superior de 16 semanas o si la incidencia fuera mayor, la ventaja sería para los vacunados pues el riesgo de trombo sería el mismo, pero las posibilidades de enfermar se acrecentarían.

Como es evidente, el riesgo-beneficio no se mueve en igual proporción según la franja de edad. El beneficio es mucho mayor en franjas altas (para mayores de 50 el riesgo beneficio sigue siendo extraordinario) y se reduce entre los más jóvenes, donde las posibilidades de que el coronavirus acabe matando o enviando a la UCI son mucho menores.

Al existir vacunas alternativas, cuyos efectos secundarios se distribuyen de forma diferente, trabajos como el de Cambridge sustentan que sea más apropiado vacunar con una marca u otra según la edad u otros patrones (sexo, enfermedades, alergias...). Desde la calle, estos cambios suenan contradictorios y alimentan desconfianzas. Y, sin embargo, son prueba de que hay científicos trabajando para que el riesgo tienda a cero.