Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «La casa de caracol»

Un trampantojo rural

Como tantos otros descensos al infierno, el que hoy nos ocupa está protagonizado por un escritor que para reencontrarse con sus musas perdidas se traslada a un pequeño pueblo. Tal y como suele ocurrir, el recién llegado será visto con recelo por los extraños lugareños que, sin duda, ocultan secretos y velan misterios como el que ocultan en una cabaña habitada por un chaval deforme.

La cercanía del bosque, de la naturaleza, nos regresa a esos horrores ancestrales que tan bien describió en sus clásicos Arthur Machen y que en esta oportunidad retornan como un producto mecánico y carente de alma en el que lo previsible nos asalta en cada uno de sus tramos.

Al protagonista tambien le asaltan sus propios miedos, el vértigo creativo que es paliado mediante litros de mezcal. De esta manera, el delirio irreal se fusiona con lo real, lo que deja al espectador en un difuso terreno de nadie en el que impera la confusión. Todo es raro en ese primer tramo del filme dirigido por la debutante Macarena Astorga, un juego de espejos deformados amparado en un guion que tan solo aspira a sorprender al espectador mediante abracadabrantes giros imprevistos que no hacen más que crear mayor confusión.

En su diseño visual, “La casa de caracol” respeta los códigos del llamado terror rural. De hecho podría haber sido una buena muestra de este subgénero de no ser por ese empeño agotador de querer ser más inteligente que el espectador mediante giros imposibles. Entre sus condimentos topamos con un bosque que supuestamente es habitado por una criatura maligna que devora niños y mujeres, en este escenario también hay cabezas decapitadas de perros y caracoles cuya presencia nunca sabemos bien a qué obedece. Es tal el atractivo de este castillo de naipes visual que provoca cierta tristeza cómo se desmorona por culpa del sinsentido que se apodera de la historia.