EDITORIALA
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Una decisión audaz y con riesgos, que se deberá evaluar

La decisión de Zinemaldia de dejar de lado la segregación por género en sus premios a la interpretación, unificando las categorías que hasta ahora estaban separadas entre actores y actrices, ha traído un debate interesante sobre los principios y las políticas que se deben priorizar en la búsqueda de la igualdad. Donostia sigue la estela de la Berlinale, en una tendencia que potenciarán otros festivales.

Es un debate tan interesante que, en principio, quienes ahora sostienen una postura contraria podrían cambiar si se demuestra que esta política es eficaz, de igual modo que quienes defienden este cambio podrían dudar de él si se dan efectos perversos. Con el grado de polarización actual, es difícil encontrar disputas en las que los argumentos, los hechos y la deliberación puedan alterar posiciones. Este es uno de ellos.

Dentro del feminismo tampoco hay acuerdo, algo natural, pero los argumentos hasta ahora han sido respetuosos y elegantes. Si se logra llevar de manera constructiva, esta polémica debería sostenerse en el tiempo, enriquecerse con más y mejores argumentos, y debería evaluarse cuando el experimento haya logrado datos y percepciones suficientes como para decir si ha sido un rotundo éxito, un estrepitoso fracaso o, sencillamente, se ha quedado a medio camino.

Este debate no debe dejarse condicionar por quienes están doctrinariamente en contra de la igualdad y del feminismo, lo disimulen como lo disimulen. Eso no quiere decir que no haya que tener en cuenta cómo argumentan los reaccionarios y qué influencia tienen. Sin embargo, la base interesante del debate se dará entre quienes están a favor de eliminar los géneros en estos certámenes, quienes están en contra y quienes no lo tienen claro, pero coinciden en que hay que dar cambios radicales para lograr los objetivos de respeto, justicia e igualdad. Y que se debe evaluar, con la participación de las protagonistas, si estas políticas logran sus objetivos.

Solo quienes asuman que la discriminación de la mujer es una realidad y es inaceptable, que el binarismo de género cada vez tiene más grietas y que hay que prever otras realidades que trascienden la separación entre hombres y mujeres, podrán aportar al desarrollo de una dialéctica fructífera. La segregación puede servir en algunos contextos mientras en otros tiene efectos negativos. Y eso puede cambiar en el tiempo. Es importante comunicar con claridad las decisiones y sus fundamentos, responder y estar abierto a las dudas ajenas y propias. Estas decisiones son valientes pero muy exigentes.

Entre el cambio real y la utopía

El objetivo es doble. Por un lado, se tiene que dar un cambio en las condiciones objetivas que señala la discriminación. Los datos son inapelables: la brecha de género en el cine es tremenda, y reproduce todos los elementos del patriarcado, desde los roles de género en los oficios –dirección hombres, vestuario mujeres–, hasta la diferencia en los salarios y las inversiones. Por otro lado, es necesario un cambio cultural que abra nuevos horizontes, que señale lo inaceptable y ofrezca alternativas, que promueva la pluralidad y que dinamite de una vez por todas mandatos asfixiantes, dañinos y violentos para todo el mundo. Eso solo puede venir del feminismo. Lo interesante del caso es que el feminismo defiende con buenos argumentos ambas posturas.

Dentro de las luchas por la justicia, la igualdad y la emancipación, la tensión entre el idealismo y el materialismo es una constante, y en este debate también asoma. Resumidas hasta rozar la parodia, la postura idealista defiende actuar como si el cambio deseado ya fuese realidad, funcionar de manera ejemplar, y hacer que esos principios y esa actitud resulten contagiosas; mientras tanto, el materialismo llama a concentrarse en los cambios reales, palpables, a cosechar avances y afianzarlos sin perder nunca de vista las condiciones objetivas, aquellas que se han de cambiar si se quiere hablar de un cambio verdadero.

No es fácil saber qué camino da mejores frutos, para empezar porque las condiciones objetivas, históricas y culturales cambian de un grupo a otro, de una lucha a otra, de una nación a otra. Tampoco existen caminos puros, por mucho que la gente defienda posiciones dogmáticas. Quizás en estrategia el pluralismo funcione también mejor que el binarismo. En todo caso, el premio de la igualdad y la liberación es lo suficientemente ambicioso como para ser audaces, honestas y críticas en las decisiones y en los debates que les siguen.