Raimundo Fitero
DE REOJO

El cebo

Si empezamos por el subtexto, seguro que cavamos antes la tumba. Alberto Garzón se ha ganado fama de inútil, acomodaticio, y otras cuestiones que no se producen solamente en los nidos de rencor de la extrema derecha bifronte, sino hasta en amplios sectores de la coalición que le dio continuidad a su vida política y el cargo. Desde esa perspectiva, cualquier cosa que diga este ministro invisible con el más bajo perfil de influencia, acaba en el cubo de los desperdicios. Existe el convencimiento de que su ministerio es algo prescindible y que su futuro político está muy comprometido.

La carne como cebo ha sido utilizada desde tiempos inmemoriales para la caza mayor y menor. Su aparición actual indicando que sería bueno comer menos carne, ¿es fruto de la ansiedad por buscarse un lugar en los telediarios, una estrategia de despiste o un avance del temario de otoño? Está claro que lo lanzó sin consultar con nadie. La remodelación del gobierno que prepara Sánchez es inminente y probablemente pensó que, dando señales de vida, se protegía ante las decisiones que se van a tomar. 

Lo cierto es que hablamos de carne, de chuletones, de filetes, de solomillo, de costillas de cordero, de asados, salchichas, parrilladas y todo ese repertorio de actividades de supervivencia que las sociedades medianamente desarrolladas pueden tener en su programa de relaciones con familia, amigos o cuñados. Pero que el debate de nuestra relación con los animales, de lo que significa la ganadería extensiva de vacuno en cuanto a consumos de agua, extensiones de terreno deforestado en la Amazonia y otras circunstancias, es algo que deberemos tratar con seriedad, datos científicos y propuestas razonables consensuadas para ir reduciendo paulatinamente ese consumo desaforado de carnes rojas que no deben ser, precisamente, muy saludables.