Iñaki Zaratiegi
Crítico musical

Fiesta musical como vacuna colectiva

Ha recaído en la pizpireta y multicultural Cécile McLorin Salvant (mano a mano con el piano de Sullivan Fortner) el honor de inaugurar el segundo Jazzaldia de la época covid. La a la vez profunda y teatrera cantante de Florida, que repetía visita al certamen, había ofrecido el domingo un aperitivo en Chillida Leku y cerró ayer la primera gran fiesta de la Plaza Trinidad.

Le precedió en escena el elegante cuarteto américo-italiano del trompeta Dave Douglas y el pianista Franco D’Andrea (quien inauguró las matinales a solo piano en San Telmo).

El aterciopelado soul de José James, conocido ya del festival, protagonizó la sesión vespertina del Kursaal. A mediodía se homenajeó al combo catalán La Locomotora Negra, que dice adiós tras medio siglo de vida. Y por la tarde explotaron las músicas en las tres terrazas frente al mar de Gros.

Hoy será el día del gran Chucho Valdés y su timba caribeña en la Trinidad, con su compatriota y también pianista Gonzalo Rubalcaba animando la primera parte, a dúo con la voz de Aymée Nuviola. Habrá también voz femenina en el Kursaal con la balear Buika. El joven pianista polaco Marcin Masecki revisará al maestro Thelonius Monk. Más los mediodías del ciclo “JazzEñe”, el Txikijazz mañanero en las terrazas del Kursaal y la repleta tarde con cinco actuaciones en el mismo lugar.

Un atracón sonoro bajo el espíritu de resistir es vencer. Jazzaldia fue capaz el año pasado de encarar la pandemia y realizar una programación muy digna y repite esquema reduciendo aforos. El cartel de la 56ª edición ha podido retomar aire y se ha abierto internacionalmente. Anulado de nuevo el macro espacio juvenil de la playa Zurriola, se articula más en torno a músicas ligadas al espíritu central del certamen. Fiel a sí misma, Donostia repite la privilegiada cita musical en sus marcos “incomparables”. Con la asistencia junta, pero aún no revuelta: sentada, guardando distancias, mejor mascarilla en ristre y sin fumar. Dulce condena.