Amparo Lasheras
Periodista
KOLABORAZIOA

La otra Marilyn Monroe

En octubre de 1960, el periodista francés, Georges Belmont, siendo director de la revista “Marie-Claire”, entrevistó a Marilyn Monroe en Nueva York, cuando todavía vivía con el dramaturgo Arthur Miller. Fue la última entrevista que Marilyn concedió a los medios de comunicación. El encuentro se celebró dos años antes de que decidiera poner fin a su vida, el 4 de agosto de 1962. Para los hombres y mujeres que sólo admiraron su belleza es una fecha triste de recordar. Pero para los que descubrieron y conocieron a otra Marilyn, más desconocida, la que se protegía tras el brillo de su atractivo y, de vez en cuando, se asomaba con timidez a la seriedad de la vida, es un día doblemente triste.

Cuando Marilyn perdía el miedo ante los micrófonos y decía lo que pensaba, siempre sorprendió con sus respuestas inteligentes, comprometidas y sinceras. «Tras la imagen de rubia sexy, frívola y estúpida que daba en la pantalla, había una persona inteligente y reflexiva, esa fue la Marilyn que cautivaba» escribió G. Belmont. Ella misma reconoció en la entrevista que los magnates de Hollywood y la prensa se empeñaron en fabricar con su físico una starlet cuya única cualidad era la atracción sexual. Todo lo demás, sus deseos, sus sueños y el anhelo de ser una gran intérprete parecían no existir. «Me gustaría mucho ser una actriz de verdad. En la actualidad vivimos demasiado acelerados. Por eso la gente se siente nerviosa, insatisfecha, con su vida y consigo misma. ¿Cómo va una a hacer nada perfecto en semejantes condiciones? La perfección requiere tiempo, tal vez mi problema es que me exijo demasiado». Belmont cuenta que después de estas palabras Marilyn se mostró preocupada, como si hubiera dicho algo inadecuado para una estrella y, enseguida, comenzó hablar de Lee Strasberg, el director del Actors Studio. «Lee siempre me insistía: ‘¿mira lo qué estás haciendo con tu vida y tu carrera. Eres un ser humano y debes de empezar a ser tú misma’. Es probable que Lee haya cambiado mi vida más que ninguna otra persona».

La entrevista de Belmont la leí en 1997, 36 años después de su publicación, cuando el periodista Christopher Silvester la incluyó en su libro “Las grandes entrevistas de la Historia”. En cada una de sus contestaciones y oculto entre líneas, resultaba fácil percibir el enorme cansancio que parecía sobrecogerla ante el hecho de vivir cada día. Era como una especie de tristeza recatada y furtiva que también se dejó entrever en algunas de las instantáneas más íntimas de Marilyn, las que captó su amigo Milton H. Green, en su casa de Connecticut, durante el tiempo que Marilyn convivió con el fotógrafo y su familia.

Al final de la entrevista, dice G. Belmont que Marilyn se mostró más alegre de lo habitual y con una insólita esperanza de vivir. «Tal vez sólo fue un gesto de cariño para contentar y tranquilizar a la gente que todavía confiaba en ella». «Solo tengo 34 años –declaró– y aún me queda mucha vida por delante, espero disponer de tiempo para llegar a ser mejor. Espero que la vida tenga aún cosas que ofrecerme». Sin embargo, esas palabras llegaron tarde. Para entonces, ya le había confesado a Belmont que no era feliz y que sólo se sentía cerca de la felicidad cuando conseguía cosas importantes en su trabajo. «Pero eso es algo que sólo sucede en momentos muy concretos. Supongo que en términos generales me siento desgraciada. Intentar ser una buena actriz y ser feliz son dos cosas que para mí van unidas y ambas cosas cuestan trabajo y se me hacen imposibles. En el fondo siempre he tenido la impresión de que era una impostora».

Hoy se cumplen 59 años de su muerte y ya va siendo hora de que se le recuerde como la persona que de verdad fue: una mujer inteligente, utilizada y acorralada en el torbellino de un negocio dominado por los hombres. Cuando decidió quitarse la vida tenía muy claro que, su hermosura había oscurecido el glamour de su inteligencia y de su talento, un glamour que cautiva más allá de los deseos.