Kepa Ibarra
Director artístico de Gaitzerdi Teatro
KOLABORAZIOA

Henri Cazalis. Poemario

Es una sensación extraña pero no por ello desconocida o al menos irreconocible. Todos los aspavientos de nuestro planeta tienen un punto de inestabilidad y hasta desasosiego que, sin cuantificar, califica nuestra peculiar forma de ser y hasta nuestro destino como sociedad global.

En cada período-cálculo convulsivo nos dotamos de armas que no siempre resultan eficaces, y si en un principio la situación nos desequilibra peligrosamente, con el tiempo y la ayuda o el uso de algún método coercitivo por parte de la autoridad (¿?) instalada en el Olimpo de los Intocables (clase política convencional, Policía, premier británico o consejera de turno), nos sujetamos el cinturón, calzamos fuerte y salimos a cabalgar, a soltar melena e incluso a resolver lo irresoluto.

Toda crisis tiene un punto de excitación y fiesta pagana. Hasta que nos situamos la improvisación acusa cierto olor mágico (solidaridad, apego a la tierra, complicidad compartida), pero los datos, los porcentajes a día o semana, números arriba-abajo, las incidencias acumuladas y hasta las diversas ocupaciones (laboral, hostelera, en UCIs o en planta) nos llevan a pensar que todo junto hace que nuestro planeta parezca un gran centro-diván donde todos y todas ejercemos la psicología, la psiquiatría y hasta la pedagogía para tratar nuestros males con el mejor logo/lema posible: los próximos cinco días son claves.

Cualquier pandemia acusa un punto de “Danza macabra” (Henri Cazalis, Poemario) y de síndrome de Estocolmo (Nils Bejerot, 1973), atiborrándonos de información, filigranas jurídicas, menús variados donde los y las comensales explican bondades y maldades, prebostes institucionales corriendo detrás del virus, en un frenesí imparable por volver al principio de los tiempos, añorando lo que antes no nos gustaba nada y donde éramos rehenes de un Marcel Proust que indicaba en la anécdota de la magdalena bañada en té todo un legado memorable en busca de un tiempo perdido (literal). Y en esas estamos.

Los últimos datos avalaban cifras que en otro contexto menos favorable nos hubieran llevado a considerar la procedencia o no de meternos en guerras, conflictos que acababan en conferencias de paz y hasta de traspasar el paralelo 38 para unir a familias separadas, pero esta vez los más de cuatro millones de fallecidos y los casi doscientos millones de contagiados en el mundo (ese mismo día había 2.100 contagiados y 64 personas en UCIs en Euskal Herria), nos acercaban aún más a ese escenario inédito de la cifra fría adornada de una voz profesional radiada o televisada almibarada, furtiva y fugaz, haciendo buena aquella frase in corpore del bueno de Orson Welles cuando decía que «tener o no un final feliz depende de dónde decidas detener la historia».

Es evidente que no estamos para bromas pero parece que tampoco estamos para potenciar el celibato in corpore flagelador. Y en esta tesitura de círculo perfecto solo parece que nos queda recurrir al mensaje cacareado y clarividente de «los próximos cinco días van a ser claves». Esperaremos.