Isidro ESNAOLA

LA «PARADOJA NORUEGA» A LA LUZ DE LA EMERGENCIA CLIMÁTICA

Noruega ha sido referencia por sus políticas para frenar la emergencia climática, pero al mismo tiempo es el segundo mayor extractor de petróleo y gas de Europa. Hasta ahora ha conseguido separar esos dos debates, pero los tiempos están cambiando rápidamente.

La disociación es una de las operaciones que con más facilidad se hacen en las sociedades modernas. Se puede hablar de la emergencia climática y a continuación cambiar de tema y comentar lo positivo que será que la economía crezca el próximo año más que el actual, como si nada tuviera que ver una cosa con la otra, cuando precisamente ha sido ese crecimiento sin fin la causa del calentamiento global. De la misma manera, se asume sin pestañear que las empresas tienen que ganar cuanto más dinero mejor, para asombrarse cuando se conoce que se han llevado la producción a otros países. Y así hasta el infinito.

Esa pensamiento parcelario sufrió un duro revés en abril de este año, cuando un tribunal holandés, en una sentencia histórica, consideró que las intenciones y ambiciones políticas de la petrolera Royal Dutch Shell para paliar el cambio climático «equivalen en gran medida a planes más bien intangibles, indefinidos y no vinculantes a largo plazo», que «no son incondicionales, sino que dependen del ritmo al que la sociedad mundial avance hacia los objetivos climáticos del acuerdo de París». En otras palabras, que son pura palabrería.

El tribunal obligaba a Shell a una reducción neta del 45% de las emisiones de CO2 en el grupo, considerando las de Alcance 1 (las de la propia empresa en su actividad) así como las de Alcance 3, las indirectas, es decir, las que producen otras empresas por la actividad de Shell, esto es, por quemar el petróleo que la multinacional extrae. Eso sí, el tribunal dio «libertad de acción» siempre y cuando lograra el objetivo. El fallo señalaba, asimismo, que una posible vía para tal reducción «puede ser que renuncie a nuevas inversiones en la extracción de combustibles fósiles y/o limite su producción de recursos fósiles». Una importante novedad que ponía el foco no solo en el consumo de combustibles fósiles, sino también en la necesidad de reducir la extracción. Ya para entonces, en diciembre de 2020, el Gobierno danés, tercer extractor de petróleo y gas de Europa, había decidido no autorizar nuevas exploraciones en el mar del Norte

Intenso debate

Esa sentencia dio otro impulso al debate en Noruega, el segundo mayor productor de petróleo y gas de Europa, aunque no es nuevo allí. En diciembre del año pasado, la Corte Suprema de Noruega falló en contra de unos activistas ambientales que demandaron al Gobierno porque consideraban que la concesión de licencias de petróleo otorgadas en el Ártico amenazaban su derecho a un medio ambiente limpio, derecho que recoge la constitución de ese país.

Sobre esa base, el anterior Gobierno conservador presentó el libro blanco de la lucha contra el cambio climático en el que defendía que Noruega debería seguir bombeando petróleo y gas. El Partido Laborista, aunque crítico con algunas de las prioridades del anterior Ejecutivo, definió el libro como una base sobre la que trabajar. De hecho también defiende continuar con la extracción de petróleo y gas.

En ese contexto, la Agencia Internacional de Energía (AIE) hizo público el pasado mayo el informe "Net Zero para 2050", en el que el principal organismo energético del mundo hacía un duro llamamiento para detener la inversión en nuevos proyectos de extracción de combustibles fósiles. El informe tuvo una recepción desigual por parte de los principales productores mundiales: desde elogios cautelosos y promesas de reducir el consumo de carbón hasta un desafío absoluto. Frode Pleym, director de Greenpeace Noruega, señaló entonces que «los científicos y la AIE han dejado completamente claro que no hay espacio para nuevos campos petrolíferos, si el mundo quiere alcanzar el objetivo climático recogido en el Acuerdo de París».

A pesar de ello, el Gobierno noruego ha continuado sus rondas periódicas para licitar licencias, la última el pasado junio, en las que ofrece nuevas áreas de exploración a las empresas de energía. Siguiendo como hasta ahora, el Ejecutivo anticipaba que la extracción de petróleo y gas disminuirá de manera natural en un 65% para 2050, pero por el agotamiento de las reservas, no por ninguna otra razón. Reducir las emisiones pero seguir extrayendo petróleo y gas del fondo marino para que otros las mantengan no parece un posición muy coherente y mucho menos una estrategia eficiente para hacer frente a la emergencia climática.

Seguir o no con la extracción de petróleo ha marcado en cierta medida el debate electoral de los comicios generales celebrados el pasado mes de setiembre en los que el partido laborista, liderado por Jonas Gahr Støre, venció. Ya se han iniciado los contactos para formar un nuevo Gobierno de centroizquierda y uno de los temas que estará sobre la mesa será el de la política petrolífera. En cualquier caso, no se prevén cambios sustanciales en ese ámbito debido a la posición del Partido Laboristas favorable a continuar con la extracción mientras que sus posibles socios el partido de Izquierda Socialista (Sosialistisk Venstreparti) y el Partido Rojo (Rødt) son contrarios, pero carecen de peso suficiente para inclinar la balanza. Otro posible aliado de los laboristas, el Partido de Centro (Senterpartiet), también es favorable a continuar con la explotación de los recursos petrolíferos.

El fondo soberano

Noruega realizó el primer gran descubrimiento de petróleo la víspera de Nochebuena de 1969. A partir de ahí, además del aprovechamiento de los hidrocarburos desarrolló toda la industria relacionada con la extracción de petróleo y gas. Posteriormente, ya en la década de los 90, decidió crear un fondo soberano con los beneficios del petróleo, que en la actualidad acumula un billón de dólares y es una fuente de estabilidad económica. El fondo tiene incluso un consejo ético, creado en 2004, que le impide invertir en compañías que violan los derechos humanos o en la producción de armamento nuclear, aunque no en otro tipo de armamento.

De este modo, Noruega consiguió evitar la llamada «maldición de los recursos» (los países ricos en recursos a menudo terminan económicamente peor que países con pocos recursos naturales) y asegurar que la riqueza petrolera del país beneficiara a toda la sociedad. Pero eso no significa que todas esas inversiones financieras que ha hecho el fondo soberano vayan a mantener su valor en el futuro. Es posible que a largo plazo todas esas anotaciones electrónicas pierdan su valor porque nadie las acepte y terminen por no servir para nada. Por ello, seguir extrayendo petróleo para acumular más activos financieros a lo mejor tampoco es una gran estrategia económica-

Ambición e inconvenientes

Noruega es una referencia por sus políticas para frenar la emergencia climática. Prácticamente toda la electricidad que consume es de origen hidroeléctrico y está apostando por la energía eólica marina, sobre todo para abastecer de energía a las plataformas petrolíferas, prácticamente el único lugar donde se utilizan combustibles fósiles para producir energía. En lo referido a la reducción de emisiones sigue la estrategia de la mayoría de los países de aumentar la eficiencia y sustituir las fuentes de energía más contaminantes, sin olvidar otras más discutibles como incentivar la retención de dióxido de carbono en las selvas tropicales. Sin embargo, por otro lado, no ha parado de extraer combustibles fósiles.

Hasta ahora habían logrado separar la discusión de la política petrolera de la discusión de la política climática. Bård Lahn, investigador del Centro de Investigación Climática Internacional de Noruega (CICERO) en Oslo, sostiene que con la emergencia climática esa disociación es cada vez más difícil de mantener. En una entrevista para la revista norteamericana ‘‘Vox’’, apunta que los políticos noruegos no han sido los únicos en crear las condiciones que hicieron posible esta división. El régimen climático internacional les ha ayudado enormemente. El Protocolo de Kioto, por ejemplo, coloca muy claramente la responsabilidad de los gases de efecto invernadero en el país donde se consumen los combustibles fósiles, y no en el país donde se extraen.

La ambición de Noruega de ser un líder internacional en cambio climático está cada vez más reñida con su condición de uno de los mayores exportadores de petróleo y gas del mundo.