Víctor Moreno
Profesor
GAURKOA

«España es de la Virgen del Pilar»

Hubo tipos en el pasado que conocieron de primera mano la relación que la Virgen del Pilar tuvo con la Guerra Civil. Uno de ellos fue el obispo de Pamplona, Olaechea, quien hablaba con ella casi todos los días. Sabíamos que Olaechea tenía en alta estima la consideración de la guerra civil y que elevó a categoría de santa Cruzada, pero ni idea de sus contactos directos con la Virgen del Pilar, pues, si no es así, dígase entonces, cómo se atrevió a decir que Franco ganó la guerra gracias a Ella. Tal novedad, suponemos que revelada en un rapto místico, la comunicó a la prensa el 12 de octubre de 1939, al término de la Cruzada, vía Boletín Eclesiástico de la Diócesis.

En esa fecha, Olaechea glosó la festividad de «la Virgen Capitana de Zaragoza, gracias a la cual España salió invicta durante la santa Cruzada». De no haber intervenido, España se hubiese encontrado en medio de una tragedia terrible. Pero España, «morada de su ancianidad, la nación de sus desvelos, formaba parte de los designios de la Providencia». Es una pena que, dada la facundia e imaginación del obispo, no se esforzara en describir la forma específica de intervención de esta Virgen.

Por el contrario, el panorama resultante, caso de que los rojos hubiesen ganado la guerra era el apocalipsis, lo dibujaría con pelos y señales: «Imaginaos lo que hubiera sido de España, si el marxismo hubiera logrado sojuzgarla por completo. Todavía en los lugares dominados por él, a hurtadillas y con no pocos azares, pudieron algunos sacerdotes administrar los sacramentos y mantener vivo el espíritu de la fe, pero, dueños absolutos a destruir, templos, sagrarios y a perseguir a los ministros de Dios, solo por serlo, ¿qué vestigios quedarían de la Religión? No se podría enseñar el catecismo ni en las escuelas, ni en las Iglesias, ni en centros y suburbios, no se podría nombrar a Dios ni invocar su autoridad; no se permitiría bendecir los matrimonios, rezar por los muertos, arrodillarse ante el sacerdote implorando el perdón de las culpas».

Sin duda. Y, además, hubiese sido horrible y hubiese puesto en entredicho la revelación divina. A fin de cuentas, ¿qué le importaba a la Virgen el dolor de las familias de los 3.400 asesinados navarros? Además, su hipotético dolor, eran alimañas, no se olvide, no se podía comparar con el sufrimiento de los cruzados que, caso de perder la guerra, no hubiesen dispuesto de un cura que les perdonase la culpa por haber asesinado a sus vecinos. Olaechea detallará, incluso, el infierno que hubiesen sufrido los católicos caso de caer en las garras de los rojos. Paradójicamente, el escenario que describe se parecía mucho al que los republicanos padecieron cuando fueron asesinados: «Los pocos católicos supervivientes, escapados a la acción cruel e implacable del odio antirreligioso), se habrían visto aislados sin el consuelo y la resignación sugerida por el representante divino, sin la fortaleza contra las seducciones, sin la caridad que remedia las miserias del cuerpo y del espíritu, con la única esperanza de ser exterminados pronto: se hallarían como se hallaron tantos hermanos nuestros, desarmados, con la perspectiva de la cárcel, del suplicio de la muerte, por profesar la fe, por conservar la integridad y la pureza de las costumbres, solos, con el cielo cerrado, las nubes plomizas, los rostros torvos de los verdugos, el lúgubre y siniestro fulgor de los incendios, las lejanas denotaciones de las ametralladoras y los ayes lastimeros de los que sucumbían».

Menos mal que España, y ya no digamos Navarra, se vio libre «milagrosamente» –una forma literaria de llamar así al armamento alemán e italiano–, de caer en las garras del marxismo. Según, Olaechea, «Ella nos ha salvado. Sin ella, como dijo el Caudillo, no hubiéramos logrado los laureles del triunfo, ni hubiéramos librado a la Patria de la indigna prisión y de la baja mediocridad a que, en todos sus órdenes nacionales e internacionales, se hallaba sometida». El Dictador había dicho que «España es de la Virgen del Pilar», «ella sintetiza lo más puro y más recio del espíritu español» y, para decirlo de una vez por todas, «España sin la virgen del Pilar no sería España».

Si se repasa la historia de España, muy recomendable en este contexto el libro de Giménez Caballero, “España Nuestra” (1943), toparemos con miles de héroes que la engrandecieron. Pero para Olaechea nada de lo sucedido hasta la fecha era comparable con la intervención de la Virgen del Pilar en beneficio del Glorioso Ejército Nacional. ¡Con la de milagros que venía haciendo Nuestra Señora, desde Gonzalo de Berceo! Pues ya ven: «Este singular beneficio, el mayor, sin duda, de nuestra historia (...) convierte el Pilar en promesa de la fe perdurable de España y base, la más fuerte y la más bella, de nuestra unidad nacional».

La fe. Base de nuestra unidad nacional. O, lo que es lo mismo, nacionalcatolicismo andante. Olaechea cerrará su melopea teocrática diciendo que «Navarra entera fue escogida por la Virgen del Pilar para llevar a España el calor de la Cruzada» (“Arriba España”, “Diario de Navarra”, “El Pensamiento navarro”, 16.12.1939). Lo que es de agradecer. Porque menudo marrón nos hubiese endilgado a los navarros caso de atribuir ese milagro a san Fermín o san Francisco Javier. Aunque ya puestos, ¿alguien duda que, para los golpistas, Fermín y Javier no fueron requetés? Hubiese sido un despropósito teológico.

Para Olaechea, «la divina mediadora se erigió sobre la variedad de los pueblos que componen la unidad de la raza esparcida en dos hemisferios, como excelsa Patrona de las Españas», haciendo añicos la pluralidad confesional y el respeto a las distintas creencias de la sociedad, que consagraba el Estado Laico de la II República. La Dictadura convirtió la devoción popular mariana en un medio populista y demagógico para movilizar las masas en su lucha contra el comunismo, este en permanente insomnio y acechante.

Y no terminarían ahí los desbarres conceptuales. Pero ninguno como el fijado por “Diario de Navarra”, al afirmar que «España bajo el patriarcado insustituible de la Santísima Virgen del Pilar, continúa hoy con su misión de Fe y de Civilización del Universo como baluarte de los únicos principios salvadores de la Humanidad». (12.10.1958). Una Virgen Patriarca, sí señor. Con un par y un fusil.