AFP-GARA
Estocolmo
EFECTOS DEL CAMBIO CLIMÁTICO

EL PERMAFROST, LA «BOMBA DE RELOJERÍA» DEL CAMBIO CLIMÁTICO

Los gases de efecto invernadero que escapan del permafrost debido al calentamiento global pueden contribuir a crear un temible círculo vicioso. Al descongelarse, esta capa de suelo que ha permanecido helada durante miles de años libera burbujas de CO2 y metano. Sus efectos ya son visibles en el norte de Suecia.

Protegida por altas montañas nevadas, Stordalen es una meseta pantanosa y plana, salpicada de pequeños estanques de barro y lodo. Un olor a huevo podrido se esparce en el aire fresco de este rincón del norte de Suecia. Aquí, en el interior del Círculo Polar Ártico, a unos 10 kilómetros al este del pequeño pueblo de Abisko, el calentamiento global avanza tres veces más rápido que en el resto del mundo.

En esos pantanos cubiertos por hierbas y arbustos, que se visten con bayas azules y naranjas y flores blancas, la presencia de un hombre vestido de astronauta muestra la insospechada importancia científica de este lugar perdido en los confines del mundo. El investigador Keith Larson camina sobre listones de madera colocados para circular sobre los estanques pantanosos, donde pueden observarse pequeñas burbujas de aire que emergen a la superficie. Aquí, los científicos estudian el permafrost, la capa del suelo congelada de manera permanente. Y es que la descongelación del permafrost es una «bomba de relojería» climática, según advierte la comunidad científica.

«Cuando los investigadores comenzaron a examinar estas tierras (en la década de 1970), esos estanques no existían», explica Larson, coordinador de proyecto para el Centro de Investigación de Impactos Climáticos de la Universidad de Umea, con base en la Estación de Investigación Científica de Abisko. «El olor del ácido sulfhídrico, que está mezclado con el metano que se escapa del suelo, tampoco lo sintieron tanto como lo hacemos nosotros hoy en día», añade.

Un temible círculo vicioso

Larson introduce una barra de metal en el suelo para llegar a la capa «activa» del permafrost, la parte que se descongela en verano. Esta capa del suelo que permanece congelada de manera permanente al menos dos años consecutivos está presente en cerca de un cuarto de la superficie del hemisferio norte. En Abisko, el permafrost tiene hasta una decena de metros de espesor y se remonta a miles de años. En Siberia puede alcanzar un kilómetro de profundidad y cientos de miles de años de congelación.

Pero con el aumento de las temperaturas, el permafrost comienza a descongelarse. Con ello, las bacterias descomponen la biomasa almacenada en la tierra congelada, lo que provoca nuevas emisiones de CO2 y de metano, que a su vez aceleran el calentamiento climático en un temible círculo vicioso. En el pantano vecino de Storflaket, más pequeño, la investigadora Margareta Johansson inspecciona el permafrost desde hace 13 años y constata que la capa activa que se descongela en verano aumenta cada año. «Desde que comenzaron las mediciones en 1978, aumenta entre siete y trece centímetros cada diez años», explica a AFP esta geofísica de la Universidad de Lund.

«Este congelador que conservó las plantas congeladas durante miles de años almacenó el carbono que ahora se libera a medida que la capa activa aumenta de espesor», precisa.

Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, el permafrost podría retroceder «significativamente» de aquí a 2100 si no se reducen las emisiones de CO2. La temperatura anual media en el Ártico ha subido 3,1 grados en los últimos 50 años, mientras que para el conjunto del planeta ha sido de 1 grado, como advirtió en mayo el Programa de Vigilancia y Evaluación del Ártico (AMAP).

La cuestión es determinar si el permafrost ha alcanzado el temido punto de no retorno hacia una desaparición lenta y completa en la que la liberación de gases sería ineluctable y el cambio del ecosistema sería irreversible. Los científicos ya están preocupados, por ejemplo, al ver cómo la selva amazónica se transforma en sabana o como los casquetes glaciares de Groenlandia y la Antártida van desapareciendo. «Si todo el carbono congelado se escapase, triplicaría la concentración (de ese gas) en la atmósfera», apunta Gustaf Hugelius, experto en los ciclos del carbono y el permafrost en la Universidad de Estocolmo. Pero esto no ocurriría de repente y de una sola vez, sino con el correr de décadas y siglos, puntualiza.

El principal problema del permafrost es que la descongelación continuará incluso si cesan de inmediato todas las emisiones humanas. «Justo acabamos de comenzar a activar un sistema que va a reaccionar durante mucho tiempo», indica Hugelius.

Grietas en el suelo

En Abisko, pequeña localidad lacustre de casas rojas tradicionales visitada por las auroras boreales, las señales de retroceso del permafrost ya son visibles. Hay grietas en el suelo y pequeños deslizamiento de tierra. Además, los postes telefónicos se inclinan por el efecto de estos movimientos. En Alaska, donde el permafrost está presente bajo el 85% del territorio, su descongelación destruye carreteras. En Siberia, ciudades enteras comienzan a resquebrajarse por los deslizamientos de los cimientos y en Yakutsk (300.000 habitantes), la ciudad más grande del mundo construida sobre permafrost, algunos edificios ya han resultado destruidos.

El deterioro del permafrost también plantea otros riesgos para las poblaciones y amenaza infraestructuras como cañerías de agua y desagües, oleoductos y depósitos de almacenamiento de desechos químicos o radiactivos, como recoge un informe del Ministerio ruso de Medio Ambiente de 2019.

El año pasado, un depósito de combustible se quebró después de que sus cimientos se hundieran de manera repentina en el suelo cerca de Norilsk, en Siberia, vertiendo 21.000 toneladas de gasóleo en los ríos.

En todo el Ártico, la descongelación del permafrost podría afectar hasta a dos tercios de la infraestructura de aquí a 2050, según un borrador del IPCC al que tuvo acceso AFP en junio y que debe ser publicado en 2022. Más de 1.200 ciudades y pueblos, 36.000 edificios y cuatro millones de personas se verían afectadas.

Ya no es la cumbre más alta de Suecia

«Aquí criamos renos desde hace al menos mil años», relata Tomas Kuhmunen, miembro de la comunidad sami, un pueblo autóctono de esta parte del norte de Suecia. Este hombre de 34 años señala los alrededores desde la cumbre de la montaña Luossavaara, que domina la ciudad minera de Kiruna.

En los últimos dos siglos, las criadores de renos ya han tenido que adecuarse a la colonización de sus tierras y la aparición de carreteras, ferrocarriles y minas. Ahora, se enfrentan a los efectos del calentamiento climático.

A 70 kilómetros de allí, en el espectacular pico sur del macizo de Kebnekaise, Ninis Rsqvist también ha visto con sus propios ojos el efecto del calentamiento climático en el Ártico año tras año. Ágil como una cabra, esta glacióloga de 61 años escala la montaña para colocar una antena en la nieve fresca con el objetivo de medir la altitud.

Incluso antes de obtener la respuesta, sabe que el glaciar, ubicado 150 kilómetros al norte del Círculo Ártico, ha perdido talla con respecto a la anterior medición. Desde los años 70 la cumbre se ha dejado más de 20 metros y el GPS ya solo indica 2.094,8 metros de altitud. Hace dos años, este pico perdió su título de cumbre más alta de Suecia.

«En los últimos 30 años se ha derretido más rápido que antes, y en los últimos diez aún más», explica a AFP esta profesora de la Universidad de Estocolmo. Los veranos han sido inhabitualmente cálidos, subraya, registrándose este verano picos de 30 a 35 grados en el norte de Escandinavia.

Probablemente, la mayoría de los glaciares suecos ya están condenados, incluso si allí el impacto no será tan desastroso como en otras partes. Pero es una fuerte señal de alarma para el resto del mundo.