GARA
PARIS

La Baker entra en el Panteón y de su mano, sus combates por la libertad

46 años después de su fallecimiento, en 1975, Josephine Baker, o mejor dicho, el cenotafio de la que fuera artista de music-hall, colaboradora de la Resistencia y militante antirracista reposa desde ayer tarde en el Panteón, en París. Un reconocimiento a una mujer que rompió las barreras, en el escennario, pero que hizo saltar también los esterotipos a la hora de «abrazar todos los combates justos que marcaron su tiempo», remarcó Emmanuel Macron.

“Me revoilà Paris”, una de sus más célebres canciones, sonó al inicio de la ceremonia solemne en la que el cenotafio, que no contiene los restos de Josephine Baker, pero sí cuatro puñados de tierra, a saber, de su localidad natal, Saint-Louis (EEUU), del París que le dio la gloria, del castillo en que vivió en Dordoña y del Mónaco en que terminó sus días, entró en el «templo laico» de la República francesa.

Mujer, negra, artista de éxito en París pese a su origen extranjero, colaboradora de la Resistencia y militante por los derechos civiles, Baker compartirá Panteón con 80 personajes ilustres, de los que es la sexta mujer. Sucede en ese honor a la superviviente de los campos nazis y artífice de la ley que regula el derecho al aborto, Simone Veil, que entró en el imponente edificio neoclásico en 2018.

Para Brian Bouillon-Baker, uno de los doce hijos adoptados por Josephine Baker, de los que viven once, la panteonización marcó «un día de gloria y de emoción». Su familia y sus compañeros de profesión o de luchas ocuparon un lugar de honor entre las centenares de personalidades reunidas para escuchar el discurso en el que el presidente francés, Emmanuel Macron, glosó, sin ocultar los claroscuros, la vida de «una artista de renombre mundial, comprometida en la Resistencia e incansable militante antirracista, que hizo suyos todos los combates que unen a las personas de buena voluntad, tanto en Francia como en el mundo».

Ya el pasado 23 de agosto, cuando anunció su entrada en el Panteón, el jefe del Estado francés consideró a la estrella de music-hall nacida en el sur de Estados Unidos «la encarnación del espíritu francés». El portavoz del Gobierno, Gabriel Attali, remataba en los micrófonos de Europe 1 que «Josephine Baker es un magnífico símbolo, ya que encarna ese amor por Francia que puede emanar también de personas no nacidas aquí».

En plena batalla por la bandera electoral de la ultraderecha, que le disputa el polemista Eric Zemmour, la presidenta de Rassemblement National (RN), Marine Le Pen, expresó su satisfacción por el reconocimiento a la militante antirracista francoamericana dando eco a una de sus frases en la que afirmó que «Francia no es mi país de adopción, es simplemente mi país».

Nacida el 3 de junio de 1906 en Saint-Louis (Missouri) Josephine Baker fue la hija de una mujer amerindia negra y de un padre inmigrante europeo. A los 19 años abandonó ese hogar para, tratando de dejar atrás la segregación racial, tentar su suerte y se convirtió en la primera vedette negra del teatro de los Campos Elíseos en París.

En 1937 obtuvo la nacionalidad francesa y se asentó en el Hexágono. Desde su casa de Dordoña se puso al servicio de la Resistencia, de ahí que ayer sonara en su honor el Canto de los Partisanos. Macron elogió su lucha por la libertad, su compromiso con la igualdad, y su amor a la nación, lo que a cinco meses de la presidencial, cobra una significación precisa, por más que el Elíseo restara «calado político a la panteonización de una mujer ejemplar».