Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «El caso Villa Caprice»

El abogado del diablo

Un curtido realizador como Bernard Stora al servicio de un guion de hierro, escrito por él mismo y PascaleRobert-Diard, cronista judicial del diario Le Monde, no tiene problemas para construir un relato perfectamente documentado y sin fisuras, que recrea paso a paso como acaban saliendo a la luz los casos de corrupción. Eso, y acogerse a la tradición narrativa de suspense legada por el maestro Chabrol, que nunca falla. No es la prensa, no es la policía, tampoco la oposión política, quien destapa el entramado de favores, sobornos y amiguismo. Al igual que en la vida real casi siempre hay un soplo de por medio, por parte de alguien sediento de venganza que filtra la información. En “Villa Caprice” (2020) es la mujer (Éva Darlan) de un político infiel (Yves Jacques) la que suelta la liebre, por lo que esta historia comienza con una dimisión. Con la caída del mandatario su amigo millonario (Patrick Bruel) se queda sin apoyos, lo que obliga al capo en cuestión a contratar los servicios de un veterano abogado (Niels Arestrup) de métodos al borde de la legalidad.

El letrado hace su trabajo, y hasta se puede comprender que haya acabado contagiándose de las prácticas delictivas de sus clientes, ya que esta especializado en delitos financieros. Lo que la película se pregunta, al inspirarse en la figura real del abogado Olivier Metzner que en el 2013 se quitó la vida, es si realmente en su profesión uno se puede mantener por encima del bien y del mal.

Del otro lado está su antagonista, y cuesta ponerse en el lugar de esta gente a la que tanto atraen las intrigas de poder. Por mantener su vida de lujo son capaces de formar parte de una cadena de chantajes y componendas que implica a terceras, cuartas y quintas personas. No hay nada legítimo en su proceder, y la mansión del título en la Costa Azul se convierte en el símbolo de lo que se conoce como la cultura del pelotazo.