Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista
GAURKOA

Poder aberrante

Aquello que nos parece significativo se torna visible e importante. Un ejemplo de este mecanismo atencional selectivo lo podemos vivir en propias carnes cuando, por una lesión, tenemos que usar muletas y, de repente, «descubrimos» que hay mucha gente que lleva muletas. Aquello que se vuelve significativo se torna visible. ¿No estaba antes? Sí que estaba, pero no era significativo porque no estábamos en esa situación. Este proceso cerebral tiene relación, pero no es exactamente lo mismo, con no tener el concepto para nombrar algo. El conocimiento es sensibilidad, ejemplo de ello es lo rápido que hemos aprendido sobre el coronavirus y el pastizal dedicado a su conocimiento. Éramos sensibles a ello porque nos afectaba.

No es lo mismo desconocer que descubrir que lo que hemos vivido como normal no solo es una irracionalidad sino que, de pronto, se torne una aberración. Llevamos mucho tiempo construyendo narrativas que tengan el poder de calar en la «sensibilidad social» sobre lo que son los abusos, las violaciones, en definitiva, el uso de cuerpos como meros objetos. Muchas de esas violaciones están vinculadas con estructuras de poder como la Iglesia católica. La iglesia de Vizcaya o el arzobispado de Madrid, han seguido diferentes caminos al oficialista, asumiendo no solo la responsabilidad sino el deber de actuar. La Conferencia Episcopal ha decidido abrir una investigación «interna» con un despacho de abogados vinculado al Opus Dei. El punto de partida sigue siendo más opaco que transparente y sobre todo deja a las víctimas al margen. Víctimas, por cierto, que son las que han destapado lo que era imposible que fuera opaco para una institución tan «controlada».

Otros espacios, también de poder, al menos en el plano de lo simbólico para la construcción de la fratría masculina, como es sin duda en la actualidad el mundo de fútbol, son un reguero de casos de violencia machista. El último caso conocido es el del entrenador del Rayo Vallecano femenino, C. Santiso, que instó, a modo de «broma», a una violación grupal porque eso es lo que más puede «unir» al equipo técnico, eso sí, había que asegurarse de que no fueran menores, «para no tener problemas». Ya ven, incluso los machirulos tienen límites. Aunque en este caso eran más por salvaguardar la impunidad, como reconocía el propio Santiso, que por el hecho de tener límites.

Ya he mencionado varias veces el concepto de presentismo, que impediría juzgar el pasado con los valores del presente, pero es que de lo que estamos hablando no solo incumbe al pasado, como vemos, sino que tiene que ver con ese continuum patriarcal de lo que responde al orden de lo normal, de las «relaciones» que siguen siendo leídas como sexuales cuando deberían ser leídas como ejercicio de un poder aberrante.

Una de las tareas del feminismo ha sido, precisamente, cuestionar lo que el patriarcado quería consolidar como verdad absoluta que acarreaba un destino inevitable que nos conducía a soportar, como buenamente pudiésemos, la carga de ser mujer. Dice C. Amorós que la hermenéutica consiste en luchar contra las imágenes creadas por el patriarcado para irracionalizar lo que vemos, resignificarlo y crear así una visión nueva. Porque una cosa es no tener las claves para interpretar la realidad, por desconocimiento, y otra, considerar como normal lo que debería ser una aberración. La lectura de normalidad, de minimización, de la broma, implica complicidad porque acaban justificando la aberración.

Las narrativas patriarcales actuales se expresan entre el negacionismo, el presentismo y también en cómo se cuentan las violencias desde meros planos físicos. Hace unas semanas, un periodista de la Ser contaba sobre Shuai Peng, la tenista que acusó al exvicepresidente de su país, Zhang Gaoli, de abusos sexuales, que es difícil de entender la acusación de violación, con los poderosos brazos de la tenista frente a un anciano de 75 años, aunque previamente había asegurado que la tenista era una «mujer frágil» de la que parece que sí se aprovechó Gaoli. Inicialmente, había indicado que no podemos ver con los «ojos occidentales» lo que ocurre en China. Es curioso, que no se le ocurra replantearse que cómo interpreta él la violencia machista tiene mucho que ver con «sus ojos masculinos de guerrero». O podría ser que el periodista presente un estado llamado «ceguera experiencial», al no haber vivido determinadas experiencias no podemos dotarlas de significado. La falta de experiencia puede ser el origen de su interpretación, como podría ser en el caso de una esclava a la que le cueste sentir el deseo de libertad, es difícil anhelar lo que no se conoce. Por eso el feminismo pasa también por la experiencia que nos retroalimenta para pensar sobre los conceptos.

Hemos de recordar que lo que ahora definimos como violencia en el pasado no lo fue. Tras la definición de lo que hoy consideramos como un delito que vulnera los derechos de las mujeres ha habido todo un proceso de activismo feminista que sigue produciendo conceptos para entender nuestro pasado y nuestro presente. De ello dependerá que tengamos capacidad para actuar y asumir las consecuencias de lo que (no) hacemos. Para que pedir perdón, como han hecho Santino o El Vaticano, no sea como el perdón de los niños chicos en el cole que al darse la vuelta continúan en lo mismo, porque no hay una verdadera asunción de la necesidad del cambio, del compromiso de no repetición.

Si, como señalaba antes, el conocimiento llega a través de la sensibilidad, los conceptos emocionales nos ayudan a entender el significado de las cosas que nos importan, pero también necesitamos del contexto sociocultural que tiñe nuestras experiencias y las torna «visibles» dentro del consenso social de aquello que es importante en nuestra sociedad. Por eso solemos decir que «una vez que se empieza a ver ya no se puede dejar de ver». Una puede aprender a vivir con sus contradicciones, pero ya no hay lugar donde justificarlas.

Por cierto, ¿es lo mismo una invasión militar que una guerra?