Ion SALGADO
«HISTORIAS DE LA CÁRCEL»

DISCRIMINACIÓN, DROGAS Y ESPERANZA; LAS CÁMARAS ENTRAN EN ZABALLA

ZABALLA ACOGIÓ AYER EL ESTRENO DE UN DOCUMENTAL DIRIGIDO POR EIDER HURTADO. GARA ASISTIÓ A LA PREMIERE Y PUDO HABLAR CON ALGUNOS DE LOS PROTAGONISTAS, PRESOS Y PRESAS EN LA CÁRCEL ALAVESA. CUENTAN HISTORIAS MARCADAS POR EL RACISMO, EL MACHISMO Y LA DROGADICCIÓN. TODO CON UN HILO CONDUCTOR: LA ESPERANZA.

Zaballa es una mole gris de tejados verdes que ocupa una superficie de 80.000 metros cuadrados, en la que viven prisioneras más de 700 personas. Su día a día transcurre de espaldas a una sociedad que en ocasiones prefiere no saber lo que ocurre en el interior de los muros. Como el director de la prisión reconoce, el penal alavés «es un gran desconocido», o mejor dicho, «el gran desconocido».

Un equipo de televisión dirigido por Eider Hurtado ha tenido la oportunidad de entrar en la cárcel para conversar con las personas presas y filmar un documental que será emitido hoy en el programa ‘Aquí y ahora’, de ETB. El preestreno tuvo lugar ayer en Zaballa, en presencia de presos y periodistas. GARA tuvo la oportunidad de hablar con algunos de los protagonistas, que narraron su vida en prisión y dieron cuenta de sus esperanzas. Confían en tener una nueva oportunidad, en libertad.

Este es el caso de Asier, que lleva cuatro años preso por varios delitos relacionados con drogas. Ya no consume estupefacientes, pero reconoce que en Zaballa se pueden comprar, «como en todas las cárceles». Las drogas y el consumo no controlado de medicamentos han supuesto un gran problema en la prisión, y son muchos los presos fallecidos de sobredosis.

En 2020 un juzgado instó a Lakua a tomar medidas, y Asier reconoce que se han dado pasos, «pero siempre hay alguno que la saca», en alusión a la medicación. Considera que es necesario un mayor control para así evitar los «trapicheos» que se dan en módulos como el suyo, un «módulo residencial».

El covid, «muy duro»

Asevera que en los mismos impera la ley del silencio. «Lo arreglamos dentro del modulo, pero mejor callar», indica, aunque reconoce que también «se puede estar bien». Pone como ejemplo de compañerismo lo ocurrido durante la pandemia, cuando los presos trabajaron juntos para subir la comida a las celdas. «Fue muy duro», remarca antes de señalar que su módulo estuvo dos veces aislado. «Cárcel dentro de la cárcel».

La pandemia ha supuesto un freno en sus posibilidades de salir de la prisión. Disfrutaba de permisos para cuidar de sus padres enfermos, pero «ahora con el covid prefiero no salir por el tema de las cuarentenas». No obstante, sus esperanzas están puestas en abandonar la cárcel cuanto antes: «No tengo partes, tengo hojas meritorias y llevo una vida ordenada, es de lo que se trata. Estoy con ánimo y sigo para adelante».

Un ánimo compartido por Bouchefra, un joven de 23 años que llegó de Marruecos a Bilbo siendo menor. Está en la cárcel por robos y hasta hace poco no informó a su familia de que había sido encarcelado. Dentro de poco les verá por primera vez en ocho años, y desea que el encuentro se pueda dar fuera de los muros de la prisión.

Quiere permanecer en Euskal Herria cuando recupere la libertad. Buscar un trabajo, formar una familia y hacer «una vida normal». Pero tiene miedo de ser deportado. Sus palabras muestran la resignación de una persona que trata de prosperar en una país que no está exento de racismo y xenofobia.

Como tampoco lo está de machismo. Bien lo sabe Iratxe, una mujer natural de Barakaldo que lleva siete años en prisión. Sufrió violencia machista, como el 80% de las mujeres presas. Dentro de poco solicitará el tercer grado, que le corresponde por el tiempo transcurrido en prisión, «pero no sé qué pensará la Junta de Tratamiento».

Cuando salga quiere recuperar la tutela de sus dos hijos, de 13 y 10 años, que a día de hoy viven con una tía materna. Y también quiere abrir un bar. Ese es su futuro. Su presente está con su pareja, otro preso con el que comenzó una relación hace cinco meses. El día 25 mayo tendrán su primer vis a vis.