Fátima Andreo Vázquez
KOLABORAZIOA

Segundas oportunidades

A veces me parece que estamos viviendo en el final de “Cien años de soledad”. Cuando el último Aureliano por fin consigue descifrar los pergaminos de Melquíades, todos sus secretos, justo en el momento en que Macondo es arrasado y sepultado por un huracán, «porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra». ¿Tendremos los humanos la nuestra?

Vivimos un momento muy intenso en descubrimientos, que cada vez nos desvelan más misterios sobre el ser humano y nuestro entorno. Recientemente el mapa de todo el genoma humano, finalmente ha sido descifrado, revelando regiones ocultas hasta ahora. El Hubble nos mostraba un agujero negro que crea estrellas en lugar de engullirlas y un nuevo descubrimiento ponía en tela de juicio la definición de las enanas blancas, así como una de las principales técnicas que utilizan los astrónomos para determinar la edad de las estrellas, lo que podría ayudar a predecir el fin del universo.

Se ha dejado atrás la creencia de que los neandertales no fueran capaces de expresarse artísticamente y un reciente hallazgo sugiere que convivieron durante 10.000 años con los humanos modernos en Europa. Aparte de que ya está admitido que los humanos modernos tienen una pequeña cantidad de ADN neandertal, lo que indicaría que las dos especies se cruzaron.

Otras investigaciones concluyen que existe un mecanismo que promueve la generación de nuevas neuronas a lo largo de toda la vida, desechando la anterior creencia de que estas desaparecían de forma irremediable y progresiva, como parte del proceso natural de envejecimiento.

Aparte del logro de conseguir vacunas en unos plazos increíbles y de los avances que se esperan de la aplicación de la inteligencia artificial, la robótica, o la tecnología ARNm en la medicina.

Se ha descubierto un material que abre la posibilidad de fabricar circuitos cuánticos. Algo que al parecer permitiría llegar a los computadores cuánticos, que podrían almacenar mucha más información que los bits binarios (0, 1) y realizar varios procesos simultáneamente. Capacidad que a su vez permitiría resolver importantes misterios de la física, la química y la biología.

Todo esto y muchos más avances en diversas áreas (solo hemos mencionado unos pocos) nos puede hacer pensar que cada vez nos acercamos más a un conocimiento completo sobre la realidad; que, como el último Aureliano, estamos a punto de descifrar por fin el mundo en que vivimos. A la vez que nos acercamos más a la destrucción del mismo.

Porque la posibilidad de que esos conocimientos se pierdan en la nada tras la desaparición de nuestra especie es cada vez más alta. Y sin que podamos aducir desconocimiento en nuestra defensa. Ya que en este caso, al contrario que en la novela colombiana, el fin no vendría de una catástrofe externa, sino que lo estaríamos persiguiendo concienzudamente durante años. (Y ya que hablamos de Colombia, un recuerdo a los miles de «falsos positivos», campesinos asesinados por orden el gobierno de Uribe para hacerlos pasar por «éxitos» del Ejército en su lucha contra la guerrilla; descubrimiento macabro aunque, desgraciadamente, no tan sorprendente, sobre los límites de la política y hasta dónde se puede llegar por mantener el poder).

Como es natural, entre la comunidad científica también hay quien se lía la manta a la cabeza y ante las evidencias de un colapso inminente se vuelven activistas, abandonan la universidad y se echan a la calle a protestar pidiendo a la clase política que actúe ya y evite el ecocidio (acción de Scientist Rebellion en abril en todo el mundo). Porque la destrucción no es un acontecimiento ineludible. Todavía podemos escapar, todavía estamos a tiempo.

Pero pareciera que el destino nos empuja a ello, haciendo que se minimicen las señales de alarma (al menos para quienes cuentan con posibilidades reales de influencia). Así que, con cara de idiotas (como personajes de “Don’t look up”), miramos con asombro cómo intereses económicos, particulares pero poderosos, interfieren continuamente en una posible buena resolución de la situación que suponga la salvación del planeta tal como lo conocemos y el bienestar de la mayoría de la población. Aunque no nos engañemos, con la complicidad de nuestros pequeños intereses, de nuestra necesidad de comprar cosas que no necesitamos, de no bajar nuestro nivel (que no calidad) de vida, de no querer, tampoco nosotras, hacer los cambios que deberíamos para contribuir a detener el desastre.

Después de tantas guerras, de tantos personajes, de tantos amores, la novela tiene un final apocalíptico. Esperemos que nuestro futuro, con todas las amenazas que se ciernen sobre él, sea diferente.