E Lprincipal defecto de “La maniobra de la tortuga” radica en el desequilibrio constante de un guion que cuenta con excelentes mimbres pero que nunca llega a buen puerto en su intento por fusionar cine social y thriller. En su apariencia de thriller, la película se amolda a los cánones del género negro. Todo ello simbolizado en la figura de un policía marcado por la muerte de su hija y que se encuentra en plena deriva autodestructiva y es visto muy mal por sus superiores. El protagonista, interpretado por Fred Tatien, encontrará su redención personal cuando se embarque en la caza y captura del asesino de una joven. En lo relativo a su apariencia de cine social, esta la encontramos en la lacra que supone la violencia machista y que en el filme lo encontramos presente justo al lado del piso del protagonista. Su vecina –Natalia de Molina– está atemorizada ante la inminente salida de la cárcel de su excompañero sentimental. Escenificada en una Cádiz penumbrosa –todo un logro si tenemos presente que se trata de una ciudad siempre asociada a la luz–, la película conecta en su vertiente de cine social con la primera y excelente película de su director, “Techo y comida” (2015), pero se queda a mitad de camino de sus más que interesantes intenciones debido a lo forzado de la situación que debería unir a los dos protagonistas que recorren dos historias paralelas, dos personajes marcados en alma y cuerpo y destinados, por capricho de un guion que fuerza las situaciones de manera antinatural, a encontrarse. Visualmente, la película goza de un logrado acabado y Juan Miguel del Castillo se descubre en este su segundo filme como un autor que sabe desenvolverse en las distancias cortas. En su conjunto, da la sensación que prima es la de un cineasta que ha apostado más por incidir en su aspecto de drama social y que deja en un segundo plano su vertiente policíaca. Algo que no casa muy bien si se tiene en cuenta que, en realidad, se trata de un thriller de reminiscencias clásicas.