A.E.
BILBO

Príncipe de Viana para Pedro Salaberri, un pintor en armonía

El premio Príncipe de Viana de la Cultura 2022 ha recaído en Pedro Salaberri (Iruñea, 1947), un pintor cuya obra se nutre de disciplinas como el teatro y la arquitectura, y que discurre sobre un mismo hilo conductor: la visión de la naturaleza como sanadora.

«Yo no tengo un carácter que me permita estar en conflicto; yo necesito estar en armonía», reconoce Pedro Salaberri en el documental “Refugios” (2009). Tal vez por su forma de ser, por una cuestión generacional –«soy de la generación hippie, con esa idea romántica de que la madre naturaleza está llena de bienes»– o por, simplemente, por ese gusto tiene por andar y por perderse por el monte, la cuestión es que ve el paisaje de otra forma: el suyo es un paisaje cercano pero también reinventado, casi geométrico. El pintor iruindarra ha ido construyendo una obra serena, con cuadros que invitan a la meditación y a la contemplación, a dejarse llevar, a mirar lo que nos rodea con otros ojos.

Pedro Salaberri fue elegido ganador del premio Príncipe de Viana de la Cultura de este año frente a las candidaturas de los músicos Enrique Villarreal “El Drogas” y José Luis Lizarraga, y el economista Josu Imanol Delgado. El de Promoción del Talento Artístico recayó en la soprano Sofía Esparza Jaúregui.

En declaraciones a la prensa en su estudio de la calle Pozoblanco y feliz por el reconocimiento, Salaberri reconoció ayer que desde hace años ya no sufre con el «lienzo en blanco» y destacó que ha llegado a un momento en su carrera artística en la que se limita a «intentar» pintar bien: «Ya he conseguido poner mis ambiciones, mis aspiraciones y mis realidades de acuerdo, de manera que yo ya me acepto, soy lo que soy, no soy más ni menos y ya está. Procuro pintar bien».

El monte y la vanguardia

Nacido en la calle Jarauta, Salaberri era un chaval que empezó copiando los cómics que devoraba y llegó casi por intuición a la Escuela de Artes y Oficios de Iruñea. Allí, lo explica en “Refugios” (2009), empezó a pintar cuadros geométricos impulsado por su gusto por la arquitectura –«me gusta el orden, planificar las cosas»–; aunque lo dejó, para retomarlo en su madurez, impulsado por la necesidad de ser «más narrativo, fijarme en lo que tenía cerca».

Estas son quizás las dos claves de su obra. Otra, su participación en los Encuentros Internacionales de Pamplona de 1972, que supusieron todo un punto de inflexión en el mundo artístico estatal en los últimos años del franquismo. Era la ruptura con lo anterior, el surgimiento de una vanguardia.

Entre los participantes estaban los jóvenes que arrancaban entonces en Nafarroa, una generación de artistas como Xabier Morras, Mariano Royo o el propio Salaberri. «Había una especie de reivindicación de la vida que llevábamos», explica en el documental sobre aquella generación. Eran amigos, se divertían... «nos reíamos la tira, pero posiblemente la pintura que hacíamos no era alegre. Reivindicábamos lo cotidiano y lo cotidiano no era alegre», añade.

Con los años, ha construido una obra que busca comunicarse con quienes miran sus obras y dialogar con otras disciplinas como el teatro y la arquitectura: ha realizado escenografías, carteles teatrales e ilustraciones de portadas y libros; ha hecho murales como los de las piscinas cubiertas de Antsoain, una secuencia de 17 cuadros para la Sala de Bodas de la Audiencia de Iruñea o la intervención en el encofrado de los muros exteriores de Civican... «El teatro me ha enseñado para las exposiciones: ritmos, texturas… la arquitectura, espacios. Disfruto de trabajar con otras gentes, y estoy seguro de que esos afluentes le tienen bien a mi afluente principal, que es la pintura», añade.

Ha participado en 67 exposiciones individuales, así como en 17 exposiciones colectivas, en lugares como Iruñea, Bilbo, Nueva York o Madrid, por citar algunos casos. Ha obtenido premios importantes y no ha perdido el contacto con otros artistas, para los que ha organizado exposiciones.