EDITORIALA
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Borbón; la falta de vergüenza empieza en la desmemoria

En esta época de memes y tik-toks, el retorno a territorio estatal del rey del Régimen del 78 se lo ha puesto difícil a cualquier aspirante a guionista de éxitos virales. El esperpento, el sainete, la comedieta española más casposa palidecen ante la realidad de los hechos protagonizada por Juan Carlos de Borbón y seguida al minuto por un buen número de cámaras. La monarquía como sistema lleva aparejados componentes anacrónicos y ridículos per se, pero la borbónica es una pura parodia no ya de sí misma, sino de todas las fallas del Estado que lidera.

La carcoma representada por ese rey emérito lo corroe todo. O viceversa, es todo un sistema corrompido de origen el que ha terminado provocando esa figura grotesca. La debacle del llamado juancarlismo muestra por ejemplo una -otra– enorme chapuza constitucional, y es que la inviolabilidad que le ha permitido cualquier tipo de desmán está sellada en su artículo 56. Delata a una derecha española que sigue entregada a su defensa sin más motivo que el agradecimiento a los servicios prestados para frenar la democratización pendiente tras la muerte de Franco. Refleja una izquierda acomplejada, que se siente impotente de tocar los pilares del entramado posfranquista. Presenta al Estado español en el exterior como un régimen alejado en esencia de los países de su entorno europeo, ya se mire al norte, al este o al oeste. Y hace visible, sin necesidad de mayor explicación, por qué dos naciones como Euskal Herria y Catalunya son diferentes. Porque tienen valores más igualitarios y progresistas, menos trasnochados y ridículos, valores republicanos.

Operación de Estado fallida

El Gobierno español de coalición intentará paliar daños pero también sale tocado de este dislate, que además solo puede continuar empeorando. La patraña de las cuatro «investigaciones» fiscales, la «marcha voluntaria» a Abu Dhabi o los trucos del actual rey para intentar marcar distancias forman parte de un mismo guion que Moncloa escribe o al menos supervisa. Una operación de salvamento en toda regla, en la que no se trata ya solo de camuflar la deteriorada figura del emérito o de paliar daños en la Casa Real de su sucesor, sino de mantener a flote el relato falsificado de la Transición.

Una operación fallida, claro está. Porque más allá de los delitos fiscales perdonados vía chivatazo fiscal, de las comisiones multimillonarias saudíes inexplicadas, de las impresentables cacerías de elefantes y osos, de la impertinencia en cumbres internacionales, de la falta de escrúpulos pública y privada, de la impunidad en su mayor escala, los escándalos de Juan Carlos de Borbón son solo minucias ante su identidad política como continuador proclamado por Francisco Franco. Es alguien ilegítimo de raíz, y seguramente aquellos polvos hayan contribuido a traer estos lodos, sin menospreciar la capacidad putrefactora del protagonista.

Euskal Herria «non ten rei»

Esto, que tan a menudo se olvida –o directamente se disculpa– en territorio español continúa muy presente en Euskal Herria y Catalunya, igual que entre quienes han salido a las carreteras que llevan a Sanxenxo para mostrar su «Galiza non ten rei». No es casualidad que una de las respuestas más virales a este retorno en Euskal Herria haya sido revivir el ‘Eusko Gudariak’ con que Juan Carlos de Borbón, entonces en sus mejores tiempos, fue recibido en 1981. La izquierda independentista se encargó de ello y sufrió los consiguientes azotes políticos y judiciales, pero hoy día muchos más abertzales e incluso algunos más harán suyo aquel gesto. Y es que, ¿qué acogida podía tener el sucesor de Franco en la Gernika que el fascismo había bombardeado apenas 44 años antes? El Estado español puede no tener vergüenza, pero Euskal Herria sí tiene memoria.

Hoy aquel monarca pasmado de la Casa de Juntas es alguien a quien los suyos propios querrían borrar de su historia. Pero la monarquía buscará regenerarse y reflotar con ello el régimen. Y hasta el lehendakari de la CAV parece haberse apuntado a ese carro con un llamamiento a «republicanizar la monarquía» que no es la primera vez que Iñigo Urkullu expresa. Para un cargo institucional es demoledor olvidar qué, a quiénes, está representando. Para Euskal Herria no es un horizonte regenerar la monarquía española, sino ganar soberanía, democracia, derechos, libertades o igualdad, las mayores cotas posibles. Y eso se llama ser república, república vasca.