EDITORIALA

Una comunidad abierta y solidaria con los migrantes

La migración es una fuente interminable de historias humanas que, algunas veces, terminan trágicamente, pero otras muchas tienen un final feliz. En conjunto, todas ellas describen más a la sociedad a la que llegan las personas migrantes que a las personas que emigran. En ese sentido, la imagen de Euskal Herria que dejan todas esas vivencias es, en cierta manera, contradictoria. Por una parte, está tomando una forma cada vez más dura el particular muro de la vergüenza creado en el río Bidasoa, donde ya han muerto, al menos, nueve personas desde que se restablecieron los controles de paso. A pesar de las protestas, las movilizaciones y las acciones solidarias, el Bidasoa continúa convertido en una frontera que divide Euskal Herria en dos partes y que además ahoga a los migrantes que intentan atravesarlo.

Por otra parte, en este país también se escriben historias solidarias como la que ha permitido a Adama Soumahoro que se revoquen una orden de expulsión y otra que le impedía regresar al Estado francés, al tiempo que recibía un permiso de residencia de un año. Soumahoro llegó siendo menor de edad hace casi cinco años y en todo este tiempo, gracias a la ayuda que la asociación Etorkinekin, este marfileño ha terminado sus estudios y en la actualidad trabaja de pintor artesano. Tras su detención el 3 de junio, asociaciones, sindicatos y partidos políticos de Ipar Euskal Herria, así como el alumnado y profesores del liceo Cantau de Angelu en el que ha estudiado, iniciaron una amplia campaña de solidaridad en la que se recogieron más de 26.000 firmas para frenar la expulsión de Adama, algo que finalmente se ha logrado.

La integración social y profesional, los lazos personales y el deseo de establecerse y vivir en Euskal Herria de Soumahoro, junto con la solidaridad de la comunidad, han sido esta vez mucho más fuertes que la intransigencia de las autoridades y la estupidez policial y burocrática. A pesar de ser un país pequeño, dividido y con la soberanía secuestrada, la sociedad vasca intenta conformar una comunidad acogedora, solidaria y abierta a la gente que sufre, venga de donde venga.