Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «NOSOTROS NO NOS MATAREMOS CON PISTOLAS»

Paella y pólvora existencial

Tomando como referencia la obra teatral homónima de Víctor Sánchez Rodríguez, la cineasta catalana María Ripoll ha logrado una de sus mejores películas. Una curiosa mezcla de thriller afectivo, nostalgia y comedia costumbrista que en su apariencia sigue la línea marcada por pelícuals como “Los amigos de Peter” (1992), de Kenneth Branagh.

En esta variante levantina topamos con el reencuentro de un grupo de amigos que llevaban mucho tiempo sin compartir cervezas y conversaciones. Dicha cita se escenifica en un pequeño pueblo que está a punto de celebrar sus fiestas. La excusa que provocará el encadenado de confesiones que otorga sentido al filme es una paella que está preparando la mujer que ideó este encuentro que sirve, además, para recordar la pérdida de uno de ellos.

Alrededor de la mesa se disparan las confesiones de este grupo de treintañeros que no pueden ocultar el desencanto en el que se encuentran. Los problemas laborales, existenciales y emocionales salpimentan el menú de esta crónica generacional resuelta en algunos tramos con emotividad pero que, en ocasiones, se sirve en exceso de los clichés, como si las conversaciones que comparten las hubiéramos escuchado un millón de veces.

“Nosotros no nos mataremos con pistolas” también cuenta con aroma de western, sobre todo en lo relativo a los planos elegidos por la directora para recrear escenas como la de la llegada del grupo de amigos al pueblo.

La escenografía desértica, en la que también topamos con fábricas olvidadas que cerraron sus puertas, y la banda sonora, también refuerzan ese concepto de western que nunca llega a ser explotado al máximo, al igual que esa sensación de deterioro social en el que parece estar sumido el pueblo.