Aster NAVAS
Profesor de Lengua
KOLABORAZIOA

Ventajas de viajar de noche

En Burgos. Fue a la altura de Burgos cuando a él le asaltó aquella inquietud. Hasta llegar a Burgos ambos habían mantenido el entusiasmo propio de los primeros minutos de las vacaciones, de las primeras horas. Fue en Burgos cuando él se quedó callado, preocupado por esa posibilidad: la de haberse dejado alguna luz, alguna lámpara encendida. Al pelo que estaba el kilowatio...

Habían salido tan precipitadamente, preocupados por tener el coche en doble fila, que no había comprobado ese detalle, el de la luz. Debía al menos haberse asomado al pasillo. Tengo que hacerlo yo todo...

«¿Qué te pasa ahora?», le preguntó ella. Ese «ahora» iba envenenado. Posiblemente si se hubiera ahorrado ese «ahora» y hubiera añadido algún vocativo cariñoso, o simplemente el nombre, la crisis hubiera tardado más en llegar: «¿Qué te pasa, Txema, cariño?». Algo así. Tampoco hacía falta ir más lejos en una pareja de largo recorrido como aquella que podía haber inspirado, salvando las distancias y el océano, “Lost in translation” o “American Beauty”.

«La luz» respondió. «Nos hemos ido de casa sin comprobar la luz». «La (puta) luz» estuvo a punto de decir sintiéndose responsable, pues fue él quien cerró la puerta.

A partir de aquí la conversación podía seguir diferentes derroteros pero como mínimo ese desasosiego terminaría en mal rollo y en silencio. No, el adolescente que tenían atrás y que llevaba ya varios kilómetros denostando todos los planes que tenían para el Alentejo tampoco ayudaba.

Hay una ingeniosa frase de Woody Allen que al llegar agosto me viene a menudo a la cabeza: «Algunos matrimonios terminan bien pero otros duran toda la vida». En muchas ocasiones esa perdurabilidad se debe a la inercia. Y mucho cuidado con la inercia porque -es fácil comprobarlo saltando de un vehículo en marcha- tiene una fuerza considerable. No se limita además a la física o a la mecánica sino que interviene de una manera muy poderosa en nuestra vida y en nuestros afectos. Según Newton, un cuerpo sobre el que no se ejerce ninguna fuerza externa continúa moviéndose a velocidad constante en línea recta. Las vacaciones, la convivencia durante veinticuatro horas, son esa fuerza externa que se carga la ley, que quiebra la línea recta, la tranquilidad, la rutina, el principio del tío Isaac. ¿A qué carajo tiene que venir el verano o la navidad -cuidado también con la navidad- a tocar las narices, a parar en seco, a hacernos saltar del seguro tren de cercanías en que nos movemos el resto del año, a sacarnos de nuestra zona de confort para llevarnos a Porto Covo? ¿Qué carajo hay en Porto Covo para poner en riesgo veinte años de feliz matrimonio, de feliz pareja de hecho?

Y el caso es que la teoría nos la sabemos: la mejor forma de evitar el desastre en esas circunstancias se basa, como apunta el psicólogo Francesc Miralles, en «no hacerlo todo juntos»; el truco consiste en la intermitencia, en los espacios y tiempos personales. «Que corra el aire», dicho en román paladino.

«Jardines secretos» los llama Nika Vázquez en un libro muy recomendable, “Solosofía”, donde nos invita a reivindicar, a preservar los territorios personales e intransferibles: «un jardín secreto es cualquier cosa que nos ayude a reencontrarnos, donde poder ser nosotros libremente (...) sin que nuestra pareja tenga que estar presente».

Sí, fue en Burgos. Desde la autopista se intuía la catedral iluminada. Ella había propuesto viajar de noche; por el calor. Tenían casi nueve horas de viaje hasta destino.

A él el Atlántico siempre le pareció un mar inhóspito y frío que solo te permite mirarlo desde la orilla. El Mediterráneo, el Cantábrico eran mucho más amables. Sin duda.

Además esa íntima sospecha de la lámpara, del flexo, de la fluorescente encendida día y noche le iba a asaltar continuamente; en mitad de un chapuzón, en los entrantes de una cena, a medio gin tonic...

En fin.