Agridulces recuerdos de un grupo de exiliadas

Muy valioso primer largometraje documental de Helena Bengoetxea, por el protagonismo merecido que concede a la mujer dentro de la recuperación de la memoria histórica. Ya solo por eso, no resulta necesario recalcar su interés para públicos de todas las generaciones que quieran conocer la experiencia vital legada por las últimas supervivientes del 36, y en especial para quienes hemos conocido el tema dentro de nuestras familias. Mi madre fue una niña de la guerra, y no pudo volver del exilio hasta que el abuelo salió de la cárcel. Pero es que lo que se cuenta en “Matrioskas, las niñas de la guerra” va mucho más lejos de lo que sabía o me habían contando en casa, porque muestra un recorrido prolongado en el tiempo y en otros países de acogida del bloque comunista. Es decir, que el viaje de las cuatro heroínas de la película no acabó al otro lado de la frontera, sino que les llevó primero a la Unión Soviética y después a la Cuba Revolucionaria.
Volviendo la vista atrás, desde la sabiduría que otorga una existencia nonagenaria, estas mujeres transmiten lo azaroso y paradójico de sus respectivas trayectorias. Porque hasta cierto punto el dolor del desarraigo y el alejamiento de los seres queridos se vio compensado por su enriquecimiento personal, gracias a una formación universitaria y profesional que en la atrasada sociedad franquista jamás hubieran podido tener. Ellas se sintieron iguales a los hombres, se sintieron importantes realizando labores de gran trascendencia. Se habían llevado consigo el sueño de la República, y la realidad de la dictadura era lo que les impedía regresar. Motivo por el cual los recuerdos se tornan agridulces, simbolizados por esas muñecas rusas que, a modo de souvenirs, les acompañan como si hubieran conocido muchas vidas en una sola.

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