Daniel GALVALIZI

La derecha radical acaricia el poder en Italia gracias a su unidad

El frente encabezado por Giorgia Meloni ganará ampliamente en escaños gracias a haber sabido aliarse para beneficiarse de las últimas reformas en la manera de elegir y a la cantidad de legisladores resultante, paradójicamente aprobadas por la izquierda. Analistas auguran duras fricciones desde el minuto uno en la coalición ultra.

A la izquierda, Matteo Salvini, Silvio Berlusconi y Giorgia Meloni saludan a sus seguidores durante el acto electoral de ayer en la Piazza del Popolo, en Roma.
A la izquierda, Matteo Salvini, Silvio Berlusconi y Giorgia Meloni saludan a sus seguidores durante el acto electoral de ayer en la Piazza del Popolo, en Roma. (Alberto PIZZOLI (AFP) - Igor PETYX (ANSA | AFP))

Nunca en los 73 años de la república italiana, que comenzó en 1948, las formaciones herederas del fascismo ideológico estuvieron tan cerca de alcanzar el poder. El partido de derecha radical más nítido, Fratelli d’Italia, lidera todas las encuestas para los comicios anticipados del domingo, que elegirán al sucesor de Mario Draghi, cuyo Gobierno tecnócrata de unidad nacional cayó justamente por la retirada del apoyo de las derechas.

Italia tiene la inestabilidad política integrada en su tuétano. Ha tenido un total de 66 Ejecutivos en 73 años y este es el número 18 en los últimos 34. Quien más ha estado en el cargo de primer ministro ha sido Silvio Berlusconi, pero fueron nueve años divididos en tres mandatos. Con el objetivo de lograr más estabilidad y favorecer a las fuerzas tradicionales, la élite política impulsó una reforma electoral aprobada bajo el último Gobierno liderado por el Partido Democrático (centroizquierda) a finales de 2017.

El cambio legislativo se llamó «Rosatellum», en honor a su promotor, el diputado Ettore Rosato (PD), quien ejerció de portavoz. El objetivo real era frenar el ascenso del entonces populista Movimiento 5 Estrellas (M5S). Y no se puede comprender el porqué del prácticamente seguro acopio de escaños de la derecha radical sin esta reforma.

El «Rosatellum» hizo una modificación sustancial del sistema de representación y llevó a Italia de un reparto de escaños proporcional a uno mixto, parecido al alemán, que favorece la formación de coaliciones y a los partidos con mayor expansión territorial: el 36% de los escaños de la Cámara Baja y del Senado se reparten mediante circunscripciones uninominales, en las que el candidato más votado se queda con el asiento (como en el mundo anglosajón), mientras que el 61% es reparto proporcional entre uno y ocho escaños, según la población de la circunscripción. El resto queda en manos del voto de los numerosos ciudadanos italianos residentes en el extranjero.

Además, el suelo para ser electo se elevó al 3% de los votos nacionales (no de la circunscripción, como suele ser), siendo de 10% para los frentes electorales. A esto se le sumó otro cambio que refuerza a las opciones mayoritarias: un referéndum en septiembre de 2020 avaló una reforma constitucional que redujo de 630 a 400 los escaños del Congreso y de 315 a 200 el número de senadores.

UNAS REGLAS A MEDIDA

Estos dos cambios legislativos han sido muy bien aprovechados por la derecha y han acabado siendo una especie de tenaza favorable para que obtengan el domingo una más que probable holgada mayoría parlamentaria. La clave fue haber sabido negociar y pactar una unidad que los convertirá en la alianza más votada.

El frente está liderado por Giorgia Meloni (Fratelli d’Italia), el exministro de Interior Matteo Salvini (Lega) y el ex primer ministro Silvio Berlusconi (Forza Italia). También lo integra un pequeño cuarto partido, Noi Moderati (Nosotros los Moderados), una escisión de lo que fuera el Polo de la Libertad con el que gobernó la última vez el «berlusconismo».

La inteligencia estratégica de la derecha radical, que no la tuvo la izquierda que va hiperfragmentada, hizo que en la casi totalidad de las circunscripciones los cuatro partidos concurran aliados en una misma papeleta. Según las estimaciones, gracias a esta unidad la derecha radical obtendrá cerca del 90% de los escaños que se ponen en juego de forma uninominal, ya que para las divididas formaciones progresistas es imposible igualar la suma de los otros cuatro. Es decir, que de los 220 escaños de diputados y senadores uninominales, este frente podría quedarse con casi 200.

En la práctica será una mayoría sobredimensionada y no representativa, ya que las cuatro fuerzas juntas acarician entre el 44% y 45% de los votos, según casi todas las estimaciones. Lidera cómodamente Meloni con casi el 25% de las preferencias y en tendencia ascendente, «comiéndole» parte del electorado a Salvini, quien ha caído considerablemente en las preferencias durante el último bienio y ahora se sitúa en torno al 12%.

El histórico Berlusconi también transita un momento de ocaso, con entre el 7% y 8% de los votos estimados y un espacio que se ha ido deshilachando con el correr de los años. Cabe recordar que en las últimas elecciones (en las que debutó el reparto uninominal), el ex primer ministro también pactó con Salvini y concurrieron juntos, aceptando que el líder de Lega encabezara la alianza. Ahora ha aceptado coaligarse con Meloni, que dirige un partido posfascista y, gracias a ello, facilita enormemente que la derecha radical llegue al Palacio Chigi por primera vez desde Benito Mussolini.

La sorpresa de esta campaña es el ascenso astronómico de Fratelli d’Italia, que en las últimas elecciones de 2018 obtuvo el 4% y ahora sextuplicará sus votos. Su estrategia desde entonces ha sido mostrarse como una outsider de la política (a pesar de que no lo es tanto; de hecho, fue ministra de Berlusconi en uno de sus Ejecutivos) y su bastión siempre fue el sur (mientras que el de Salvini siempre fue el norte italiano, más industrial y desarrollado). En sus orígenes tenía un discurso más obrero y neofascista, y ha intentado mostrarse en esta última campaña como una dirigente más moderada.

A favor de esa estrategia jugó que su partido nunca apoyó el experimento multipartidista tecnócrata de Giuseppe Conte (M5S) ni el de Mario Draghi, que ella (a diferencia de Salvini) jamás apoyó enfáticamente a Vladimir Putin (lo que ha sido un tema frecuente en la campaña) y que ahora no pide una salida de la UE, aunque su objetivo tiene en contra a sus propias bases, que espantan a los votantes moderados. De hecho, esta semana ha viralizado en redes un video de un alto cargo del Gobierno lombardo haciendo el saludo fascista con el brazo derecho alzado en el funeral de un militante. Ese funcionario, Romano La Russa, es hermano de un senador y asesor del núcleo duro de Meloni.

AUGURIOS DE TENSIÓN

«La estabilidad de la coalición de derechas es aparente, dentro existen muchas fricciones que las han dejado de lado porque el objetivo superior es llegar al Gobierno sin depender de partidos pequeños. Estoy convencido de que si pueden gobernar, va a pasar muy poco tiempo para que empiecen a aparecer los problemas y que Meloni tendrá difícil gobernar en no mucho más de un año», augura a GARA el politólogo Daniel Guisado, autor junto con Jaime Bordel del libro “Salvini & Meloni, hijos de la misma rabia” (Ed Apostroph, 2022).

Guisado señala como un ejemplo de estas fricciones garantizadas a las diferencias en torno a la política exterior. «Berlusconi y Salvini jamás ocultaron sus simpatías con el régimen de Putin y el ex primer ministro es directamente su íntimo amigo, y han compartido fiestas y resorts de ski juntos. Salvini está siendo investigado por presunta financiación irregular por parte de Rusia, mientras que Meloni es claramente atlantista, y entre ambos bandos se queda manifiestamente con Estados Unidos y la OTAN. Cuando haya que decidir en el Consejo de Ministros si votar acabar o no con las sanciones a Rusia, el conflicto aflorará», explica.

También apunta a las diferencias que tienen los tres partidos respecto a la cuestión migratoria (Salvini quiere directamente un bloqueo naval a los barcos que traigan migrantes en riesgo y Meloni no) y la líder de Fratelli d’Italia, fiel a su tradición y su base electoral, propone políticas más proteccionistas, chauvinistas, que la emparentan con los socialcristianos.

Cuando se le pregunta a Guisado sobre la sorpresa de que el electorado elija la opción más radical del frente de derechas, responde: «Si se ve los libros que ella ha escrito, ha intentado un proceso de ‘desdiabolización’, al que los medios han contribuido y la oposición se lo ha puesto muy fácil. (El progresismo) intenta mover un avispero en el que no hay avispas, asustando con el regreso del fascismo, pero no explotan sus contradicciones ni recuerdan que Meloni ya ha sido parte de un Gobierno en el que Italia casi llega al default».

Según los sondeos, el fuerte de Salvini en su valoración pública sigue siendo la seguridad y su posicionamiento ante la migración, mientras que en Berlusconi es la experiencia de gestión. De hecho, Guisado considera que no es improbable que si ambos juntos obtienen un buen resultado, no intenten hacer una jugada de último momento traicionando a Meloni y pactando una mayoría alternativa. También si Fratelli d’Italia arrasa, podría haber un intento de quitarse de encima a Forza Italia para acelerar una radicalización, aunque es menos probable por la buena relación entre Salvini y Berlusconi.

Sea como sea, casi cuatro de cada diez italianos este domingo votará a fuerzas de extrema derecha en un país fundador de la UE y la tercera economía del euro. Una de las claves, según Guisado, es que han sabido «agitar el miedo al comunismo», algo que cuaja en la sociedad italiana, y que además la izquierda es vista «como el establishment, porque de una u otra forma, ha gobernado todos estos años, salvo uno, desde el 2013». Parece que el domingo esa etapa llega a su fin.