Ibai AZPARREN
ELECCIONES ITALIANAS Y AUGE DE LA EXTREMA DERECHA

De Italia a Europa, ¿dónde van los votos perdidos de la izquierda?

Después del triunfo de la extrema derecha italiana en los comicios del domingo, parte de la izquierda centra sus análisis y reproches en un supuesto trasvase de votantes de izquierda a partidos de extrema derecha, un falso mito que impide escarbar en las tendencias de un electorado que cada vez acude menos a las urnas ante la falta de alternativas reales.

Uno de los mantras que se repiten tras la victoria de la ultraderechista Giorgia Meloni ha sido que Los partidos de extrema derecha europeos, en el caso del país transalpino Fratelli d’Italia (FdI), gana adeptos entre los exvotantes de izquierda. La cuestión es compleja y las peculiaridades de cada país dificultan sacar conclusiones globales, pero los datos empíricos que ofrecen diversos estudios electorales nacionales no coinciden con esta tesis, pese a que ha suscitado debates profundos en el seno de una izquierda preocupada por las nuevas adhesiones y los cantos de sirena de las formaciones extrema derecha.

El éxito electoral de la ultraderecha parece incuestionable.

Muchos partidos neofascistas han superado el 20-25% de los votos y se sitúan en una clara tendencia ascendente en los países europeos donde, como en Italia, van a pasar incluso a formar Gobierno. Pero, ¿han sido los exvotantes de izquierdas los y las que han motivado el ascenso de estas formaciones? Sin entrar en las explicaciones que indagan en las razones por las que los partidos socialdemócratas han experimentado durante los últimos 15 años un descenso medio de más de 10 puntos, el informe “The Myth of Voter Losses to the Radical Right”, publicado el año pasado por diversos autores, trata de profundizar en las opciones por las que se decantan los exvotantes de la izquierda.

Basándose en los datos de los sistemas multipartidistas de Austria, Dinamarca, Alemania, Países Bajos, Noruega, Suecia y Suiza, los autores muestran los patrones de cambio de voto en detrimento de los partidos socialdemócratas en las décadas de 2000 y 2010, y concluyen que «la mayor parte de las pérdidas de apoyo han sido en favor de las formaciones de la derecha dominante y los partidos rivales del espectro de la izquierda». En concreto, los partidos verdes y los que tildan de «izquierda radical» sumaban casi el 50% de todas las pérdidas de votos, seguidas por las de los partidos de la derecha tradicional. Ni siquiera en varios pasos, es decir, pasando primero a la derecha clásica y luego a la extrema, se produce una transición alarmante.

¿Quién vota, entonces, a la extrema derecha?

La volatilidad de un electorado desilusionado por las formaciones tradicionales de la derecha puede ser una explicación. Muchos votantes que ayer votaban al PP votan hoy a Vox, y, FdI, que tiene su origen en una escisión de Il Popolo della Libertà, el partido fundado en 2008 por Silvio Berlusconi, también «roba» votos entre el electorado de derechas. El contundente triunfo de Meloni se ha producido a costa de que sus socios, el expresidente milanés y Matteo Salvini, pierdan la mitad de los apoyos que obtuvieron hace cuatro años.

La Lega ha dejado de ser la formación mayoritaria del bloque ultraderechista, perdiendo 3,2 millones de votos, mientras que Forza Italia ha caído del 14 al 8,1%, perdiendo casi 2,3 millones de votantes. El partido de Meloni ha ganado un total de 5,9 millones de votos respecto a 2018, pero la coalición ultra, beneficiada en ambas cámaras por un modelo doble de reparto de escaños, ha sumado «solo» 317.000 votos respecto a 2018, cuando logró un total de 11.725.193 sufragios.

¿Y la clase obrera?

«Los partidos socialdemócratas tampoco pierden primordialmente votantes entre las clases sociales más bajas. Por el contrario, las pérdidas más importantes se producen en las clases medias y medias altas», reza el informe citado anteriormente. Ahora, en torno a esta cuestión también se producen debates constantes. Para la socióloga y doctora en Ciencia Política Beatriz Acha, «a medida que se fue extendiendo el nivel de apoyo a los nuevos partidos de ultraderecha fue aumentando también su diversidad y heterogeneidad social». Desde los años 90, prosigue en el libro “Analizar el auge de la ultraderecha”, se ha venido detectando un creciente apoyo a la ultraderecha entre las clases trabajadoras, por ejemplo en el Estado francés. Julian Mischi, uno de los autores de “Les classes populares et le FN”, analiza cómo el apoyo al partido de Marien Le Pen fue penetrando allí donde el tejido social y sindical ha ido desapareciendo desde la crisis industrial de finales de los 70 en el marco de un proceso que ha durado décadas.

También en Italia ha habido sectores de la clase trabajadora que han votado reiteradamente por la derecha en un contexto neoliberal y poco comparable a los tiempos del PCI, disuelto en 1991 y del que solo queda la nostalgia y pocos de sus votantes. En “Extrema derecha 2.0”, el profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona Steven Forti apunta a una «radicalización del votante de clase trabajadora que no votaba izquierda» y que ha virado a la extrema derecha mientras que «muchos obreros que votaban a partidos de izquierdas han pasado a la abstención».

Precisamente, el alarmismo por el triunfo de la extrema derecha ha ocultado, en parte, otro factor decisivo de las elecciones: una abstención récord del 36%, diez puntos más que en 2018 y con una proporción superior a los resultados obtenidos por cualquier partido.

La abstención en Italia, con porcentajes de escándalo, es un factor que la izquierda debe analizar.

Por zonas, la escasa participación se ha notado especialmente en el sur del país, un territorio deprimido económicamente y donde el Movimento 5 Stelle (M5S) ha salvado los muebles tras colocarse como la fuerza más votada en las principales regiones meridionales, todo ello a pesar de perder más de 5,5 millones (+62%) de los votos que lo propulsaron al Gobierno en 2018.

Según el análisis realizado por la empresa demoscópica Ipsos, FdI arrasó en el norte y fue el partido más votado por las personas de bajos y medianos ingresos, pero también por la clase más rica. En el centro, Toscana y Emilia-Romagna son las dos únicas regiones que han resistido el embate de Meloni y se han decantado por el Partido Democrático, claro perdedor de los comicios, pero que obtuvo un buen resultado entre pensionistas, mayores de 65 y ciudadanos en condiciones económicas elevadas.

Entre los desempleados y los y las ciudadanas con condiciones económicas bajas la formación más votada fue el M5S, con fuerza también entre los estudiantes y jóvenes que decidieron votar.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que los jóvenes también representan la mayor parte de los que no acudieron a las urnas, junto a las mujeres, ciudadanos con pocos o ningún estudio y las clases más bajas, grandes perdedores de las crisis económicas recientes entre los que existe una desafección política evidente.

Articular una alternativa e interpelar a estos sectores no es tarea fácil, y menos en un contexto de capitalismo posindustrial donde el margen de acción es reducido, pero obcecarse en las derrotas y traiciones, y fustigarse por la victoria de la extrema derecha tras décadas de blanqueamiento institucional y mediático tampoco parece una estrategia eficaz a futuro.