Beñat ZALDUA
GASTEIZ
Elkarrizketa
Mikel Otero
Parlamentario y secretario de transición ecológica de EH Bildu

«No podemos renunciar a disputar la democratización de las renovables»

EH Bildu presentó el pasado fin de semana su estrategia energética, una propuesta ambiciosa que busca responder a la crisis energética y ecosocial que vivimos, y elevar el nivel de un debate crucial para el futuro de este país y para el conjunto del planeta. Todo partiendo de la base de que toda transición energética que no se haga aquí, vendrá impuesta.

Es un plan ambicioso y, al mismo tiempo, es prácticamente un plan de mínimos para hacer frente a lo que viene. ¿Es esta una de las paradojas de nuestros tiempos?

Sí. Es una estrategia que intenta responder a los grandes retos que tenemos en tres cuestiones: la crisis ecosocial en general, la crisis climática en particular y la crisis energética. Combinar esos factores nos obliga a poner unos objetivos ambiciosos que van mucho más allá de la transición energética. Al mismo tiempo, es una cuestión de mínimos, porque no hay alternativa, estamos en una situación crítica.

Nuestro punto de partida es bastante malo. Dependemos de combustibles fósiles que, además, importamos. ¿Cómo hemos llegado aquí?

Los combustibles fósiles son versátiles, fáciles de transportar y de almacenar, tienen una gran densidad y se encontraban en grandes cantidades. Se entiende cómo hemos llegado a esta situación de dependencia, no somos los únicos a los que nos ha pasado. Lo que no se entiende tanto es cómo no hemos sido capaces de anticipar un poco el futuro.

En su día, EHN y Eólicas de Euskadi suponían un buen punto de partida para encarar este tránsito. ¿Qué pasó?

Se vendió todo. Ahora necesitaríamos un músculo público potente que se dejó perder en esa oleada privatizadora de los 2000, con la venta de EHN a Acciona y de la parte pública de Eólicas de Euskadi a Iberdrola. Es algo que nos obliga a plantear que, aunque apostemos por la preeminencia de lo público en todo lo relacionado con la energía, haciendo un ejercicio de realismo, tengamos que contar también con empresas privadas, al menos mientras se fortalecen la pata pública y la pata comunitaria.

No mencionan la palabra decrecimiento, pero proponen reducir el consumo primario a la mitad para 2045. ¿Cómo?

Cuando hablamos de una contracción del consumo energético del 50% hablamos de un decrecimiento del consumo material, es evidente. Pero este se da de diferentes maneras. Por ejemplo, cuando un pueblo cambia el alumbrado a led, obtiene un decrecimiento energético del 60%, pero no decrece en iluminación. Cuando se habla de decrecimiento, hay que ir definiendo qué significa en cada caso.

¿Fían toda la reducción del consumo a la eficiencia?

No, tenemos que hacer una transformación ecosocial completa, lo cual implica una revisión y cuestionamiento de los consumos en todos los sectores. En la industria, por ejemplo, habrá que buscar procesos de mayor eficiencia, electrificación, cadenas de suministro más cortas, aprovechar el calor residual, etc. En movilidad y transporte hay mucho donde decrecer, hay que dar paso a la prevalencia del transporte público colectivo electrificado frente al transporte en vehículo particular. Tiene que haber una ordenación urbana que facilite estas alternativas. El sistema alimentario es otra de las grandes cuestiones que nos toca abordar, hay que ir a una dieta de proximidad, lo cual implica un decrecimiento evidente del consumo energético.

Respecto al restante 50%, la estrategia fija como objetivo lograr para 2045 un autoabastecimiento energético del 75% con renovables. Eso no se consigue solo poniendo placas en los tejados.

Primero, el objetivo es la mayor autosuficiencia energética posible. Por responsabilidad, pero también porque si tú produces en casa, puedes tener un mayor control. Si llegas a 2050 con la dependencia actual, por mucho que sea renovable lo que consumas, vas a seguir comprando un producto en el mercado, a un precio que probablemente no sea barato.

En cuanto a las escalas, hay una que es más amable, en la que la democratización además es mucho más fácil; una escala pequeña de autoconsumo que hay que potenciar al máximo. Pero evidentemente, con eso no llega. Es algo en lo que hay que ser serio. Los altos consumos per capita que tenemos nos obligan a contar con otro tipo de escalas medias y grandes. Hay un rango intermedio de posibilidades que hay que explorar, como el aprovechamiento de espacios industriales degradados, canteras, carreteras, canales, etc, pero va a haber una parte que inevitablemente va a tener que ir en suelo no urbanizable, siempre salvaguardando una serie de espacios y de criterios.

¿Van a ser necesarios proyectos como los de Statkraft?

Sí. Proponemos llegar a 2045 con un 30% de energía obtenida a través de la eólica. Para esto hay que aprovechar todo el potencial de la minieólica, que es la gran olvidada, y hay que aprovechar las posibilidades de repotenciación, que podrían entre duplicar y triplicar la potencia. Y luego hay una parte que tendrán que ser nuevas infraestructuras. Aquí entran proyectos como el de Statkraft y otros tantos, porque entre Nafarroa y la CAV hay encima de la mesa proyectos por valor de cerca de 5.000 MW, ahora mismo.

Entonces, aquí pasamos a otro debate: ¿Quién va a hacer estas infraestructuras? ¿Cómo? ¿Quién se va a beneficiar? Tenemos que decidir un modelo propio, un modelo vasco de generación de renovable también a escala intermedia y grande. No podemos renunciar a disputar la democratización de la generación energética renovable a estas escalas. Y lo que tenemos con Statkraft en este momento es un hecho diferencial respecto al resto de proyectos, y es que se ha abierto a que sea una copropiedad. Entendemos que esa es la vía transitoria hacia un objetivo final que debe ser acometer este tipo de proyectos desde un esquema solamente público-comunitario. Pero ahora mismo no tenemos el músculo, el know- ni la capacidad.

Entre los obstáculos también subrayan el poder corporativo de grandes empresas.

Hay empresas muy bien posicionadas que van a intentar hacer valer su poder para que la transición sea hecha en base a su esquema de beneficio empresarial. Si hablamos de democratizar la energía, de que cumpla su función social y de que tenga precios asequibles, hay que confrontar esto en dos sentidos. Hay que acelerar la transición y hacerla más rápido de lo que pretende la industria fosilista y en ese proceso hay que quitarles poder. Hay que aprovechar la transición a la renovable para embridar el poder de estas empresas.

¿No compartir una base sobre la que debatir entre partidos es otro obstáculo? ¿Sería pertinente un pacto de país o algo parecido?

En este tema, no son tiempos para la política partidista electoral. No sé si hay que llamarlo pacto de país, pero necesitamos poner una base que no se vaya a poner en cuestión cada dos por tres.

¿Hay mimbres para ello?

Esta estrategia está dirigida a la comunidad política de EH Bildu, por un lado, pero también es un intento de abrir el debate hacia fuera. Veremos qué es lo que dicen los demás, en especial el PNV, porque no tenemos claro exactamente qué quiere. Últimamente habla mucho de renovables, pero luego no tiene problema en mantener apuestas fosilistas, ni en ir bajo el ala de agentes como Josu Jon Imaz, con un interés corporativo privado muy claro.

Al otro lado, son previsibles algunas críticas desde algunos sectores ecologistas.

Cuando se habla del decrecimiento como solución, nosotros compramos la mayor. Es evidente que la esfera material y energética de nuestra actividad socioproductiva tiene que decrecer. Pero en ese tránsito tenemos que mantener una cohesión social mínima, un bienestar que implica unos consumos energéticos determinados. Eso nos pide que, junto a ese decrecimiento, haya un aumento de generación renovable. Es un documento abierto al debate, pero hay que ser más riguroso con los números, porque el debate está ahora muy centrado en consignas y en no sentir como propia la responsabilidad de esta transición. Cuando se dice que no a una infraestructura, hay que explicar cuál es la alternativa, porque la transición va a venir sí o sí. Creo que ese ejercicio de responsabilidad le corresponde también al movimiento ecologista en general.

También mencionan como obstáculo los patrones culturales y las expectativas de consumo que se han hegemonizado tras cuarenta años de neoliberalismo. ¿Qué va a querer decir vivir bien en Euskal Herria en el siglo XXI?

No va a ser EH Bildu quien lo defina, lo tenemos que hacer todos, necesitamos activar toda la inteligencia colectiva. Hay una batalla cultural que dar a favor de las soluciones colectivas y por la justicia en el sentido más amplio. Y hay que tener cuidado con el mensaje, no se trata de decir que vamos a vivir mucho peor, sino de combatir esa relación ficticia entre el vivir bien y los altos consumos energético-materiales. No es un camino de sangre, sudor y lágrimas, tiene también un componente importante de gozo, de oportunidad de hacer las cosas diferentes. Un ejemplo tonto: casi la mitad de los desplazamientos que hacemos en coche en este país son de menos de tres kilómetros, una distancia perfectamente asumible para un bípedo, caminando, en patinete o en bicicleta. ¿Darte un paseo en vez conducir encabronado con los semáforos y el tráfico es vivir peor?

Nuestro deseo es un deseo mediatizado por el capitalismo más salvaje. Hay que reconfigurarlo. Sin esto no es posible todo lo demás, no hay transición energética que valga si no conseguimos eso, porque lo viviríamos todo como una pérdida. Y si lo vivimos como una pérdida, socialmente, la gente no lo va a admitir.