Àlex ROMAGUERA
BARCELONA
Elkarrizketa
LUIS GONZÁLEZ REYES
Doctor en Química y miembro de Ecologistas en Acción

«El colapso del capitalismo es una ocasión para crear sociedades justas»

Militante ecologista de largo recorrido y autor de numerosas obras sobre la materia, González Reyes no resta gravedad a la situación que vivimos, pero aporta una nota optimista, al considerar que muchas alternativas ya están en marcha. Insiste en que el colapso del capitalismo puede ayudar a construir imaginarios diferentes sobre qué es una vida plena y deseable.

(María José ESTESO POVES)

El actual modelo de desarrollo ha llevado al planeta al borde de un colapso sistémico. La pandemia, pero también los incendios de nueva generación y otros desastres medioambientales, nos obligan a repensar urgentemente la vida. De este escenario habla Luis González Reyes (Madrid, 1974), doctor en Ciencias Químicas, miembro de Ecologistas en Acción y de la cooperativa Garúa. Autor de una veintena de libros, entre los que destacan “En la espiral de la energía” y “Educar para la transformación ecosocial”, propone un nuevo paradigma en las relaciones económicas, sociales y culturales entre individuos y comunidades.

¿En qué medida la población es consciente del momento en que nos encontramos?

Hay una desorientación generalizada y, en este escenario, surgen distintas formas de encarar la situación. Hay quien apuesta por incrementar el desarrollo tecnológico, manteniendo los privilegios de una élite a costa de la mayoría o, por el contrario, los que planteamos salir del colapso con maneras de organizarnos más justas y democráticas. A ese fin, podemos utilizar la pandemia y el calentamiento global para decir que estamos ante una crisis profunda y, por tanto, que habrá cosas a las cuales tendremos que renunciar. Y después, para quien lo tenga asumido, trasladarle la necesidad de generar resiliencia con elementos de equidad. Es decir: que cambie su vida y anime a otros a cambiarla mediante nuevas dinámicas y actividades cotidianas.

¿Cómo hacemos que los individuos entiendan la necesidad de un nuevo modelo si ya tienen bastante con poder llenar la cesta de la compra?

Es cierto que el encarecimiento de la vida polariza el debate social, pero esto se va rompiendo. Y la prueba es que, durante el confinamiento por la pandemia, algunos aspectos dejaron de preocuparnos. De repente, la salud pasó por encima de la economía y vimos como imprescindibles los trabajos relacionados con los cuidados o la asistencia médica. De igual manera, el hecho de adquirir el último dispositivo electrónico pasó a ser irrelevante al lado de estar con los seres queridos. Pues bien: habrá nuevas situaciones que nos harán apreciar estos aspectos relacionados con las necesidades humanas. Un imaginario para el cual habrá que trabajar y luchar.

¿Qué otro relato se disputa?

Sobre todo explicar que la inflación tiene que ver con un sistema económico que provoca un reparto desigual de la riqueza, que pone en riesgo la supervivencia y el desarrollo del planeta y que, en términos políticos, favorece el auge del fascismo. Impactos para los cuales habrá que poner en valor nuevas formas de vivir en sociedad y, a la vez, dibujar un marco que nos empodere y nos haga ver que la solución ha de ser global.

Hace falta una buena diagnosis para revertir el conjunto de problemas que se derivan del actual sistema, ¿no cree?

Sin duda. En el campo ambiental, por ejemplo, los problemas se centran en la pérdida de biodiversidad, los desastres ecológicos y el agotamiento de los recursos fósiles y minerales. A nivel social, en un incremento de las desigualdades y una desatención de los elementos básicos para la reproducción de la vida. Y finalmente, en el ámbito económico, revelan la irracionalidad de un sistema que ya no puede explotar más a las personas ni a la naturaleza. Por tanto, o vamos a una guerra por controlar los recursos, lo que puede llevarnos a regímenes totalitarios, o apostamos por garantizar un bienestar que permita, a fuerza de rebajar el consumo, que toda la población tenga acceso a una vida digna.

Para hacer frente a esta triple crisis ambiental, social y económica, la ONU adoptó en 2015 la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible y, en el caso de la Unión Europea, estableció en el año 2020 los llamados fondos de recuperación Next Generation. ¿Considera útiles medidas de estas características?

Ambas herramientas son el reconocimiento de que estamos ante una crisis estructural. Y esto es importante. El problema es que se quedan cortas, pues no asumen lo que implican los límites del planeta. El mismo artículo 8 de la Agenda 2030 mantiene el paradigma del crecimiento formulado en el siglo XX, cuando había margen para revertir los perjuicios que ocasionaba el sistema. No solo esto: tampoco compromete a los principales actores del capitalismo global, como son los fondos financieros y las multinacionales, dejando todo en manos del voluntarismo. Y en cuanto a los fondos Next Generation, si bien se encuadran en la lógica del New Green Deal, no se orientan a las transiciones, sino que permiten a las grandes empresas continuar operando, con los impactos que eso conlleva. De manera que hacen falta otros discursos que señalen los límites del planeta y, al mismo tiempo, la necesidad de transitar hacia un nuevo modelo socioeconómico. Y estos discursos se tienen que basar en datos reales, pero también acompañarse de cierta poética, apelando a que podemos lograr vidas apetecibles, deseables y felices.

¿De qué manera se puede convencer de ello a la sociedad?

Hay que reivindicar las prácticas que van en consonancia con este nuevo paradigma. Es decir, que garantizan la seguridad climática, dan valor al sector agrícola-ganadero y contribuyen a distribuir la riqueza de forma equitativa. Experiencias como las cooperativas laborales, las redes de transporte sostenibles, las viviendas en derecho de uso o las comunidades energéticas locales son un ejemplo de esto.

¿Tenemos que ir hacia una economía de escala local?

Será inevitable, pues la economía urbanizada gracias al consumo masivo de petróleo no podrá mantenerse a medio plazo. Ahora bien: esta nueva economía agrícola y local solo podrá sostenerse si cuidamos el territorio -y eso incluye combatir los tratados de libre comercio o las infraestructuras que atentan contra la diversidad- y desarrollamos cultivos fértiles, como han hecho la China y otras culturas campesinas desde hace décadas. Esto exige un cambio de mentalidad colectiva.

¿En qué sentido?

Venimos de una cultura urbanita que ha concebido la tierra como un mero escenario de explotación. La clave está en evitar su degradación y que sea resiliente. Solo así podrá acoger proyectos económicos que, como las cooperativas agroecológicas o los supermercados cooperativos, permiten remunerar dignamente a los productores y que los precios sean asequibles. Igual que son interesantes los huertos comunitarios donde el vecindario cultiva alimentos o las iniciativas de apoyo mutuo. En definitiva, proyectos que son la base de una sociedad neocapitalista donde nuestras necesidades se vean satisfechas autónomamente.

¿Qué otros aspectos habrá que reformular?

Destacaría el papel del Estado, que si bien no es un espacio de transformación radical, tendría que limitarse a facilitar políticas más redistributivas. De hecho, al tener menos capacidad de control, los estados ya dan margen a la ciudadanía para autoorganizarse. Después tenemos que repensar el mercado del trabajo, promoviendo la reducción de la jornada laboral y, ligado a eso, un adelanto de la jubilación, rentas básicas, mejores servicios públicos, una fiscalidad progresiva o expropiaciones de la riqueza. De la misma forma que habrá que recortar el consumo del 1% de la población privilegiada, cambiar el modelo tecnológico e ir hacia un ajuste poblacional que, entre otras cosas, permita un mayor control de la mujer sobre su cuerpo. Son luchas entrelazadas en el camino hacia una transición más justa y emancipadora.

¿Actores como Extinction Rebellion, Fridays For Future o movimientos por la justicia climática son suficientes para abanderar este cambio?

Algunas de sus protestas serán compartidas tarde o temprano; incluso las más llamativas, hoy tan criticadas, pues desempeñan un papel clave en la disputa cultural para lograr este nuevo paradigma de sociedad. Ahora bien: más importante que estos grupos o las alianzas entre los sindicatos y el movimiento ecologista -cuyo objetivo es explicar que el mundo está en peligro-, es el reto de activar a la gente para que apueste por los cambios cotidianos que necesitamos. Aquí radica el principal reto; y hay que ser optimista, pues muchas alternativas ya están en marcha.