La gran epidemia mundial
En Madrid se está celebrando FITUR, que es un lugar común, un centro de atracción de desperdicios ideológicos uniformados por la gran epidemia mundial: el turismo. Acuden a esa feria mundial delegaciones de todo el planeta porque de lo que se trata es de mantener la infección global a niveles de colapso mental, sanitario y económico. No importan las contradicciones, lo importante es que unos cuantos se enriquezcan con los bienes naturales de los lugareños, se exploten de manera salvaje los patrimonios históricos sin pensar en otra cosa que en los resultados inmediatos como este año sucede con el país invitado: Guatemala.
Esta epidemia mide la capacidad productiva de un lugar y las posibilidades de enriquecimiento de unos cuantos a cuenta de la falta de normalidad vecinal de los demás, lo que podríamos considerar como paradigmático en Donostia. Pero es una pandemia, una plaga que se extiende de manera inexorable, que alcanza niveles de absurdo, que convierte los cascos antiguos, las partes viejas de nuestras ciudades y pueblos en parques temáticos, en lugares inhóspitos donde la vida cotidiana se va degradando, junto a la gentrificación, que es un mal añadido, pero lo habitual es que los apartamentos turísticos y demás servicios puestos para que la epidemia se desarrolle e infecte toda la vida social y económica es tan notable, que se diría que nuestros gobernantes o están infectados de entrada o reciben comisiones de salida.
La idea es recurrente: el turismo y el comercio virtual son los síntomas de una decadencia absoluta. Quizás el avance de un fin del mundo en ciernes.

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