Las metáforas del capital
El señor Garamendi se está mostrando como un perfecto candidato para un lugar en la lista de ilustres arrogantes que se creen que defenderse con simpatía y trampas al guiñote le puede librar de su delicada situación ante la opinión pública, la publicada y hasta la de algunos de sus compañeros en la confederación española de empresarios. Comparar su situación con una mujer violada a la que se le reprocha que llevaba una falda muy corta es, definitivamente, una declaración de falta de inteligencia social, de imposibilidad para mantener su representación mucho más y una forma directa de pasarse al lado del fanatismo capitalista adocenado.
Le he escuchado decir de manera muy enfática que faltaría más que el gobierno impusiera el sueldo que debe cobrar él. O sea, su sueldo, que escapa a cualquier ordenamiento en cualquier convenio, que quintuplica lo que cobra el presidente del gobierno del reino, se sustenta en teoría sobre las cuotas de los afiliados y en una cantidad superlativa de ayudas y subvenciones gubernamentales, estatales, locales y un largo etcétera, lo que le hace dependiente, y su situación es de servicio público. Por eso esas metáforas con tufillo machista y oportunista a la vez, y de manera desordenada, son las del capital, porque lo que se hace es que desde la representatividad se cobra lo que quizás no alcanzará nunca desde la productividad de sus empresas. Y su labor es convertirse en el defensor de las plusvalías que generan los trabajadores y que se convierten en la gran fuente de ganancias de los cuadros dirigentes, accionistas y empresarios.

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