Ahora mismo, en una encuesta que estoy realizando con las voces que ocupan mi cabeza, no sé si es bueno, malo o regular que las empresas sean unifamiliares. Un colmado, por ejemplo, me parece que tiene mucho sentido que sea transmitido familiarmente. Pero en grandes empresas, cuando el accionariado tiene demasiadas coincidencias de apellidos o concomitantes por el registro civil, es decir cuñados, suegros y demás, puede producir una congestión decisoria que deje de vista lo exterior para centrarse demasiado en lo interior. Estoy pensando en los problemas que esta tradición ha producido en las grandes marcas de cava catalán. Y en los perfumes. Aunque hay otras empresas magníficas, y son, dicen, familiares, como los Botín. Apellido descriptivo.

Llegados a la situación de que en un partido político las familias directas copan demasiados cargos en dirección orgánica, la cosa se hace difícil de manejar. Y si el Patriarca dice que se va, pero sigue mandando y dando las pistas de lo que va a hacer ese partido en una tertulia radiofónica, la capacidad de aproximarse a sus postulados sin tener muchas dudas razonables se acrecienta. Y si escribo un ocho de marzo demasiado crispado en los ambientes feministas y de la izquierda, las ganas de pensar muy mal se empoderan. Porque uno mira a las fotos dinámicas y ve que, si en las próximas elecciones hay una debacle y se instaura la extrema derecha española bicéfala en el poder, es casi seguro que los máximos dirigentes de los partidos familiares tendrán escaño y sueldo. Son los negocios familiares del voto inútil.