Imanol INTZIARTE
MEMORIA HISTÓRICA

Tres generaciones, TRES retazos del franquismo

La Sociedad de Ciencias Aranzadi celebró ayer en el Palacio de Miramar de Donostia una jornada dedicada a la memoria histórica, a recordar lo acontecido en la capital guipuzcoana durante la guerra de 1936 y los años posteriores. Tres generaciones diferentes se reunieron en torno a una mesa redonda para dar testimonio de sus vivencias.

María Puy Intxausti, Anastasio Arbella e Izaskun Etxeberria, con el historiador Javier Buces.
María Puy Intxausti, Anastasio Arbella e Izaskun Etxeberria, con el historiador Javier Buces. (Gorka RUBIO | FOKU)

La Sociedad de Ciencias Aranzadi clausuró ayer un ciclo de cinco años trabajando en la recuperación de la memoria histórica de Donostia, y lo hizo con una jornada en el Palacio de Miramar que tuvo como cierre una mesa redonda con los testimonios de tres generaciones: los que conocieron la guerra, los nacidos en la posguerra y los que nacieron en la dictadura, que no vivieron la guerra pero sí el silencio de varias décadas.

María Puy Inchausti vino al mundo en 1929, pero recuerda la guerra «como si fuera ayer». Nacida en Ibarra, pronto se trasladó a vivir con su familia a Trintxerpe (Pasaia). Cuando se alzaron los franquistas un tío fue fusilado y su padre tuvo que huir al Estado francés.

El resto de la familia se trasladó a casa de unos allegados en Alegi, para escapar de los combates, y cuando los golpìstas tomaron Donostia regresaron a un Trintxerpe «desolado», porque había sido objetivo de la rapiña.

Rememoró los disparos de las ejecuciones en el cercano barrio donostiarra de Bidebieta. «Todas las noches mataban a tres o cuatro, había una camioneta azul que ponía ‘Auxilio Social’, y ahí se los llevaban. Y había uno a caballo que les daba el tiro de gracia».

El padre regresó unos meses más tarde. Calentarse y comer eran la prioridad. «Un día teníamos un pan amarillo, malísimo, y al día siguiente no. Lo que sufrieron nuestros padres por no poder alimentarnos!».

Otro tío estuvo encarcelado en Ondarreta por haber trasladado a gente que huía en barco desde Pasaia hasta Bilbo. «La cárcel era horrorosa, una vez le visité, no más. A las mujeres que se rebelaban un poco les cortaban el pelo como castigo y las hacían pasearse por La Concha».

Militante socialista

Anastasio Arbella, hijo de un militante socialista, nació en Donostia en 1944. Dos tíos murieron en el frente y un abuelo fue fusilado en Hernani. Su padre también sufrió la represión. Antes de la guerra ya tuvo que huir al norte de los Pirineos por su participación en la revolución de octubre de 1934, pero en 1936 regresó con la victoria del Frente Popular y estuvo combatiendo contra las tropas franquistas primero en Gipuzkoa, Bizkaia y Asturias, siendo herido varias veces.

«Finalmente fue detenido, pero en 1940 sale por un error, porque en teoría tenía que haber sido fusilado por su actividad política. Antes mi madre se había casado con mi tío Anastasio, enviudó en 1938, con 20 años, porque a él lo fusilaron con 21, y se casó con mi padre, el hermano del fusilado, en 1943. Antes de la ejecución, mi tío le escribió una carta en la que le decía que era joven, que rehiciera su vida, pero le pedía que no se casara con quienes le habían matado», contó.

«Mi padre siguió con la actividad política, paraba poco en casa, y después de nacer yo le arrestaron y le condenaron a 15 años de cárcel. Y mi relación con mi padre fue a través de cartas, postales, libros…», prosiguió Arbella.

La dura historia familiar da para una novela, pero fue muy real. «Mi madre estudió la carrera de piano, pero la guerra le truncó todo. Cuando yo era un crío tenía una imprenta y se jugaba el pellejo editando panfletos. Mi padre salió más adelante, en el 48, volvió a ser detenido, estuvo un mes arrestado y en manos, entre otros, de Melitón Manzanas. Mi padre nunca dijo nada de ese periodo, nunca contó que había sido torturado, pero…».

La escritora Izaskun Etxeberria, de Altsasu, nació en 1964. En su último libro, ‘‘Esaten ez den guztia’’, un personaje se pregunta por el destino de Isidro y Eloy Zufiaurre, que eran tíos de la madre de la autora. Casualmente, coincidiendo con la presentación de la obra, se identificó como Eloy Zufiaurre a uno de los milicianos enterrados en el mausoleo franquista de Polloe.

El miedo

Etxeberria subrayó que falta mucho por saber, y agradeció la tarea de quienes trabajan para rescatar la memoria histórica. «En su día no nos lo contaron por miedo, todo aquel sufrimiento del bando de los perdedores, el hambre».

«Cuando leí en el listado el nombre de Eloy Zufiaurre fue un sentimiento muy profundo, y eso que yo soy la tercera generación. Me pregunté cómo lo sentirían los familiares más cercanos», recordó.

Los tres participantes resaltaron la importancia de que estas historias no caigan en el olvido, de arrojar luz para que se vayan transmitiendo a las nuevas generaciones. «En casa a nosotros se nos contaba poco, había miedo. Pero yo oía a mis padres lo que hablaban, y se me quedaba todo. Bastantes años hemos estado callados, hay que contar para que sepa la gente lo que pasó», remarcó María Puy Inchausti.

Arbella aseguró que en su casa «se hablaba de la dictadura sin problemas, pero mi padre era muy puntilloso con la confidencialidad, que lo que digas no comprometa a nadie. No se le podía preguntar dónde o con quién había estado». Para Izaskun Etxeberria, existe «la necesidad de la verdad, de conocerla y trasmitirla».

«Se tenía que haber hecho antes, conocer la historia, enseñarla en las escuelas, pero nunca es tarde», sentenció Inchausti como colofón.