JAIME IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
Colson Whitehead
Escritor

«Mal que nos pese, en EE.UU. la mayoría de la población es apolítica»

Nacido en Nueva York, en 1969, trabajó como crítico de música, literatura y televisión antes de publicar su primera novela, “La intucionista”(1999). En 2017 ganó el Premio Pulitzer por “El ferrocarril subterráneo” y en 2020 repitió con “Los chicos de la Nickel”. Acaba de publicar “El ritmo de Harlem”, una intensa novela criminal sobre el Nueva York de los años 60.

(J. DANAE | FOKU)

Aunque, según él, en su literatura no subyace ninguna voluntad de denuncia, sus narraciones reflejan el racismo endémico que existe en la sociedad estadounidense. “El ritmo de Harlem” es un homenaje a un barrio y a unos ambientes, evocados en un momento de máxima agitación, como fueron los años 60. Más allá de ser una novela sobre personajes marginales que aspiran a la respetabilidad mediante trapicheos, se trata de una obra que capta el alma de una ciudad.

Después de dos novelas históricas, basadas en hechos reales, ¿escribir “El ritmo de Harlem” ha sido como un regreso al hogar?

Un poco sí. Tras dos obras ambientadas en el sur de los EE. UU, me apetecía volver a escribir sobre Nueva York. De hecho, hay un pasaje en “Los chicos de la Nickel” donde el protagonista se muda al Nueva York de los 70. Escribir aquellas páginas me generó tanta energía que pensé que mi siguiente novela tenía que desarrollarse en esos ambientes. He escrito sobre Nueva York en diferentes registros, a veces de manera realista, en otras ocasiones apelando a lo fantástico. Es mi ciudad y sigue siendo una gran fuente de inspiración para mí.

¿La inspiración que le procura Nueva York tiene que ver con lo que es hoy la ciudad o con su propia leyenda? En las últimas páginas de “El ritmo de Harlem” hay, de hecho, una denuncia velada de la gentrificación que vive el lugar.

Más que una denuncia es una constatación de lo que es Nueva York, una ciudad en permanente proceso de transformación. Siempre ha sido así y su fuerza radica ahí. No queda otra que aceptarlo, por mucho que ese proceso de gentrificación genere fenómenos absurdos como la transformación de barrios históricamente marginales en lugares elegantes y pijos. Nueva York es eso, más allá de su leyenda, la cual, dicho sea de paso, no me interesa mucho ya que ha sido alimentada para fascinar a los turistas. Frente a ese relato idílico, yo intento contar Nueva York desde lugares distintos a aquellos desde los que, tradicionalmente, se cuenta.

En sus anteriores novelas había una denuncia del racismo más explícita, aquí sin embargoes más tenue. En esta novela habla del racismo institucional, de cómo los negros se tienen que someter a las estructuras de poder de los blancos para prosperar.

La asimilación es un tema que me interesa en la medida en que refleja ciertas dinámicas sociales, pero tampoco quiero que se me etiquete como un escritor social. He escrito sobre muchos temas, sobre el campeonato mundial de póker y también una novela de zombis. Me interesa, sobre todo, reflejar la cultura popular de EE. UU. y cómo ésta se manifiesta en distintos lugares del país y a la hora de reflejar esa realidad, inevitablemente, aflora el fenómeno del racismo. Pero mi único compromiso como escritor es con la literatura.

No se priva de incorporar a la trama algunos episodios reales que marcaron la vida de Harlem en aquellos años, como los disturbios del 64 que siguieron a las manifestaciones pro-derechos civiles.

Sí, pero cuando evoco esos sucesos lo hago sin proyectar una mirada política sobre los mismos. Me interesaban, sobre todo, porque ayudan a conferir realismo al relato. Si hay un grupo de delincuentes planeando dar un golpe, es lógico que valoren aprovechar la presencia masiva de policías reprimiendo aquellas manifestaciones para perpetrarlo. Además si como narrador hubiera proyectado una mirada política sobre todo aquello, estaría faltando a la verdad. Mal que nos pese, en EE. UU. la mayoría de la población es apolítica. Cuando hay elecciones, la participación no llega ni al 50%, un porcentaje que resulta aún inferior entre los afroamericanos. Los años 60, fueron años de mucho activismo entre los negros, pero los que estaban realmente involucrados en esas luchas eran una minoría. La mayoría de la población negra que había en Nueva York era gente que curraba 14 horas al día y que tenía poco tiempo para entrar en disquisiciones sobre si era preferible la línea de la no violencia de Luther King o la acción directa que promulgaba Malcolm X.

¿Qué tipo de activismo puede resultar más eficaz contra ciertas constantes que se repiten década tras década?

Pues, honestamente, no lo sé. Periódicamente se habla de aprobar alguna ley que permita limitar ciertos abusos por parte de la policía, pero luego, a la hora de la verdad, se queda en nada, así que no soy muy optimista al respecto. Hoy en día, el hecho de que todos vayamos armados con un móvil hace que muchas de esas muestras de brutalidad se graben y se difundan y eso nos hace más conscientes del problema, al menos atrae más la atención del público, pero esa repercusión tampoco ayuda a que las cosas cambien. La violencia policial es un mal endémico de EE. UU. y soy consciente de que no voy a vivir para ver su final.

Esa actitud resignada ¿no implica un cierto conformismo?

Yo no estoy diciendo que no merezca la pena luchar por revertir la situación, claro que lo merece. Pero no tengo claros qué mecanismos de lucha serían los más efectivos. Supongo que es cuestión de centrarse en objetivos concretos, dirigir nuestras reivindicaciones hacia ellos y saber replegarse cuando haga falta. Así es como hemos conseguido avanzar algo hasta ahora, a través de pequeñas victorias.

¿Confía en la capacidad de la literatura para cambiar las cosas?

A nivel individual, por supuesto. Pero no solo la literatura, también el cine, el teatro, la poesía o el arte, son herramientas para transformar la vida de las personas. El problema es que en EE. UU. la literatura ha dejado de ser un elemento cultural dominante, una novela no tiene ni la incidencia ni el impacto que tenía antes. Cuando publiqué “Los chicos de la Nickel” y me dieron el Pulitzer muchos se aventuraron a afirmar que aquello iba a traer una revisión de las condiciones de internamiento en los centros de menores, y no pasó nada.

“El ritmo de Harlem” es la primera que publica tras ganar por dos veces el premio Pulitzer ¿Es consciente de las expectativas que hay sobre usted? ¿Cómo las gestiona?

Cuando me lo concedieron por segunda vez flipé un poco, jamás pensé que pudiera pasarme algo así. Pero al día siguiente ya estaba sentado escribiendo de nuevo. Como no tengo otras distracciones, la escritura es algo que ocupa el cien por cien de mi tiempo. Supongo que hay expectativas sobre mi obra, pero si las hay, a mí no me llegan y en todo caso tampoco es algo que yo pueda controlar.