Cenosilicafobia crónica
Cada vez más, conforme la temperatura media se estabiliza en cifras donde la poética se convierte en filípica y sobran los remedios y las maldiciones, aumenta en individuos propensos a la dislexia social el miedo al vaso vacío. Se acaba un vaso de horchata y se siente una imperiosa necesidad de llenarlo de nuevo, para inmediatamente dejarlo vacío y volver a sufrir un episodio de cenosilicafobia. Si nos situamos en una terraza a la sombra, una jarra de cerveza vacía es un tormento, una crisis de ansiedad hasta que vuelve a rebosar de espuma. Y sigue el círculo interminable, se vacía, se siente como las fibras responden de una manera inquietante a los gritos sordos de la cenosilicafobia hasta que se vuelve a llenar la jarra o el vaso, lo que nos devuelve la serenidad y el deseo imparable de libar su contenido y volver a empezar todo el proceso hasta la extenuación.
La ciencia reconoce esta fobia, la tiene documentada, pero resulta que los fabricantes de cervezas y los bodegueros han dado con un impulso propagandístico cargado de trampas y nos vienen a insinuar que combatamos los posibles brotes incontrolables de la cenosilicafobia llenando sin parar las copas de vino, de refresco o de cerveza, cuestión que un número considerable de nuestros conciudadanos hace sin haber sido diagnosticados, simplemente siguiendo una rutina de socialización y de combate a la inseguridad emocional transitoria. Sin olvidarnos de las dudas que provocan la cantidad de oferta de cervezas de toda índole y graduación, incluidas unas tostadas 0,0 que tienen un gusto perfecto.

«Sartutako zuhaitzek milaka urte iraun dezakeen basoa sortu dezakete»

Ya les dieron los coches para patrullar, ahora pedirán la tele en color y las rondas

1986: más secretos oficiales tras Zabalza y los GAL

Reconocidos otros siete torturados por la Policía y la Guardia Civil
