«¿Cuántas veces le dije a esa madre que a Claudia la habían asesinado?»
Pablo Díaz es uno de los supervivientes del operativo que militares argentinos llevaron a cabo en la noche del 16 de setiembre de 1976 y en días sucesivos contra estudiantes de Secundaria de La Plata, quienes fueron trasladados a centros clandestinos de detención. Seis de ellos siguen desaparecidos. Sobre estos hechos se filmó «La noche de los lápices».
En la noche del 16 de setiembre de 1976 y en días sucesivos, un grupo de estudiantes de Secundaria de la Ciudad de La Plata fueron detenidos por miembros de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Eran militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios y de la Juventud Guevarista. Tenían entre 16 y 18 años. Seis de aquellos adolescentes -Claudia Falcone (16 años), Francisco López Muntaner (16), María Clara Ciocchini (18), Horacio Ungaro (17), Daniel Racero (18) y Claudio de Acha (18)- aún siguen desaparecidos. Tras ser sacados de sus casas, fueron llevados al centro clandestino de detención conocido como Pozo de Arana y de ahí al Pozo de Banfield, donde fueron vistos con vida por última vez.
Cuatro estudiantes lograron sobrevivir, entre ellos, Pablo Díaz, quien se despidió de sus compañeros de celda con la promesa de no olvidarles y de que se tomarían una cerveza cuando salieran. Pero nunca más los volvió a ver.
Díaz, quien en abril pasado visitó Gernika invitado por Gernika Gogoratuz, fue secuestrado el 21 de septiembre, días después que sus amigos.
A finales de diciembre de 1976, fue trasladado al Pozo de Quilmes y un mes después quedó detenido en la Unidad 9 de La Plata hasta que fue liberado en noviembre de 1980.
En estos 47 años no ha dejado de prestar testimonio. Además de ser uno de los testigos en el Juicio a las Juntas, su relato es la base de la emblemática película de Héctor Olivera “La noche de los lápices” y forma parte de “Argentina, 1985”. «Hay hermanos de los chicos que en cada aniversario me llaman. ¿Me necesitan a mí o siguen viendo la mesa vacía?», resalta a GARA mientras de una carpeta extrae con cuidado un documento «reservado» -que acompaña esta entrevista- en el que los represores marcaron con un rotulador el destino final de Claudia Falcone. En la casilla correspondiente a su «grado de peligrosidad», anotaron «mínimo».
Cada 16 de setiembre, Argentina celebra el Día de los Derechos de los Estudiantes Secundarios en homenaje a los estudiantes desaparecidos durante la úlitma dictadura cívico militar. Según la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, más del 20% de los desaparecidos entre 1976 y 1983 fueron estudiantes.
«La noche de los lápices» ha quedado en la memoria colectiva. La reciente y aclamada «Argentina, 1985» recoge parte de su declaración en el Juicio a las Juntas.
Cuando salí de prisión a los 22 años, me presenté en la Comisión Nacional de Desaparecidos, he buscado e investigado el porqué del secuestro sistemático de estudiantes secundarios en la ciudad de La Plata y sus desapariciones eternas. La verdad comprende el juicio y castigo a los culpables, más cuando hablamos de crímenes de lesa humanidad, como fueron el bombardeo de Gernika o la última dictadura.
«La noche de los lápices» es la historia real de lo que me pasó. En «Argentina, 1985» se intercalan imágenes reales de mi declaración en el Juicio a las Juntas con las interpretadas por el actor que hace de mí. Te cuento una curiosidad. Uno de los actores que hace de juez y mira a Pablo mientras está prestando testimonio es el mismo actor que hizo de mí en “La noche de los lápices”.
¿Cómo vivió el rodaje de la «La noche de los lápices»?
Fue complejo. Está filmada en nuestras propias casas solo diez años después de nuestro secuestro. Fui a casa de Claudia. Le pregunté a su madre si podíamos grabar en la casa. Me llevó hasta su cuarto. ‘Mirá, nunca lo he tocado’, me dijo. El cuarto estaba tal y como lo dejó Claudia cuando se la llevaron los milicos. Abrí el ropero y ahí estaba toda su ropa, que es la que usa la actriz que interpreta a Claudia.
¿Cuántas veces le dije a esa madre que la habían asesinado? La desaparición forzada es una de las torturas más crueles porque no tienes la posibilidad de hacer el duelo. Hay hermanos que en cada aniversario me llaman. ¿Me necesitan a mí o siguen viendo la mesa o el cuarto vacío?
¿Qué diría de su generación?
La nuestra fue una adolescencia madura, de búsqueda colectiva. Proveníamos de un centro urbano, éramos de clase media. En cada escuela había cuatro o cinco delegados estudiantiles que trasladábamos a las autoridades los conflictos que cada compañero tenía. Por ejemplo, si tienes a tu madre enferma y la tienes que cuidar, necesariamente tendrás un conflicto de lentitud en el estudio; si tienes trabajar porque eres pobre, llegarás cansado a la escuela nocturna.
¿Por qué peleamos por el Boleto Estudiantil Secundario en 1975 si nosotros no lo necesitábamos? Claudia vivía a una calle del colegio, yo a diez. Lo hicimos porque en una asamblea los compañeros de los colegios industriales y nocturnos dijeron que si no tenían dinero para el transporte, tendrían que dejar la escuela.
Compañeros que vivían en barrios populares o que eran hijos de padres analfabetos nos plantearon si podíamos darles apoyo escolar. A nuestros 15 años nos convertimos en alfabetizadores, en docentes, no por haber estudiado en la Universidad, sino por la sensibilidad de saber que lo que se aprende se puede enseñar. Nos hicimos militantes de la vida, no hacía falta un partido. Eso trae aparejado más pelea.
El golpe de Estado fue en marzo de 1976, sus secuestros en septiembre. ¿Pensaron en algún momento que podrían hacerlos desaparecer?
No. Sabíamos que algo pasaba, pero creíamos que lo peor que nos podía pasar por la resistencia que habíamos generado en la escuela pintando en los baños ‘fuera la dictadura militar’ era que nos detuvieran, nos llevaran a comisaría y llamaran a nuestros padres. Lo peor a lo que nos podíamos enfrentar era a nuestros padres. Eso era lo pensábamos. Me da vergüenza decirlo, pero esa era nuestra inocencia. No conocimos lo que eran los campos de concentración hasta que estuvimos en uno, donde me enamoré de Claudia. Uno puede preguntarse si es posible enamorarse en un campo de concentración. La respuesta es sí. Más de cien días separados por una pared de diez centímetros. ‘¿Pablo, estás ahí?, ¿Claudia, estás ahí?’. Inventamos un código con los nudillos golpeando las paredes. Terminábamos diciendo que cuando saliéramos, iríamos a la plaza a tomar cerveza. La última escena de «La noche de los lápices» fue así, tal cual.
En esa última escena, Claudia Falcone le pide que cada 31 de diciembre levante una copa por ellos, porque «nosotros ya estamos muertos».
Cuando me dijeron que me preparara porque me iban a pasar a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, pedí a uno de los guardias que me dejara despedirme de Claudia. Me llevó hasta su celda. Ella estaba en una esquina. Me pidió que no la mirara. Cuando le pregunté si quería ser mi novia cuando saliéramos, me dijo: ‘No Pablo, no puedo ser más mujer, porque me violaron en la tortura, por delante, por detrás’. En ese momento pensaba que lo peor que le estaba pasando era la desnudez, el hambre, la soledad, el calabozo. Yo les digo a las chicas de hoy en Argentina que con sus consignas me han hecho comprender lo que me dijo Claudia, que lo más preciado que tiene una compañera es su cuerpo.
La película les ha inmortalizado en sus 15, 16, 17…
Cuando voy a dar una charla me ven más como el adolescente de 17 años que como el adulto de 64. Te voy a confesar un miedo y una fantasía que tengo. ¿Cuáles son? Que cuando la naturaleza me lleve, volverlos a ver y preguntarles si como sobreviviente, hice todo lo que podía por ellos. Mi miedo es volver a ver Claudia a sus 16 años y yo ir con mi vejez. El paso del tiempo no me ha sacado de la adolescencia.
A sus 64 años, acabó sus estudios de Secundaria tras aprobar Matemáticas a través del plan de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios. Una demora que tiene connotaciones reivindicativas.
Exacto. Estuve cinco años preso y cuando salí me dijeron que me fuera de La Plata y no volviera a la escuela. No hice caso, me quedé en La Plata medio escondido. Entré en contacto con un padre salesiano que estaba en el Sagrado Corazón. Le expliqué mi historia, me dijo que podía ir a la nocturna, pero sin contar lo que habíamos vivido y tratando de movilizar lo menos posible. Empecé a ir a la Conadep, enseguida vino el Juicio a las Juntas y la película. Se me generó una contradicción, si como sobreviviente tenía que terminar la Secundaria o no.
El año pasado, le pedí a un compañero de trabajo que acabara la Secundaria. Entonces, me dijo: ‘¿Y tú?’. El día en que me recibí de mi Secundaria fue como si mis compañeros lo hicieran conmigo; sus hermanos me escribieron diciéndome ‘Claudia, Horacio... se recibieron con vos’.
Fue uno de los testigos del Juicio a las Juntas en 1985.
Hablamos de las Fuerzas Armadas. Se iba a juzgar a los generales, no a cualquiera. Todos estaban libres. Pero me pudo más el compromiso de haber estado con ellos y el amor. Tenían derecho a estar vivos.
En noviembre acompañó al Tribunal que juzga las torturas y desapariciones en el Pozo de Banfield a una inspección ocular a este ex centro clandestino, en cuyos sótanos fueron fusilados sus compañeros. ¿Cómo lo vivió?
Traté de ser duro porque iba con jueces y los familiares de los chicos y tenía la responsabilidad de mostrarles. A veces necesito ir al baño, cerrar la puerta y llorar. Pero es necesario que se vea. Todo lo que podamos recomponer de ese horror sirve para la protección de las nuevas generaciones.