Aitor AGIRREZABAL
IRUÑEA
Elkarrizketa
Iker Moreno
Red de Torturados de Nafarroa

«Cuando salí vivo del calabozo, me dije que mi venganza sería contarlo»

La Red de Torturados de Nafarroa ha organizado las II Jornadas Internacionales, que se celebrarán el viernes en Iruñea, haciendo hincapié en la reparación. Iker Moreno fue torturado hace más de 12 años y desde entonces trata de arrojar luz sobre una realidad silenciada durante décadas. «Que se nos reconozca ayuda a sanar la herida», manifiesta.

(Jagoba MANTEROLA | FOKU)

 

Iker Moreno (Burlata, 1986) fue detenido por la Guardia Civil el 18 de enero de 2011. Permaneció cuatro días incomunicado en la comisaría de Tres Cantos, donde fue torturado de forma salvaje: decenas de sesiones de bolsa, golpes, electrodos y amenazas de violación. Su denuncia ante el actual ministro de Interior en funcione, Fernando Grande Marlaska, cayó en saco roto.

Ahora trata de arrojar luz sobre esta realidad silenciada a través de la Red de Torturados de Nafarroa, que ha organizado las II Jornadas Internacionales, que se celebraran el viernes en el Planetario de Iruñea y que contarán con la participación de las psicólogas Lorena Pérez Osorio y Juana Luisa Lloret de Fernández, procedentes de Chile y Perú, que hablarán de la experiencia en el ámbito de la tortura en sus respectivos países.

El próximo día 17 celebrarán las II Jornadas Internacionales sobre la Tortura. ¿Con qué objetivo?

La conferencia será sobre ‘Pasos hacia la reparación’. Creemos que, más allá del reconocimiento, tenemos que ver qué entendemos por reparación. Cuando hablamos entre nosotros, cada uno lo entiende de forma muy diferente.

Una reparación, ¿médica, económica o las dos?

Más que respuestas, se nos generan preguntas. Hay gente que necesita que se le reconozca, hay quien no quiere volver a abrir la herida, quien necesita un cara a cara con la gente que le torturó, quien no quiere saber quién le torturó. Queremos pararnos a reflexionar sobre ello.

También apuntan a un reconocimiento colectivo.

En Nafarroa tenemos constancia de más de 1.000 casos de tortura. Nunca se nos ha reconocido, se nos ha achacado que estábamos mintiendo y eso duele. Como personas que hemos sufrido violencia en nuestros cuerpos eso dificulta que lo podamos superar. Hablar de ello y que se nos reconozca ayuda a sanar la herida.

Tengo la sensación de que, cuando narramos lo que nos hicieron, no llegamos a contarlo del todo. No hay palabras para explicar lo que sentimos. Tenemos algunas palabras tan banalizadas que parece que estamos exagerando, incluso que estamos mintiendo.

En mi caso, la mente se disocia. Tienes la sensación de que aquello lo viviste en tercera persona. Tu mente necesita protegerse y tú también tienes la sensación de no estar contando lo que fue aquello y tienes miedo a que la gente no te crea. Ese reconocimiento, a nivel personal, es muy importante. A eso hay que sumarle que, políticamente, siempre se nos ha negado que aquello estuviera sucediendo. Es importante que se nos reconozca como colectivo y que se admita que aquella práctica se hizo con fines políticos contra una disidencia política.

A principio de año se presentó el informe del IVAC que acredita 1.068 casos. Desde entonces la red ha continuado con su trabajo de censo. ¿En qué punto se encuentra?

A principios de 2024 el IVAC presentará una actualización, porque hay casos nuevos registrados y tenemos constancia de 150 personas más a las que no llegamos o que igual es gente que no quiere reabrir esa herida.

¿Ha servido aquello para mover posturas herméticas ante la aceptación de la tortura?

Estábamos acostumbrados al silencio y desde el nacimiento de la red se nos ha escuchado. El simple hecho de que el Gobierno navarro haya encargado ese informe y la puesta en marcha de la ley o la formación de una comisión de expertos son pasos importantes.

La comisión de valoración del proceso paralelo en la CAV acaba de denunciar que no se prevé reparación de las personas torturadas porque no hay secuelas físicas acreditadas. ¿Es idéntica la situación legal en Nafarroa?

No lo sabemos. Nos preocupa, no solo por la parte de las personas torturas en la CAV, sino porque es la comisión la que está haciendo esas recomendaciones y los expertos lo están denunciando. Por ahora estamos apostando por que se nos reconozca.

¿Qué tipo de daños sicológicos se constatan en las personas torturadas?

Cuando hablamos entre nosotros, hablamos de miedos, vergüenzas, culpas, incapacidades para relacionarte con gente, hay quien no puede entrar en espacios que no controla, quien con ruidos de bolsas o cerrojos le da un escalofrío, quien vive obsesionada con mirar la matrícula del coche que viene detrás... Para mí, es complicado superarlo al 100%

En la CAV han denunciado además falta de medios e imposibilidad de cumplir plazos de respuesta a solicitudes.

En Nafarroa quedan tres años y ocho meses para que se cumpla el plazo dado a esa ley y es verdad que por ahora la gente que hemos empezado a pasar ante esa comisión es un número bajo. Tenemos que hacer un esfuerzo. Sabemos que hay 300 personas dispuestas. A ver cómo lo hacemos en tres años.

En su caso, dejó por escrito lo sufrido.

Tuve la suerte de que me tocó entrar en ingresos con un compañero que me recomendó que intentase hacer un esquema de lo que pasó esos días. Aún así, siempre tengo la sensación de que no llegamos a contar todo. No es algo que podamos explicar con palabras, algo que dificulta este proceso.

Incluso con el trabajo que hace en la red también revive aquello.

Entiendo a la gente que no quiere volver a hablar del tema, pero en mi caso fue lo contrario. En el momento que salí vivo de allá me dije que mi venganza sería contarlo. Pero por mucho que hayamos estado en tratamiento psicológico y que nos haya ayudado a sobrellevarlo, todavía es una herida que se reabre y por dentro no está sanada.

Llegó a desear que se les fuese de las manos.

Pensando sobre el por qué nos hacían esto, pienso que era para destruirnos como personas. Yo llegué a ser animal, dejé de ser persona. Era un cuerpo que necesitaba sobrevivir al nivel más básico. Necesitaba respirar. ‘Con tal de seguir respirando voy a hacer lo que me pidan’. Llegué a un nivel de sumisión total.

Me rompí en el momento en el que apareció una figura que se reía y que disfrutaba con mi sufrimiento. Me pedía que aguantara más porque eso le gustaba. Disfrutaba viéndome sin respirar. Dejamos de ser personas y las heridas que crea esa situación, de avergonzarnos de haber estado en esa situación, de haber dicho cosas que nos obligaron a decir, es muy difícil de superar. Es una mochila que vamos a llevar toda nuestra vida.

Las jornadas hablarán de reconocimiento, reparación, resiliencia... ¿En su caso particular, cómo se afronta un proceso así?

En el momento que me torturaron era muy consciente y no le prestaba atención a mi cuerpo. Intenté hacer un búnker de mi cabeza. Me repetía que mi cuerpo era un muñeco de trapo y que hiciesen con él lo que quisieran que no iban a conseguir entrar en mi cabeza.

Tras meses de trabajo con la psicóloga viví desde el cuerpo muchas de las cosas que tenía enquistadas. Una vez me quedé atrapado contra una pared. Haciendo un ejercicio con la psicóloga, no era capaz de ponerla a ella de la misma forma en la que me tuvieron a mí durante una noche. Simplemente era estar a un centímetro de la pared, mirando fijamente y sin moverme. Cuando me dijo si lo podía hacer yo, lo hice, y al corporalizar esa situación empecé a llorar como no he llorado nunca.

Cuando salí de la cárcel viví unos meses de euforia y de repente empezaron a aflorar ataques de ira injustificados, reacciones desproporcionadas, sentimientos de humillación que previamente no me hubieran dañado... Llamé a la psicóloga y le dije que no sabía quién era. Me ha ayudado a entender qué estoy viviendo y a relativizar qué siento en cada momento cuando tiene relación con lo que nos hicieron en aquellos calabozos.