El zorro y la hormiga, dos líderes no tan antagónicos
Ernesto Valverde y Javier Aguirre, entrenador del Athletic y su homónimo del Mallorca, respectivamente, tienen tantas similitudes como diferencias. Ambos son determinantes, pero con liderazgos antitéticos; empáticos, cada uno a su modo: vascos, aunque extremeño y mexicano, y con mucho mundo... Y comparten relativizar algo tan trascendente como el fútbol.
En verano de 2005 un periodista navarro ligado a esta casa proyectó un libro de rutas montañeras. Necesitaba un fotógrafo que ilustrara cada excursión y tras difundir su oferta apareció un chico amateur llamado Ernesto que entonces estaba en el paro y al que le encantó ese plan de botas de monte y cámara al hombro.
En una llamada telefónica concertaron el trabajo sin dificultad, porque resultó que además a Ernesto le preocupaba entre poco y nada cuánto iba a cobrar. Lamentablemente para el periodista, unos días antes de arrancar el fotógrafo le llamó para disculparse porque finalmente no podría colaborar: «Me dijo que le había salido ‘un currillo’».
Tirándole y tirándole de la lengua como experimentado entrevistador, le sonsacó que ese puesto de trabajo quedaba lejos, en Italia. Y no fue hasta el final, tras mucho insistir, cuando el periodista descubrió que aquel chico que no quería notoriedad ni dinero se apellidaba Valverde, ya había entrenado dos temporadas al Athletic y antes jugado quince temporadas como profesional. Una llamada del Parma lo iba a repescar para los banquillos (aunque finalmente acabaría en el Espanyol) y mientras tanto no quería perder la oportunidad de practicar su afición.
La anécdota define perfectamente el carácter humilde y colaborativo que el «Txingurri» no ha perdido desde entonces, aunque entre medio haya pasado por banquillos tan calientes como Olympiakos, Valencia y Barcelona. Seleccionar un episodio que defina a Javier Aguirre es más complejo porque su trayectoria da para una enciclopedia de chascarrillos. Puede servir el que ha contado alguna vez César Krutxaga, el excapitán de Osasuna.
Tras uno de los éxitos que cosechó con los rojillos, también en torno a aquel 2005, Aguirre se empeñó en convencer a sus futbolistas de que tenían que salir a celebrarlo. Y por todo lo alto: tenían permiso hasta las 4 de la madrugada. A Krutxaga y algunos más se les fue la mano y ya eran las 5 cuando en un garito se toparon con... el míster.
«Pendejos, cabrones, ¿no les dije que hasta las 4?», les soltó Aguirre entre risas ante sus caras de susto. Aguirre sigue disfrutando y haciendo disfrutar dos décadas después, aunque haya bajado el pistón a sus 65. «Un whiskyto y a dormir; con dos hielos», dijo tras la clasificación en Anoeta. Pero tampoco les extrañe si luego le dieron las 5 de la mañana.
OBSERVAR Y CONTAGIAR
No hay duda, basta con ver a sus equipos esta temporada, de que Valverde y Aguirre son dos líderes, pero de modelos muy diferentes, casi antagónicos. Al míster del Athletic lo caracteriza su capacidad de tomar distancia, observar y escuchar.
En su época en Grecia sacaba fotos desde el autobús de los recibimientos al equipo; la cámara le distanciaba del estruendo y las llamaradas. El hombre tranquilo no solo sobrevivió a aquel clímax ambiental sino que ganó dos ligas con Olympiakos. Y no perdió la calma ni en la final copera ante el AEK que se resolvió tras 34 penaltis, una locura.
Otra tanda infartante, la de Anoeta, fue resuelta por Aguirre con un alarde de sapiencia sicológica que se convertirá en objeto de estudio. Consiguió que sus jugadores se fueran a los once metros entre risas, casi bailando, sin dejarse atenazar por la presión. Los cinco acertaron sus disparos. ¿Qué les dijo el mexicano? Algo descacharrante debió ser.
El liderazgo de Ernesto Valverde puede definirse como «democrático» o «transaccional», y el de Javier Aguirre encajaría mejor en la categoría de «transformacional», más intervencionista.
En términos biológicos, el mexicano es un zorro, y Valverde puede quedarse con su apelativo de txingurri. Pero no solo por lo evidente, la estatura, sino más aún por sus cualidades: un estudio de la Universidad de Bristol determinó que las hormigas están entre los animales más inteligentes del mundo por su capacidad para trazar caminos y llevar al resto por ellos. El modo en que ha encontrado la ruta adecuada de ataque encajando a Guruzeta para optimizar a los Williams es eso mismo.
UN APRENDIZAJE CONTINUO
Como el 90% los entrenadores, Ernesto y Javier fueron jugadores de nivel antes de llegar al banquillo. Valverde vivió todas las escalas, desde el mítico Sestao que rozó el ascenso a Primera al Barça que iba para Dream Team.
Aguirre aterrizó en Osasuna tras el Mundial jugado en su país en 1986. Astuto como él solo, pronto vio que técnicamente estaba por debajo de lo que se exigía a un extranjero en aquellos años pero se ganó el cariño metiendo la pierna donde nadie lo exigía. No seguiría en el equipo como futbolista pero dejó tal huella que volvería como entrenador 16 años después, en 2002.
La decisión no pudo ser más acertada, pero Aguirre no llegó aprendido. En 2003 se le fue una semifinal de Copa con Osasuna ante el entonces colista de la Liga, el Recreativo de Huelva, por alinear en la ida al equipo B. Dos años después no se le escaparía la misma oportunidad. Y en 2006, subido en esa misma ola, puso a Osasuna en previa de Champions, con un cuarto puesto histórico y nueve victorias consecutivas en el Sadar.
Los caminos del fútbol se cruzan tanto que en esta final en el banquillo del Mallorca habrá un hijo de vizcainos, aunque muchos lo desconocen, y en el del Athletic habrá un jugador que vistió de bermellón, aunque lo mayoría lo haya olvidado. Vascos, pero vascos por el mundo.