Raimundo FITERO
DE REOJO

Sensibilidad sonora

Existen enfermedades íntimas que se confunden con manías. Misofonía es una de ellas. Hay seres humanos que desarrollan una capacidad para que sonidos habituales se conviertan en estallidos de incomodidad. Ruidos casi imperceptibles como el que se produce al masticar chicle, las respiraciones de un animal de compañía o los chasquidos de los dedos de un compañero de trabajo los lleva a un estado de irritabilidad desmesurado e incontrolable.

Es un Síndrome de Sensibilidad Selectiva de Sonidos que puede llevar a un estado de alerta peligroso, que puede desembocar o confundirse con la fonofobia o que, situado en otro territorio de aplicación ordinaria, es lo que hace que se despierten los demonios interiores de muchas personas la escuchar hablar a determinados agentes políticos. También sucede con el cansancio relacional de algunas parejas o familiares cercanos, hasta con grupos de amigos y amigas con los que se llega a una situación de pasar al siguiente eslabón de lo insufrible con solo dos o tres opiniones circunscritas a los impuestos o el feminismo.

No tengo claro si el cuñadismo se puede considerar como un agente acelerador de estas molestias que nos llevan a provocar momentos de muchas incapacidad para comprende, atender, escuchar, oír, disfrutar de una canción, un discurso o un canto de pájaro que cruza nuestro alféizar. Es indudable que además de las averías operativas de las trompas auditivas debido al abuso de utensilios para escuchar perennemente pódcast, de lo que hablamos aquí es de el deterioro neuronal o sus derivadas. A mi enervan los susurros.