A los toros con minifalda
La Tauromaquia es un complejo tratado de gestos, voces y pasiones. En el idioma español se usan conceptos de la tauromaquia de manera cotidiana. Se explica de manera sencilla la vinculación entrañable con las clases populares y su absoluta incardinación con las fiestas patronales, algo que cuesta desatascar. Por si alguien anda despistado, el toreo a pie tiene su clara conexión con el pastoreo a pie del ganado bovino de bravo que se ha hecho durante siglos en Euskal Herria. Es más, algunos de los orígenes de las ganaderías más renombradas vienen de Nafarroa y sus ganaderías ancestrales, tanto en castas como en propiedad.
De repente, se convierten los toros en material político. Es un síntoma más del desorden programático de los partidos políticos concurrentes. En las islas Canarias, donde existe un turismo exagerado, hace décadas que se abolieron las corridas de toros. En Catalunya se hizo algo similar y se montó un follón político, con aproximaciones pseudoculturales que se aprovechó para la desafección general que se fue gestando de manera impropia. En el resto del Estado, y aquí mismo, hay reticencias, pero hay ferias y concentraciones taurinas de primer orden. Es un negocio que sin ayudas ni subvenciones muere por inanición. La resurrección que están propiciando la extrema derecha bicéfala es grotesca. Que el ministerio de Cultura suprima el Premio Nacional de Tauromaquia es un gesto. La duda es si está vacío de contenido o lleno de demagogia. En los toros no hay público joven con o sin minifalda. Esta es la clave de fin, la auténtica situación de alarma.

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