El travelling es una cuestión de moral

Agnieszka Holland venía de sorprender a parte de la crítica con ‘‘Spoor’’, fábula de ecovenganza electrificada por la urgencia de una proclama medioambiental sin concesiones. También ‘‘The Green Border’’ bebe de la actualidad más rabiosa, literalmente. Holland quiso volver a hacer del cine altavoz con la nueva cinta, que ganó el Premio Especial del Jurado de Venecia… Un galardón habitualmente reservado para los gestos de complicidad política.
Rodada en veintitrés días de marzo y lista para proyectar en los festivales de otoño, sigue el viaje de una familia siria que buscará cruzar la boscosa frontera sueca para entrar en Bielorrusia. Les acompaña Leila (Behi Djanati Atai), intelectual y urbana, espejo lúcido para las filas de intelectuales que acudan a ver la película, de las barbaridades que estarán por vivir. Por capricho del dictador bielorruso, toda persona refugiada es bienvenida a culata de fusil y alambre con púas por militares crueles y desquiciados, cercanísimos a ‘‘La chaqueta metálica’’.
Holland, dirigiendo en colaboración con Kamila Tarabura y Katarzyna Warzecha, pone en escena las torturas que se ejecutaron sobre el cuerpo de nudas vidas, en términos de Agamben, desde la forma documental, con fotografía en un blanco y negro contrastado de Tomek Naumiuk, como si una recreación más cercana a su idea (estética) de crudeza garantizara la autenticidad de la experiencia…
Si ello les suena a trenecillo de la bruja o al famoso dilema del travelling de Kapo (búsquenlo, si no), es que van viendo los bordes éticamente rasposos de tratar el horror ajeno desde la pornografía. Me he dejado las verduras para el final: mañana Gaizka Izagirre toma el relevo en las críticas diarias. Sirva esto para desearle un espíritu combativo y un cine que no se pierda por indignado.

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