Elogios
Ante nada nos sentimos más indefensos que ante el elogio. Hay personas que tienden a la alabanza hiperbólica del otro; eso sí, siempre en presencia de ese otro y de otras personas, que es a quienes dirige su desmesurado panegírico.
A la víctima no le queda sino padecerlo en abochornado silencio. Si intentara rebatir o rehusar esas desmedidas loas, resultaría aún peor, ya que eso sería interpretado seguramente como prueba de modestia y de humildad, lo que se sumaría a las muchas virtudes que le están cayendo encima.
Tras aguantar impertérrito el chaparrón de elogios y cuando, todo orondo, el elogiador contempla al enmudecido elogiado con una satisfecha sonrisa paternal, o maternal, y se da media vuelta triunfante dejándole a solas y desvalido con los otros, el alabado no puede sino rumiar el convencimiento de que stos le tienen por un auténtico cretino; pero que si, por si acaso alguien hubiese tomado en sincera consideración ese humillante discurso que le ha ponderado como excepcional ser humano o profesional o escritor, aún se ve en la nefasta obligación de no decepcionarle e intentar estar a la colosal e imposible altura de las expectativas creadas por aquel, su peor enemigo, el perpetrador de elogios.

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