Hay una artista catalana a la que iría a pedir matrimonio montada en una yegua blanca, de no ser porque ni ella ni yo creemos siquiera en la pareja. Y porque tampoco sé cabalgar, que yo sepa. Mireia Sallarès recorrió México durante cuatro años con su cámara y un rótulo gigante que rezaba en neón rosa «las muertes chiquitas», para charlar con decenas de mujeres acerca del placer, la vida, la violencia. Y proclamó, tras todas aquellas confesiones femeninas: los orgasmos, como la tierra, son de quien se los trabaja. De ahí salió una serie documental reveladora que se llama como el rótulo, disponible en Filmin. Reproduzco esta joya narrada por una mujer bellísima, que pasa de la sombra a la risa.

«Tenía solo veintidós años y siete hijos. Y el infeliz este nada más que sabía golpearme… Traía yo mi niña recién nacida, y estaba llorando. Se para la trabajadora sexual al lado de mí y me dice: qué tienes, por qué chillas. Y le digo, es que no tengo nada que darles de comer a mis hijos. Y me dice, ese señor te está ofreciendo mil pesos, y no quieres ir. Y le digo, a dónde. ¡Pues a coger! Qué es eso, qué voy a coger. Y me dice, pues al hotel. Le digo, qué es un hotel. Si serás pendeja, por ir a hacer el amor. Pero qué es hacer el amor, le pregunto. ¡Por ir a hacer lo que haces para tener esos chiquillos! Y yo, ay no. Y ella, con perdón tuyo, pinches indias pendejas que prefieren guardarlo para un desgraciado que las tiene golpeadas, porque yo venía golpeada, que darlo para mantener a sus hijos. En ese momento, con mis lágrimas en mis ojos dije se acabó, tienes razón. Y de ahí empecé y ya no me quite. Es un trabajo, nada más. Claro que hay momentos que llega cada fulano que lo hace tan bien, que te tienes que agarrar de la cabecera de la cama y decirte: estoy trabajando, estoy trabajando, estoy trabajando. Tienes que trabajar tu mente al máximo para no caer en un orgasmo».

Qué mejor manera de honrar a la virgen de agosto que escuchando a una puta desmontar nuestros prejuicios sobre el sexo y el peligro.