Hay dudas razonables sobre el punto exacto de la historia en el que colocar el concepto de teatro clásico. Ciertas teorías disocian lo que tiene que ver con el siglo en que se escribieron los textos con su rango y se apunta de una manera cada vez más insistente el siglo XIX y XX como suministrador de dramaturgias y obras que configuran una idea clásica del arte escénico. Griegos, romanos, siglo de oro y generaciones del 98 y el 27 son quienes suministran más inspiracion a las nuevas generaciones.

Son pasos de carácter comparativo que van aposentando tendencias, criterios para la aproximación estructural y temática desde una calidad de origen que se puede convertir en todos los procesos de adaptación y versionado, en un material desconocido, adulterado, como si solamente se utilizara la percha del nombre de la obra y/o de su autor como reclamo y en lo que se ofrece quede bastante difuminado y convertido en algo difícil de calificar, siempre por debajo del punto de partido.

En estos últimos meses ha sido Federico García Lorca el más maltratado. Una vez sus obras han entrado en el dominio público, cualquiera puede meterse con ellas. Y hacen auténticos desastres. También hay propuestas respetuosas y magníficas. Pero son las menos.