Arranca el año académico para los desplazados de Nagorno Karabaj
Alumnos, profesores e incluso centros educativos expulsados del enclave por los azeríes tras la ofensiva final y definitiva del año pasado luchan por recuperar la normalidad en un sector clave como el de la educación. Pero empezar de cero no resulta fácil en un país, Armenia, castigado por la falta de recursos.

A sus 19 años, Anna Khurshudyan recuerda haber ido a clases en Nagorno Karabaj durante el invierno pasado a pesar de la falta de gas y electricidad. Aún cursando Bachillerato, la joven se preparaba para poder acceder a la Universidad Francesa de la República de Armenia, pero había un problema que le afectaba a ella y a todos en el enclave: en diciembre de 2022, Azerbaiyán cerró la única carretera que conectaba Karabaj con Armenia y el resto del mundo, condenando a los habitantes de Karabaj al hambre y al frío.
«Me costaba mucho concentrarme con el estómago vacío en aquellas clases heladas. Incluso cuando pienso en esos tiempos difíciles, todavía deseo poder volver», asegura Khurshudyan desde el apartamento en el que vive hoy con sus abuelos a las afueras de Ereván, la capital armenia.
Khurshudyan recuerda que, durante aquellos nueve meses de bloqueo, se hicieron solicitudes especiales para que algunos estudiantes pudieran hacer los exámenes de acceso a la universidad a distancia debido a las restricciones para viajar. El Ministerio de Educación de la República de Nagorno Karabaj consiguió proporcionar electricidad y conexión a Internet para que pudieran hacer las pruebas bajo cámaras de vigilancia. Pero nadie en el enclave podía imaginar que, incluso en una situación tan crítica, las cosas pudieran ir a peor.
El 19 de septiembre de 2023 Bakú lanzó la ofensiva final y definitiva contra Nagorno Karabaj. También llamada Artsaj por los armenios, era una región autónoma de población mayoritariamente armenia en el Azerbaiyán soviético. Este pequeño enclave en el Cáucaso sur ha sido el epicentro de una disputa territorial entre Bakú y Ereván desde la disolución de la URSS. Hace exactamente un año, el total de población armenia que quedaba en el enclave -en torno a 120.000- huyó a Armenia. Atrás quedaron sus escuelas, sus casas, sus cementerios, sus iglesias y sus sueños.
Khurshudyan salió un mes antes de la ofensiva, poco después de que se permitiera a los estudiantes cruzar el puesto de control azerbaiyano para comenzar sus estudios en Armenia en septiembre. Sus padres tuvieron que firmar entonces un documento en el que declaraban que no pedirían responsabilidades en caso de que le pasara algo a su hija.
«Los guardias azeríes nos trataron con desprecio, pero aguantamos en silencio. Sabíamos que si decíamos algo que no les gustara nos podían arrestar o algo peor. No había nadie que nos protegiera», recuerda Khurshudyan.
A su llegada a Ereván, la joven alquiló un apartamento y comenzó sus estudios. Su familia se unió a ella tras el éxodo masivo, pero poco después sus padres se emigraron a Rusia debido a la falta de trabajo en Armenia. Anna consiguió ser finalmente admitida en la Universidad Francesa de la República de Armenia. A pesar de obtener excelentes calificaciones en las pruebas de acceso, no recibió una beca entonces por haber hecho el examen a distancia, y tampoco tiene hoy garantías de poder seguir estudiando.
«La matrícula es de 3.000 dólares anuales, y aún no sé de dónde vamos a sacar el dinero para el curso siguiente», lamenta. Se trata de una preocupación que comparten la mayoría de los estudiantes desplazados.
MATRÍCULAS INASUMIBLES
Según datos del Ministerio de Educación, Ciencia, Cultura y Deportes de la República de Armenia, hay 1.160 estudiantes desplazados en colegios y 2.065 en universidades. El curso académico anterior el Gobierno reembolsó las tasas, pero todavía no se ha tomado una decisión firme sobre el que acaba de empezar.
Es la misma incertidumbre que asalta la casa de Gayane Aghajanyan, una desplazada de 49 años de Stepanakert y madre de cuatro hijas e hijos. La mayor estudia en la Academia de Bellas Artes de Ereván, donde la matrícula anual es de unos 1.600 dólares.
«La academia nos pidió que compráramos una máquina de coser para las clases, pero ahora mismo no podemos permitirnos ni siquiera eso», explica Aghajanyan por teléfono. «Mi hijo está terminando Secundaria y también estamos pagando sus clases particulares. Antes que comprometer su educación prefiero seguir con hambre», dice la armenia.
Tanto ella como su marido siguen desempleados y dependen de la ayuda del Gobierno mientras buscan trabajo. Pero dejarán de recibir el subsidio a finales de este año, y no tienen idea de cómo se las arreglarán después. «La mayoría de los karabajíes nos encontramos hoy en la misma situación”, apostilla Aghajanyan.
La educación superior era gratuita en Nagorno Karabaj. La república autónoma contaba con cuatro universidades que ofrecían programas de grado y posgrado. Una de ellas, la Universidad Tecnológica de Shushi, contaba con más de 1.800 estudiantes antes de la guerra de 2020, pero se vio obligada a trasladarse a Stepanakert después de que Azerbaiyán tomara el control de la ciudad. Tras el ataque del pasado mes de septiembre a Nagorno Karabaj, los laboratorios y aulas recién equipados de la universidad volvieron a quedar abandonados. Contra todo pronóstico, logró reabrir sus puertas por tercera vez como universidad privada en Ereván el pasado 2 de septiembre para 66 estudiantes. Pero las dificultades llegan hoy desde el Ministerio de Educación de Armenia.
«Solicitamos la licencia para la implementación de la educación secundaria y superior, pero, lamentablemente nos rechazaron en un primer momento y solo nos aprobaron cinco profesiones de educación secundaria después de un segundo intento», explica desde su despacho Pavel Gasparyan, vicerrector de la universidad.
Reconoce, no obstante, que hay razones objetivas para el rechazo. El edificio aún tiene que acondicionarse, pero pesa aún más una política en el sector de la educación que apuesta por la creación de una ciudad académica. Allí se concentrarán todas las universidades.
RESPETO
Los problemas para los desplazados se encadenan por todo el espectro educativo. Según datos de Ministerio de Educación de Armenia, hay 17.000 niños desplazados matriculados en colegios de todo el país. Como Varduhi y Raisa Aghajanyan, dos hermanas de 10 y 12 años, respectivamente. Oriundas de Martuni, en Nagorno Karabaj, hoy viven y estudian en la ciudad de Armavir, situada en la provincia del mismo nombre, al oeste de Armenia.
«Empezamos la escuela aquí en octubre de 2023, pero enseguida le pedimos a nuestro padre que nos cambiara de colegio porque no nos gustaba cómo daban las clases», recuerda Varduhi desde el centro de apoyo psicológico de Armavir. «En Artsaj aprendíamos mucho más porque los profesores eran muy estrictos y nunca hablaban por teléfono durante las clases», añade.
Tras el cambio de escuela, los niños continuaron su educación con normalidad. En las escuelas de Nagorno-Karabaj y Armenia prácticamente no existen diferencias curriculares y las clases se imparten en lengua armenia.
«Podemos hablar el armenio que hablan aquí, pero aún echamos en falta poder usar nuestro dialecto de Karabaj. A veces lo hacemos durante los descansos de clase con nuestros compañeros que también son de Artsaj», explica Raisa, la hermana mayor.
El trauma de la guerra y el desplazamiento obliga a muchos escolares desplazados a acudir periódicamente al psicólogo. También es el caso de Raisa y Varduhi, pero no parece que ello afecte a sus resultados académico. Ambas obtienen excelentes calificaciones en la escuela y dicen estar encantadas con la cálida acogida que han recibido. Sin embargo, la nostalgia parece seguir impregnándolo todo incluso entre los más pequeños.
«En Artsaj no había tiovivos como aquí, pero me gustaba más cuando en Martuni andábamos en patines cerca de una fuente vieja que no funcionaba», recuerda Varduhi. Raisa ya ha hecho amistad con sus nuevos compañeros de Armavir, pero dice que sigue rezando para poder regresar a Nagorno Karabaj. «Y si no podemos volver, espero que podamos quedarnos aquí en Armenia y no tener que abandonar nunca más nuestra casa».
En palabras de Serob Khachatryan, profesor y reconocido experto en educación, los niños de Artsaj están bien integrados en las escuelas armenias.
«Han traído consigo una buena cultura educativa: son muy respetuosos con sus profesores y se toman las clases en serio. He oído decir a muchos profesores que están muy satisfechos con su diligencia y el respeto que demuestran hacia ellos», señala el experto en conversación telefónica.
En el caso de los profesores desplazados, todos se enfrentan a numerosos desafíos de integración, y muchos de ellos renuncian a trabajar en el sistema educativo armenio. Según Khachatryan, la razón principal son los bajos salarios, muy inferiores a los de Artsaj. Datos del Ministerio de Educación hablan de 500 maestros desplazados en las escuelas de Armenia, 353 de los cuales han sido enviados a las regiones y reciben un suplemento del 30 por ciento del Gobierno para compensar de alguna manera la diferencia salarial con la de Nagorno Karabaj. No obstante, el experto subraya que la económica no es la única razón tras el malestar de los docentes de Karabaj.
«Para muchos profesores ha sido psicológicamente difícil adaptarse a trabajar en las escuelas públicas de Armenia», matiza el experto. «El nivel de disciplina en el sistema educativo de Artsaj era incomparablemente más alto y los profesores eran muy valorados, algo que, por desgracia, no ocurre en Armenia».

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