Reconocimiento, aunque tardío, necesario
La disculpa presentada por el presidente de EEUU, Joe Biden, a las naciones indígenas por el incalificable maltrato dado a los niños originarios de aquellas tierras en internados durante más de un siglo puede tener varias interpretaciones, dado el momento y el lugar; en plenas elecciones presidenciales y en Arizona, uno de los estados más decisivos de cara al resultado. No obstante, responde a un informe elaborado por el Gobierno estadounidense que concluye que el objetivo de aquellos centros de menores era «borrar la cultura, idioma e identidad de los amerindios». Ciertamente se trata de un gesto histórico que podría dar inicio a un proceso de necesaria reparación. Como el propio Biden reconoce, es un gesto tardío, pero también incide en la necesidad de «enseñar toda nuestra historia, incluso si esta es dolorosa», y de extraer lecciones de ella para que jamás se repita.
Otro jefe de Estado, el monarca británico Carlos III, si bien reticente a pedir excusas, reconoció ayer ante los líderes de la Commonwealth la responsabilidad de Gran Bretaña en «ciertos aspectos dolorosos», en referencia al pasado colonial británico y concretamente a la esclavitud. Se mostró dispuesto a comprometerse «de todo corazón» a aprender las lecciones de ese pasado y a encontrar el modo de «corregir las desigualdades que perduran».
Contrastan ambas actitudes de reconocimiento y voluntad de reparación con la negativa de Felipe VI a tan siquiera responder al requerimiento por parte del anterior presidente mexicano de un gesto similar al recién protagonizado por el presidente estadounidense. Esa actitud, sin embargo, no fue novedosa. Hace dos años, en la toma de posesión presidencial de Gustavo Petro en Colombia, cuando la espada de Bolívar llegó a la plaza donde tenía lugar la toma de posesión, todos los presentes se levantaron de sus sillas para dar la bienvenida a uno de los símbolos de la libertad de América Latina; todos, excepto el rey español. Hay quien no está dispuesto a aprender lecciones del pasado ni a moverse de la nostalgia de ese pasado del que solo quedan, por un lado, lamentables consecuencias y, por otro, arrogancia.

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