EDITORIALA

La desinformación no es solo una cuestión de redes

La salida de algunos importantes medios de comunicación y de algunas personalidades de la red social X (antes Twitter) ha reabierto el debate sobre el papel de las redes sociales en la difusión de bulos y sobre las posibles alternativas. Como señala el reportaje que hoy publica GARA, las redes sociales son una especie de barra de bar en la que puede encontrarse de todo, desde bulos hasta mensajes ingeniosos y desde usuarios provocadores hasta eruditos. Se han transformado en plataformas poderosas en las que cualquiera puede decir cualquier cosa sin asumir ninguna responsabilidad.

Esta amalgama provocó que las redes sociales se convirtieran en una fuente de conflictos que, finalmente, se trataron de regular con la introducción de reglas, moderadores de contenido, procedimientos para denunciar infractores, etc. Unas herramientas que no consiguieron encauzar el problema de la difusión de desinformación y que también provocaron malestar. Algunos usuarios denunciaron el uso parcial e interesado de estos instrumentos y otros hablaron abiertamente de censura, algo que ocurre en la actualidad, por ejemplo, con muchos contenidos relacionados con el genocidio que Israel está cometiendo en Palestina. La compra de Twitter por el oligarca Elon Musk alteró completamente el funcionamiento de la red social: no solo levantó los controles y aumentó el ruido, sino que modificó los algoritmos para asegurar que determinados contenidos se propagan en función de sus intereses políticos particulares. Cambios que subrayan la urgencia de la lucha contra la desinformación, pero también el papel que determinadas infraestructuras digitales desempeñan en nuestra sociedad y que las sitúan más cerca del dominio público que dependientes de estructuras empresariales.

Por otro lado, ayer mismo, “The Washington Post” reconocía que una posible negociación con Rusia ha sido hasta ahora un tema tabú o, lo que es lo mismo, que se ha ocultado deliberadamente, seguramente para no dar un punto a Rusia. Obturar debates no solo debilita la democracia, sino que, además, contribuye a la difusión de desinformación, que no es solo una cuestión de bulos y nuevas tecnologías.