«Más que un auge del fascismo, hay un auge de la derecha radical»
Antonio Rivera, profesor de Historia Contemporánea de la UPV-EHU, ha participado recientemente en el ciclo de la Filmoteca Vasca sobre la película «Vincere», de Marco Bellochio, que narra la historia de Benito Mussolini desde la perspectiva de su amante. Hablamos con él del auge de formas autoritarias que se recogen bajo la fórmula de «fascismo».

¿Estamos realmente ante un auge del fascismo como se señala desde distintos ámbitos?
Creo que el fascismo es un régimen político que se corresponde con un periodo histórico concreto, que es el de entreguerras, y con determinadas dificultades que tenían esas sociedades, sobre todo europeas. En ese sentido, tratar de trasplantar, con un siglo de diferencia, una reproducción del mismo término tiene sus dificultades. No es un asunto sencillo. De hecho, los politólogos, los historiadores y los diferentes científicos sociales no se ponen del todo de acuerda al respecto, quizás también porque estamos ante una relativa novedad en el tiempo. Cada grupo acaba utilizando una determinada denominación. Se emplea el término fascismo, fascismo 2.0 o cosas por el estilo. Está claro que no es fascismo en el sentido estricto. Tampoco es neofascismo porque el neofascismo es la variante que tiene que ver con cómo sobreviven determinadas expresiones del fascismo tras ser derrotado en la Segunda Guerra Mundial. El término posfascismo podría servir para indicar que es un régimen que se parece al de hace un siglo. Creo que lo identificamos en exceso con lo que son cuestiones importantes como el régimen de libertades o el cuestionamiento de estados liberal-democráticos. Pero hay diferencias bastante sustanciales, como el culto a la personalidad, que en ocasiones se produce y en otras no. Hablando de las derechas radicales, que a mí me parece un término más preciso, tenemos el caso de [Donald] Trump, de [Viktor] Orbán o [Javier] Milei, que sí hacen un culto a la personalidad, pero en otros lugares no ocurre. No se da de la misma manera tener un partido de masas que articule la intención totalitaria que tenía el fascismo. Totalitaria no en el sentido de un autoritarismo extremo, sino en el de hecho que el Estado y la nación impregnen por completo la vida, incluso la vida más íntima, de todos los ciudadanos de ese país. Creo que eso no existe en estos momentos. Esta derecha radical lo que trata es de sobrevivir en estados liberales planteando eso que los autores han llamado iliberalismo. No es un antiliberalismo como en el que se formulaba en las décadas de 1920 o 1930, sino un cuestionamiento de algunos aspectos del liberalismo. En ese sentido, son bastante más moderados porque se corresponden con un tiempo muy distinto.
La sociedad actual y la de hace un siglo son diferentes en muchos aspectos.
Las sociedades culturales son mucho más articuladas, más tecnológicas. Los Estados no son iguales en todas las partes, pero tienen una operatividad bastante diferente a la que tenían en el siglo XX. Elon Musk ha dicho que llamarle fascismo a todo es muy aburrido. Y tiene razón. La provocación del gesto en la toma de posesión de Trump buscaba protagonismo. Necesitaba estar en el candelero más que el propio Trump y lo ha conseguido. He estado buscando imágenes de la toma de posesión de Trump para clase y la primera que salía era Musk. Un tipo que domina una red social sabe cómo se manejan estos juegos. ¿Que está haciendo una proclama fascista? Creo que es muy prematuro decirlo, aunque no nos gusten los apoyos que está fomentando.
¿Cuando se le llama fascismo a expresiones de muy diferentes características se corre el riesgo de que se desvirtúe el concepto?
Desvaloriza la propia idea. Muchos teóricos cuestionan mucho eso. En otro sentido, hay otros autores como aquí, en España, en Catalunya, Ferran Gallego, que sostienen que lo que vemos es la manera de sobrevivir que tienen los fascismos. Tras ser derrotados de una manera extrema y violenta después de la Segunda Guerra Mundial no acertamos a pensar qué hubiera pasado si no hubieran perdido del todo. Eso le sirve para llamar, sin ambages, fascista al régimen de Franco tras 1945. No es igual de fascista que el régimen italiano de los años 1920 y 1930 ni que el nazi. Pero es la manera de sucederse a sí mismo un régimen que en su origen sí es fascista en un entorno internacional que no permite ser tan fascista. Es una idea razonable.
Uno de los mayores riesgos es que estos grupos han conseguido insertar en la agenda política ideas que hasta hace poco eran inasumibles. El recientemente fallecido Jean-Marie Le Pen es un ejemplo de ello en el Estado francés.
Eso sería el factor autoritario más que el factor fascista. Insisto en que el fascismo es un totalitarismo. Pero no cabe duda que, a efectos prácticos más allá de las conversaciones de politólogos, el grave riesgo es que vienen a cuestionar determinados axiomas del Estado de derecho, como la distribución y equilibrio entre poderes o una política internacional que tiene que ser respetuosa con determinados acuerdos establecidos entre los estados. Llevamos desde el siglo XVII con un sistema de Estados en el que, en general, se respetan. Aunque luego se puedan agredir, se respetan. Ahora nos enfrentamos a una persona que tiene una actitud abierta de no respetar los acuerdos iniciales que hay entre Estados. Recuerda la actitud desafiante que manifestaron tipos como [Benito] Mussolini o [Adolf] Hitler con la Sociedad de Naciones de los años 20 en relación a Etiopía y los Sudetes. Esto no quiere decir que los demás Estados fueran beneméritos, todo el mundo hace una política agresiva, pero estos se manifiestan como especialmente agresivos. Las propias formas son autoritarias. Y los contenidos también.
En el ámbito de la inmigración, estos grupos sí que han logrado colar estas ideas en la agenda política y que se perciban como medidas «lógicas» pese a ser discriminatorias.
Estos grupos son antipluralistas. Son antiliberales porque son antipluralistas. Se imaginan una sociedad comunitaria, uniforme y homogénea. En ese sentido, son nativistas, ultranacionalistas. Tienen una enorme dificultad para convivir con el otro, para convivir en sociedades distintas. Esto les ocurre con el tema de la inmigración, pero también con la diversidad en la elección de género, en la diversidad de tipologías familiares o en cualquier manifestación que podamos imaginarnos. Esto es muy característico de los autoritarismos y de los totalitarismos de derecha. El soviético no tenía tanta dificultad en este sentido. Pero estos totalitarismos fascistas sí que tenían un problema en aceptar al otro. La quintaesencia de ese otro acabó siendo el judío en la liturgia nazi y en nuestro caso la anti-España representada en el no cristiano, el nacionalista que no es españolista, el republicano o el rojo. El problema para Estados Unidos es que es un país fundado por unos tipos que llegaron en un barco llamado Mayflower en el siglo XVII porque les perseguían por tener una religión un tanto diferente. Si se caracteriza por algo es por el melting pot y por tener media docena de verdades públicas sacrosantas y que cada hiciera lo que le diera la gana. Si se ponen en cuestión esos axiomas públicos sacrosantos igual el edificio se les acaba resquebrajando. Además, tiene una enorme dificultad para la propia gestión económica. Desde lo que se afirma inicialmente a lo que se acabe haciendo mediará una notable distancia. Al final, también en Estados Unidos, determinadas escalas de trabajo únicamente las llevan a cabo los sectores que están depreciados, en dificultad y que no tienen una legalidad. Es un país muy grande y las cifras son todas mayúsculas. La cifra de deportados por [Joe] Biden en su mandato es espectacular, porque allí todo es espectacular. Son cifras de continente, no de país.
Existe una crisis a la hora de poder articular una alternativa a estos grupos que ofrecen soluciones aparentemente sencillas a problemas complejos y que están en crecimiento.
Efectivamente, porque no es tan sencillo. En la medida en que se pone en cuestión el modelo liberal democrático podríamos decir que la solución debería ser afirmar los valores del Estado liberal democrático. Pero todo el mundo no está tan de acuerdo en eso, porque los valores del Estado liberal democrático tienen una dimensión ideológica y estamos hablando del modelo liberal democrático capitalista. A la vez, hay otros grupos que priorizan la salvaguardia de las libertades y de los derechos de los colectivos que están más deprimidos precisamente impugnando los valores de ese Estado liberal democrático capitalista. La coincidencia de los que están enfrentados a este posfascismo o a esta derecha radical no es unánime. Pasó también hace un siglo, cuando había respuestas desde el territorio del liberalismo burgués, desde un territorio socialdemócrata que compartía ya una parte de ese pensamiento liberal democrático y había una posición, que en la foto salía más, que eran los beligerantes, pero casi como un espejo de lo que estaban denunciando. El antifascismo se presentaba como un espejo del fascismo, pero nunca se caracterizó por ser democrático ni por ser liberal ni por nada por el estilo, era un extremismo frente a otro extremismo. Ahora, en el siglo XXI, cuando se manifiestan esta serie de populismos de izquierdas, desde mi punto de vista, se parecen demasiado a los populismos de derechas en las bases fundamentales. Sin embargo, sí que es un sector que es muy beligerante frente a todo esto de lo que estamos hablando.

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