Carlos GIL ZAMORA
Analista cultural

El espíritu

Existen demasiados exégetas que acaban creyéndose poseedores de unos sensores especiales y secretos que les convierten en los únicos seres que saben detectar en un simple visionado si las obras que parten de textos de Shakespeare, Chéjov, García Lorca, Calderón, Sófocles o cualquier otro de los autores-percha que ayudan a llamar la atención en el mercado teatral, mantienen realmente el espíritu con el que, suponen, fueron escritas.

La tradición manda, los estudios de estos autores se arrastran desde siglos a partir de su componente filológico, idiomático, sin introducir ningún elemento dramatúrgico de la puesta en escena en sus convicciones dogmáticas. De ahí parten los inmovilistas que son más lorquistas que Lorca y que han pervertido durante años con una noción categórica y muy reaccionaria su obra, que toman a Shakespeare como algo estanco, cuando es un modelo de redefinición y trasposición de mitos, ritos y personajes provenientes de otras culturas, para convertirlos en universales. Y así sucesivamente con casi todos los grandes.

Quien hable del espíritu es un charlatán, una envidiosa o un docente adocenado. Cada obra tiene niveles de interpretación y de ejecución diferentes, y si se usan situaciones, personajes o palabras de estos autores para hablar a los públicos de hoy, o es creación o es un timo por impericia o plagio instrumental sin reconocer que podría hasta ser delito o vergonzoso.