Ramón SOLA
LA VERDAD SOBRE LA GUERRA SUCIA

Roldán recobra memoria, pero la familia Zabaltza cumple ya 28 años esperando

Un 15 de diciembre de 1985, Luis Roldán, entonces gobernador en Nafarroa, levantó el teléfono para comunicar a Lurdes Zabaltza la aparición del cadáver de su hermano Mikel. Dirigió después la Guardia Civil, que cerró filas para evitar imputaciones por el caso. Ahora asume por vez primera la práctica habitual de la tortura, sin concretar. La familia nunca dejó de exigir la verdad. Hoy, como cada año, se reunirán en Orbaitzeta.

El pasado domingo, en una entrevista con ``El País'', Luis Roldán realizaba una de las confesiones de la práctica de la tortura más nítidas hasta la fecha. Aludía a su etapa en Nafarroa, donde fue delegado del Gobierno español desde diciembre de 1982 a octubre de 1986: «Si no somos hipócritas, uno tiene que entender que si detienes a un señor que ha matado a 23 personas y lo interrogas y confiesa, ¿qué es lo que le ha hecho confesar? (...) ¿Alguien cree que declaran lo que declaran sin coacciones?». Y tras la admisión llegaba la apología: «¿Cuántas vidas se han salvado por confesiones de detenidos que han sido sometidos a tortura? Hablo de vidas concretas. Yo conozco algunas: vidas de jueces, de militares, de fiscales...».

Hagamos caso a Roldán y vayamos a los casos concretos. Su reivindicación de la tortura no puede dejarse en abstracto. Y en Nafarroa en aquellos años tiene un nombre muy marcado: Mikel Zabaltza. Precisamente hoy se cumplen 28 años de su desaparición, y la familia y amigos volverán a reunirse en Orbaitzeta a mediodía para recordarlo y para seguir exigiendo la verdad, como hacen cada año.

La muerte de Mikel Zabaltza nunca ha sido aclarada en los tribunales. El caso fue archivado por última vez en 2010. En una de las diligencias, hace ya muchos años, Roldán fue llamado a declarar por la juez instructora Arantxa Aginaga. Dijo no saber nada del tema. Era lo previsible porque Intxaurrondo, donde se perdió la pista del joven navarro afincado en Donostia, no pertenecía a su ámbito.

Sin embargo, Roldán sí tiene mucho que ver con la gestión del caso. Por ejemplo, fue la persona que llamó a la familia el 15 de diciembre para comunicar el hallazgo del cuerpo en las aguas del Bidasoa a su paso por Endarlatsa, en el mismo sitio en que el ministro José Barrionuevo habría predicho que aparecería. La confusa autopsia también se llevó a cabo en Nafarroa, bajo jurisdicción de Roldán. Luego dirigió la Guardia Civil durante siete años; por tanto, durante toda la fase clave de una instrucción que se topó con la ley del silencio de Intxaurrondo.

Nuevas declaraciones ya en los 90 -entre ellas las del máximo responsable del siniestro cuartel, Enrique Rodríguez Galindo- no sirvieron para identificar qué guardias civiles tuvieron en sus manos a Zabaltza. Otro instructor, Fernando Andreu, no consiguió arrancar a Galindo la composición de los llamados «grupos rojos». El entonces general se escudó en que «no se llevaba un registro, así que es imposible saberlo».

En el marco de esta investigación, el abogado de la familia, Iñigo Iruin, consiguió entrar a los calabozos de Intxaurrondo, en cuyos sótanos apareció un recipiente similar a una bañera. La conclusión del letrado fue contundente: «Hace doce años la versión oficial nos llevó a hacer una inspección ocultar en los alrededores de Endarlatsa tratando de localizar el cuerpo de Mikel Zabaltza. Hoy hemos hecho la inspección en el lugar en que realmente murió Mikel».

Volviendo a Roldán, declaró en Donostia paralelamente por el «caso Zabaltza» y por el de Lutxi Urigoitia, militante de ETA muerta por disparos de la Guardia Civil en Pasaia en 1987. En este último caso, producido cuando ya dirigía el cuerpo, no le importó reconocer que se intentaron manipular pruebas para apuntalar la tesis oficial de un enfrentamiento. Por contra, sobre Zabaltza Roldán siempre había callado.

Gómez nieto: «Se les murió»

Aunque el sumario no llegara a ningún sitio por la imposibilidad de identificar a los guardias civiles, poca gente en Euskal Herria duda hoy de que Mikel Zabaltza murió torturado. La genérica confesión actual de Luis Roldán tiene el valor de proceder de las mismas entrañas del sistema, aunque no la haya circunscrito a ningún caso concreto. Viene a ser la otra cara de la moneda de la conclusión obtenida por el agente del Cesid en Intxaurrondo Pedro Gómez Nieto en la famosa conversación en la que contaba a su responsable Juan Alberto Perote que no tenía pruebas directas, pero que sí había llegado a la conclusión de que con Zabaltza «se les ha ido la mano, se les murió».

Durante casi tres décadas, diversos testimonios indirectos ligados a Intxaurrondo han aportado indicios similares. Se añaden a la evidencia inicial de que la tesis oficial era imposible: el cuerpo apareció en una zona en la que se había buscando en vano durante semanas; el día de la supuesta huida de Zabaltza por el río nadie vio guardias civiles en la zona; el joven difícilmente podía intentar huir por el agua cuando no sabía nadar; y el primer juez instructor se preguntó «¿se puede nadar con las manos esposadas?».

Y todo ello se suma al desgarrador testimonio de quienes compartían cautiverio con el joven de 32 años. Así, su primo Manuel Mari Bizkai escuchó a Mikel «vómitos mezclados con esfuerzos, estertores de puedo y no puedo, lamentos, como gritos guturales mezclados con náuseas». Jon Arretxe oyó alaridos «tan tremendos que yo creía que era un montaje de la Guardia Civil para aterrorizarme más». Y su novia, Idoia Aierbe, también detenida, lo vio «en un cuarto muy amplio, rodeado de un gran número de guardias civiles, con la cabeza tapada por una bolsa de plástico amarilla. Más tarde llevaban una persona en una camilla tapada con una manta, con las características de Mikel. Dos guardias civiles comentaban `está muy mal'».

Roldán habla ahora de torturas justificables porque evitaban muertes. Pero Zabaltza no podía contar nada; no militaba en ETA, era solo un conductor de autobús. Quién sabe si eso le costó la vida.

Incluso a Elgorriaga le sonó «rocambolesca» la versión oficial

Las tres semanas transcurridas entre la desaparición de Mikel Zabaltza y el hallazgo de su cadáver sumergido en el Bidasoa son de las más tensas de la historia reciente vasca. La constatación general de que había muerto en Intxaurrondo no tardó en tomar cuerpo y a las autoridades españolas les delataron sus propias palabras. Por ejemplo, apenas un par de días antes de que apareciera el cuerpo, cuando la tensión social no amainaba, sino que incluso aumentaba jornada a jornada, el ministro José Barrionuevo pidió tranquilidad augurando que Zabaltza «aparecerá o será encontrado». Cuando su pronóstico se cumplió, el delegado Luis Roldán fue interpelado sobre si acaso el ministro conocía el paradero del cuerpo. Respondió que no, que la frase simplemente era «la consecuencia lógica» de la situación de desaparición.

En cualquier caso, en aquel momento, más que a Roldán, las miradas se dirigían al gobernador civil en Gipuzkoa, Julen Elgorriaga, que se mostró apurado: «Estoy preocupado. La versión sobre la fuga parece rocambolesca». Todavía faltaban quince años para que se probara la implicación de Elgorriaga en la guerra sucia: en 2001 fue condenado a 75 años por la muerte de Lasa y Zabala.

R.S.

La confesión de las cartas-bomba

Aunque las palabras de Roldán parezcan una novedad, en realidad hace tiempo que amagó con contar lo mucho que sabe. Fue en 1996, en una declaración ante Garzón. Un año antes se había producido su entrega condicionada tras la fuga a Laos, pasó por prisión y atravesaba uno de sus momentos más bajos. Entre otras cosas, reveló su convencimiento de que las decisiones sobre la guerra sucia emanaban de la relación entre el entonces coronel Andrés Cassinello y Galindo. Señaló a Julen Elgorriaga, gobernador civil en Gipuzkoa mientras él ejercía en Nafarroa. Detalló que Galindo y Elgorriaga solían acudir, encapuchados, a interrogatorios a detenidos por relación con ETA.

Más detallada todavía fue su revelación sobre una serie de cartas-bomba remitidas en 1989 a cargos abertzales, una de las cuales costó la vida al cartero José Antonio Cardoso, de 24 años, en Errenteria. Otra tenía como destinatario al abogado Iñigo Iruin. Roldán declaró que los entonces dirigentes de Interior José Luis Corcuera y Rafael Vera le pidieron ayuda para encontrar más paquetes que habían sido ya enviados porque «era un tema del Ministerio». «Finalmente las bombas se encuentran, una en la central de Correos de San Sebastián y la otra en Azpeitia o Azkoitia -reza la declaración judicial-. Galindo le llama [a Roldán] y le dice que ya las han encontrado y desactivado (...). Corcuera le dice que menos mal, que `ha sido la peor noche de mi vida'».

La declaración fue tan clara que Roldán acabó imputado. Pero el tema ni siquiera fue juzgado.

R.S.